El país de origen. Edgar Du Perron. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Edgar Du Perron
Издательство: Bookwire
Серия: Colección de literatura holandesa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640998
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materiales, aunque apenas conozcamos los movimientos de las piezas, pueden servirnos el recuerdo o la poesía; la poesía, que siempre es algo ingenua. Mis sentimientos por Jane: poesía, opio e ingenuidad, cuando al igual que la poesía, el amor tiene que basarse en la ingenuidad. Ingenua autosugestión; pero ¿acaso no creer en el amor no resulta igual de ingenuo y dañino para algunas naturalezas?

      Jane. En realidad todo tiene que ver con ella; o, mejor dicho, en lo que respecta a mi pasado (desde la época en que yo ya era yo, predestinado a llegar hasta ella como lo hice), todos los caminos del recuerdo conducen a ella, a quien representa el foco real, el único cambio básico de mi vida, la única persona sobre la cual yo querría escribir si eso fuera posible. Aunque sucumbiera en el futuro, querría dejar una cosa: el retrato de Jane. Sin embargo, estas palabras encierran un engaño desvergonzado, vuelven a ser demasiado poéticas y pueden rebatirse en pocas palabras; al fin y al cabo, el retrato de Jane sería siempre algo distinto de ella misma.

      III. Álbum de familia

      Si es una locura querer relatar lo que vivimos en el presente, al menos puedo intentar rememorar para Jane lo que hubo antes de ella: la diferencia entre la autenticidad de las cartas y la inevitable falsificación de un diario personal radica únicamente en la sinceridad de los motivos.xvii Gracias al trabajo de biblioteca que realizo ahora con Viala, me siento atraído por las retrospectivas históricas, y debería empezar con algo así como una justificación desde el pasado, un hilo tendido entre Europa y “allá”. ¿Cuánto quedaría de inexplicable, incluso entre nosotros, si ese “allá” no fuera el país de origen? A pesar de todo, a pesar de los derechos aún más antiguos del “aquí”, de Europa. Buscar las Indias en Grouhy tal como hice fue un extraño regreso a contracorriente, después de que mi padre comprara la finca de Grouhy casi para demostrarse a sí mismo que tenía antepasados feudales en Europa.

      Mi padre se limitó a colocar una armadura a modo de símbolo en el vestíbulo y pensó que su apellido francés y el nombre francés del pueblo se encargarían del resto. Sólo más tarde se dio cuenta de que su elección había sido completamente mala, y por motivos ajenos a la geografía y a la genealogía. Puede que se sintiera doblemente francés frente a la población valona, puede que se creyera un auténtico aristócrata borgoñón frente al conde belgaxviii con su aspecto de notario de pueblo poco fiable, ¿quién sabe? En cualquier caso, guardaba un asombroso parecido con Guy de Maupassant y sin duda tenía más pinta de “genuino francés” que yo, que en ese ámbito nunca abrigué demasiadas ilusiones desde que descubrí que los parisinos siempre me confundían con un rumano o un brasileño; y puede que me hubiese sentido por completo un joven indiano —colonial hasta la médula—, si el atavismo no hubiese introducido un hidalgo francés en mi interior.

      Mi padre no conocía el opúsculo Familias euroasiáticas: origen y establecimiento de las estirpes europeas en las Indias Orientales Neerlandesas, de W.H. van der Bie Vuegen, archivero nacional en Batavia, en el que podía leerse:

      El apellido Ducroo proviene de Du Crault; el primero de esta familia conocido en las Indias Orientales fue Jean-Roch, nacido alrededor de 1765. Cadete y artillero que luchó contra los ingleses en Ceilán, donde, en 1795, fue hecho prisionero de guerra, después de lo cual partió hacia Java. El 4 de marzo de 1807 otorgó testamento como capitán del Cuerpo de Ingenieros de Batavia. Los herederos universales fueron sus hijos adoptivos: Nikolaas, de 20 años de edad, y Louis, de 14, ambos cadetes del Cuerpo de Ingenieros. Sus tres hermanos residían en aquel entonces en Francia.

      En una biblioteca de La Haya, mi padre entabló una relación con un especialista en investigaciones de esa índole. El hombre se puso manos a la obra. Viajaba mucho y, por consiguiente, cargaba a cuenta muchos gastos de viaje y otros gastos generales y cada tanto exigía una nueva “comisión”, para acabar descubriendo que nuestro Jean-Roch había nacido en Bulon, que bien podría ser Brûlon, y que en efecto no estaba tan alejado de Borgoña. Lo que nos contó sonaba erudito e incluso probable, sólo que en aquella ocasión ya no consoló a mi padre, porque el investigador nunca obtuvo respuesta a la carta que envió a Brûlon. La expedición encalló en este Brûlon, que al fin y al cabo no era más que una probabilidad, y no conseguimos tender un puente que nos llevara hasta los Du Craults franceses. Tuvimos que concentrarnos en los Ducroo holandeses que, en la época de mi bisabuelo, empezaron a escribir su apellido de otra forma. “¡Si al menos hubiésemos encontrado el maldito lugar de nacimiento de ese tal Chanroc!”, exclamó mi padre cuando decidió ya no enviarle más comisiones al investigador y apañárselas sin su corona de conde.