Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788416848133
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del Atlántico con dirección a México. A la altura de Canarias se les quemó la dinamo y por lo tanto ya no podían arrancar el motor, con lo que se vieron obligados hacer toda la travesía del Atlántico a vela, aprendiendo sobre la marcha. Pero a vela la duración del viaje se triplicó, y en vez de un mes como habían previsto y para lo que tenían las reservas de agua y de comida, el viaje les duró más de 90 días. Obviamente tuvieron que racionarse tanto el agua como la comida, y aprender a pescar para sobrevivir. Finalmente y después de muchos avatares llegaron al puerto de Veracruz en México, que era su destino. Allí fueron muy bien acogidos por el gobierno mexicano y por los representantes del gobierno republicano en el exilio. Les concedieron la nacionalidad mexicana y solo les pusieron dos condiciones: que no podían aspirar a ser ni Presidente de la República ni taxista. Lo primero lo mandaba la Constitución Mexicana, lo segundo era un acuerdo del sindicato de taxistas que no querían que ocuparan sus puestos de trabajo los inmigrantes. Admitiendo esas dos condiciones la mayoría de los navegantes se instalaron a vivir en México donde formaron una familia y terminaron sus días. Toda la historia está contada en un libro que escribió uno de los tripulantes a partir de las notas que tomó día a día en una agenda de bolsillo del Banco de Bilbao, y que me regalaron en el museo.

      El domingo descendimos la ría hasta el puerto de Getxo (43º 20,2’ N; 3º 0,9’ W). Salimos al comienzo de la marea vaciante para que la corriente nos ayudara a llegar a Getxo, que está en la desembocadura. Como casi no hacía viento pensábamos hacerlo a motor. Nada más salir del pantalán, en plena maniobra y en mitad de la ría, el motor que estaba frío se paró. Menos mal que la marea estaba bajando, porque si llega a estar subiendo nos hubiera empujado contra el puente de Euskalduna, por debajo del cual el barco no cabe, y nos habríamos quedado atravesados y frenados por el mástil. La navegación fue muy tranquila, y en uno de los primeros recodos del río vimos la fachada de una casa pintada con la palabra “soñar” en letras gigantescas, un buen presagio para los objetivos de este viaje y la incertidumbre de lo que nos esperaba. Más de 1.200 millas náuticas por la proa son mucho para un velerito de seis metros. Volvimos a pasar por debajo del puente colgante y todo el trayecto fuimos rodeados de piragüistas a los que había que ir esquivando para no molestarles con nuestras olas. Como era domingo se aprovechaba para las aficiones náuticas, ya que en la navegación de ida no nos cruzamos con ninguna.

      Llegamos al Club Náutico de Getxo poco antes de comer. Las oficinas estaban cerradas (era domingo y solo se quedaba un vigilante de guardia, que tenía que hacer su ronda) o sea que fuimos directos a la ducha. Más tarde nos situaron en el pantalán J, con la sorpresa de que el barco que teníamos delante era nada menos que el “Pakea Bizkaia”, el velero oceánico de 60 pies con el que el navegante vasco Unai Basurko dio la vuelta al mundo y llegó a la Antártida. En las etapas españolas de nuestra navegación estábamos coincidiendo con las grandes glorias de la vela de España, y más adelante en Francia se repetiría. Como muchos navegantes que han participado en regatas oceánicas, a Unai se le quedó pequeño el mundo de la regata en que solo ves mar picada alrededor, pasando por los puertos sin detenerte. Bernard Moitessier, del que hablaré más adelante, lo expresó claramente en su libro “Cabo de Hornos a la vela” cuando pasaron frente las Islas Malvinas sin hacer escala, aunque les apetecía: “Supimos hasta qué punto resulta estúpido pasar casi tocando el paraíso, que tenemos ante nosotros, sin hacer el menor gesto hacia el ancla y su cadena... Solo por unos días...”. Por eso Unai se decidió a utilizar el barco para otro cometido. Tras más de 80.000 millas navegadas en diversas competiciones se embarcó en un proyecto relacionado con la educación y la navegación: dar a conocer el nexo existente entre la navegación y el respeto al medio ambiente a través de diferentes expediciones fomentando la educación para el desarrollo sostenible, el respeto entre los seres vivos, hacia la biodiversidad, el medio ambiente y los recursos naturales. Las expediciones se realizarían de la manera más sostenible posible, utilizando energías renovables (eólica y solar) y gestionando los residuos reduciéndolos, reutilizándolos y reciclándolos. Además, pensaba recoger por el mundo diferentes experiencias relacionadas con la sostenibilidad. Otros navegantes ex-regatistas con una ilusión parecida y que dedicaron su barco a proyectos similares fueron Peter Blake con el “Seamaster”, Thierry Dubois con “La Lousie”, Philippe Poupon con “Fleur Australe”, etc. Y en nuestro país Cocúa Ripoll con el “Archibald”, con el que tras un pasado de regatista profesional dio una vuelta al mundo tranquila, en cuatro años, y luego llegó a las puertas de la Antártida (la vuelta al mundo narrada en el libro Un paseo por el mundo, un título como para quitarse importancia). Desconozco lo que fue de aquel proyecto de Unai, pero lo que es una pena es que el barco estuviera abandonado, y ser una vieja gloria no le evitaba criar algas y mejillones bajo la línea de flotación como cualquier barco que no se usa. Más que una pasada con la karcher ese casco necesitaba una operación de vegetaciones. Una pena.

