El país de origen. Edgar Du Perron. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Edgar Du Perron
Издательство: Bookwire
Серия: Colección de literatura holandesa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640998
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legó 25 florines a las iglesias reformadas del lugar, y que los tutores de sus hijos adoptivos eran Dominique Chevereux, teniente coronel de infantería, y Charles Legrévisse, capitán de artillería. Más tarde, leyendo las memorias de Dirk van Hogendorp, logré averiguar lo que le había sucedido a Jean-Roch en Ceilán, donde servía en un regimiento franco-suizo, a las órdenes de un coronel de Meuron. Dicho coronel residía en Europa y desde allí vendió su regimiento a Inglaterra; los oficiales y los soldados se negaron a aceptar el trato y se mantuvieron leales al gobernador holandés de Ceilán, pero éste opinaba que debía obedecer a su coronel y les obligó literalmente a pasarse a los ingleses. ¡Así que ése fue el “cautiverio” que tuvo que soportar el pobre Jean-Roch! No obstante, más tarde volvió a emprender rumbo hacia el este, compartiendo el mismo sino que muchos oficiales franceses que estaban al servicio de la Repúbli-ca Bátava: eran aliados de los holandeses, pero al mismo tiempo estaban dispuestos a luchar contra ellos en cualquier momento. Físicamente no puedo imaginármelo muy distinto a mi padre y a mi bisabuelo, aunque seguramente llevaba una peluca empolvada. Sin duda se sintió como un extraño ahí, fuera de Batavia, con sus camaradas, los otros dos didongs en uniforme, aunque puede que, a pesar de todo, se sintiera a gusto; seguramente murió ahí. El investigador de La Haya consiguió encontrar muy pocos datos sobre su primer hijo adoptivo, Nikolaas: sirvió en la caballería y cayó en combate. El segundo, Louis, dejó más rastros.

      Se casó con una chica de Ámsterdam de buena familia llamada Lucretia Wilhelmina de Ronde.xxi Mi padre prefería que ese nombre se pronunciara con acento francés para mantener la pureza de la estirpe, pero hay motivos de sobra para suponer que Lucretia procedía de una familia oriunda de Holanda. Sin embargo, el hijo de ambos, Willem Hendrik Ducroo, mi abuelo, que hizo una excelente carrera en el poder judicial, contrajo matrimonio con una mujer rica de apellido francés, Lami,xxii hija de otro coronel. Éste era muy diferente del coronel Louis y no había perseguido bandidos en los cañaverales; el único hecho de armas que se le atribuía era el haber participado en la expedición militar a Rusia como recluta; sin embargo, también tenía sus cualidades estratégicas. Un retrato suyo muestra a un hombre con mucha panza debajo de un chaleco blanco, y una cara redonda y pequeña, con una expresión a la vez apoplética y espabilada. Sus dos hijas llegaron a ser inmensamente ricas porque él demostró ser un maestro a la hora de administrar la fortuna de su segunda mujer, no la madre de sus hijas, sino una viuda sin hijos que confiaba plenamente en él y que renunció a una vejez solitaria para convivir honorablemente con su señoría. Finalmente, su fortuna se repartió entre las dos hijas, y la mitad de esa parte nos llegó a los futuros Ducroo.

      Las dos hijas eran mujeres extrañas, lo que significa que, de mayores, ambas perdieron la cabeza. De joven, la que se convertiría en mi abuela ya era famosa entre parientes y amigos por su espíritu satírico; residía en el barrio de Meester Cornelis y habitaba la casa en la que más tarde nacería yo y que llevaba el nombre de la familia, Gedong Lami. Siendo ya mayor, se rodeaba de niños nativos adoptados a los que encomendaba probar todos sus platos y bebidas porque vivía con el constante temor de ser envenenada. Tenía un rostro redondo con una mirada intensa y una lengua bastante brusca; heredó los rasgos de su padre y dicen que me parezco un poco a ella, algo que personalmente no creo, aunque no me disgusta porque es uno de los rostros más inteligentes de nuestro álbum de familia. Durante su vida fue infeliz y tuvo una serie de encontronazos con su esposo con quien, no obstante, engendró cinco hijos fruto de las reconciliaciones. Al final, él la dejó sola en su gran casa de Meester Cornelis y se mudó a la Koningsplein —la plaza real— de la ciudad y, más tarde, una vez que se hubo jubilado, se fue a vivir a Bruselas, donde se echó una querida. De joven, mi padre se topó en una ocasión con la querida en Bruselas cuando llegó una noche de improviso; no tenía ninguna opinión sobre su belleza o su encanto, algo que a mí me decepcionó cuando le oí contar la historia.