ELIAS PLEDGER
en un sermón en “The Morning Exercises”, 1677
Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. ¿Qué alma creyente puede ser abandonada por Dios sin sentirse afligida? Al valorar su presencia por encima de todos los goces terrenales, no puede sino lamentar su ausencia con el más profundo dolor. Cuando la evidencia de la salvación se oscurece, la luz del rostro de Dios se nubla y los consuelos del Espíritu se interrumpen, los cielos ya no parecen tan claros, las promesas no son tan dulces y las ordenanzas se hacen mucho más pesadas. Sí, los nubarrones que se ciernen sobre el alma se vuelven cada vez más negros, surgen las dudas, nos agobian los temores, los terrores se intensifican, los problemas se agrandan; y el alma languidece afligida y desconcertada.
ROBERT MOSSOM [1617-1679]
“The preachers tripartite”, 1657
Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. Al quitarse la túnica de la perfección, el creyente se viste con el sayal de la contrición. Así como un terrón de azúcar se disuelve por entero cuando es sumergido en vino; así nuestros corazones se derriten al sentir el amor divino.
WILLIAM SECKER [¿?-1681]
“The Nonsuch Professor”, 1660
Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. Ningún versículo puede enseñarnos más claramente esta verdad gloriosa y consoladora, sobre la que los escritores medievales tanto insisten, de que, si Dios mira a sus criaturas estas son felices y si deja de mirarlas, desgraciadas. Y que esos manantiales secretos de alegría que a menudo parecen brotar espontáneamente de nuestro interior, y sobre los que ningún extraño puede intervenir, no son otra cosa que la mirada de Dios sobre nosotros, directa e inmediata; mientras que la tristeza que nos invade sin una causa concreta (la llamemos melancolía, moral baja, desánimo o por cualquier otro nombre) no responde a otro motivo que al de que Dios haya apartado su rostro de nosotros.
JOHN MASON NEALE [1818-1866] y RICHARD FREDERICK LITTLEDALE [1833-1890]
“Commentary on the Psalms from Primitive and Mediæval Writers”, 1869
Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. ¿El abandono espiritual y la ocultación del rostro de Dios causan aflicción y derrumbe para los creyentes? ¡Sí, claro que sí! Hacen que sus corazones se estremezcan y nada pueda consolarlos. “Escondiste tu rostro y quedé desconcertado”. Las aflicciones externas destrozan la piel dejándonos en carne viva; caen cual lluvia torrencial sobre las baldosas exteriores inundando toda la casa interior. Pero Cristo proporciona a los creyentes un consuelo sustancial para afrontar las pruebas de abandono; pues él mismo fue abandonado de Dios temporalmente, garantizando a todos los que en él confían que no serán abandonados definitivamente.
JOHN FLAVEL [1627-1691]
“Divine Conduct or The Mystery of Providence Opened”, 1678
Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. Si Dios es tu porción, entonces no hay pérdida en todo el mundo que sea tan dura y pesada como la pérdida de Dios. No hay pérdida bajo el cielo, que afecte y aflija tanto a una persona que tiene a Dios por su porción, que el abandono de su Señor. David afrontó muchas pérdidas, pero ninguna le entristeció tanto ni abrió una brecha tan enorme en su espíritu como la pérdida del rostro Dios, la privación del favor divino: “En mi prosperidad dije yo: No seré jamás zarandeado. Porque tú, Jehová, con tu favor me afianzaste como monte fuerte. Pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado”. La palabra hebrea נִבְהָֽל niḇhāl de בָּהַל bahal significa “turbado en gran manera” o “aterrorizado”, como se desprende del pasaje de 1 Samuel 28: “La mujer se acercó a Saúl, y viendo que estaba aterrorizado”,101 utilizando la misma palabra hebrea בָּהַל bahal, para expresar que Saúl quedó tan “aterrado, espantado y despavorido” con la terrible noticia que el demonio, adoptando la forma de Samuel acababa de darle, que sus fuerzas le abandonaron y cayó redondo al suelo.102 Y lo mismo sucedió con David cuando percibió que Dios había escondido su rostro de él. Cuando el Señor se ocultó de él envolviéndose en una nube, quedó como una flor marchita que hubiera perdido su savia, la vida y el vigor. La vida de algunas criaturas en la naturaleza depende de la luz y el calor del sol; y así también la vida de los santos se nutre en la luz y el calor del rostro de Dios. Y, como en un eclipse de sol, toda la estructura de la naturaleza languidece; cuando Dios esconde su rostro, las almas llenas de gracia no pueden hacer otra cosa que desmoronarse e inclinarse delante de él. Muchas criaturas insensibles lo hacen abriendo y cerrando sus pétalos, como los tulipanes y caléndulas; otros, inclinando su tallo y girando la cabeza, como los girasoles103 y las flores de malva, porque son tan sensibles a la presencia o ausencia del sol que parece que entre ellas y el astro rey haya una simpatía de movimientos coordinados, por lo cual si el sol desaparece o se nubla, se cierran en sí mismas o bajan sus cabezas, como si no estuvieran dispuestas a dejarse ver y acariciar por ningún otro fuera de aquel que las revitaliza: y justo así fue con David cuando Dios escondió de él su rostro.
THOMAS BROOKS [1608-1680]
“The mute Christian under the smarting rod, with sovereign antidotes”, 1659
Vers. 8. A ti, oh Jehová, clamaré, y al Señor suplicaré. [A ti, oh Jehová, clamé, y al Señor supliqué. RVR] [A ti, oh Señor, clamé, y al Señor dirigí mi súplica. LBLA] [A Ti clamé, oh YHVH, a Adonai dirigí mi súplica. BTX] [A ti clamo, Señor soberano; a ti me vuelvo suplicante. NVI] [A ti, Señor, clamo; a mi Señor suplico. BLP] [A ti clamé, oh Señor. Le supliqué al Señor que tuviera misericordia, diciéndole. NTV]
A ti, oh Jehová, clamé, y al Señor supliqué. La oración es el recurso infalible del pueblo de Dios. Cuando los creyentes de ven acorralados pueden acudir trono de la misericordia. Cuando un terremoto hace que nuestro monte tiemble, el trono de la gracia permanece firme y podemos acudir a él. Jamás abandonemos la oración, nunca nos olvidemos de orar y nunca dudemos de su éxito. La mano que hiere puede curar: acudamos al que nos ha dado el golpe, porque está dispuesto a escucharnos. La oración aporta mejor protección que la ciudad edificada por Caín104 y mayor solaz que la música que tranquilizaba a Saúl.105 La alegría mundana, la diversión y los deleites de la carne son una receta lamentable para una mente afligida y abatida; en cambio, la oración triunfa donde todo lo demás falla.
C. H. SPURGEON
A ti, oh Jehová, clamé, y al Señor supliqué. Para ilustrar este versículo, Bernardo106 recurre a una alegoría