      En el pantalán también conocimos a la tripulación de otro Tonic 23, el “Ukelele”, que había amarrado para recoger a parte de sus marinos. Entre los navegantes es habitual establecer conversación con los propietarios de barcos como el tuyo, para conocer los problemas que le ha dado ese modelo concreto, las soluciones que ha encontrado, las chapuzas o mejoras que le ha hecho, etc. Siempre se aprende algo. En este caso era la versión de orza fija y con motor central. En realidad salió del astillero con fueraborda, pero su dueño anterior lo sustituyó por el motor central. Para mí es algo inaudito, se trata de una modificación mayor en la estructura del barco: hay que conseguir meter el motor por el tambucho, redistribuir los tabiques interiores para que entre, hacerle unos soportes pegados al casco para que aguante el empuje, hacerle un agujero y reforzarlo para el paso del eje de la hélice, prever una bomba automática para achicar el agua que entre por la bocina, etc. Y después de reformar todo eso, volver a pasar una inspección técnica que dé el visto bueno. Algo dudoso de que merezca la pena y también dudoso que quede bien. Yo desde luego preferiría vender el barco y comprar uno, aunque fuera el mismo modelo, con el motor central puesto en fábrica por el astillero. Además el barco había sufrido un naufragio y había estado algunos días en el fondo del mar, lo que le había dejado para el arrastre. Al parecer un día de mucho viento se soltó de la boya y se fue contra la escollera de Getxo, hundiéndose a continuación. Los dueños, con un espíritu y fuerza de voluntad dignos de admiración, consiguieron reflotarlo, pero el interior ha quedado con el revestimiento desprendido, las maderas hinchadas, etc., y tienen trabajo para rato. Aun así su afición a navegar les hacía salir con el barco en precario, al que se habían acostumbrado, porque cuando luego les invitamos a ver el Corto Maltés se quedaron alucinados y no paraban de hacerle fotos. Enhorabuena chicos.

      Al anochecer se reincorporó Luis a la tripulación para seguir hacia el Este. Fue una noche incómoda por los mosquitos, que al parecer eran resistentes a nuestro insecticida y a nuestro repelente (por cierto, dos equipamientos indispensables en los viajes en velero). No es habitual encontrar mosquitos en nuestra costa cantábrica y nos sorprendió, pero se ve que el calor atípico de los días anteriores los había revivido a todos. Por la mañana salimos hacia Bermeo, pero eso ya lo contaré en el siguiente capítulo.

      [2]. “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander”, de la editorial ExLibric, y en el blog: http://cortomaltes2012.blogspot.com

      Capítulo 3

       El resto de la costa vasca

       hasta Hondarribia

      El día siguiente era lunes y nos regaló una meteorología espléndida, de auténtico verano, cumpliendo con el pronóstico que teníamos. Salimos tempranito, a eso de las ocho y media, después de una ducha reparadora. En el Abra de Bilbao vimos a un remolcador y el barco de los prácticos echando un buzo a la boya Peña Piloto Dos, que es una de las rojas que marca La Restinga de Algorta. Supusimos que la estaban cambiando de sitio, porque estaba desplazada unos 200 metros al Oeste con relación a su posición en la cartografía. Después supimos por la radio que efectivamente estaba fuera de uso