Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lucas Margarit
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Mundos
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788869343001
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traduciré lo que esté a mi alcance y lo mejor que pueda.

      La primera clase de libros a la que accedí refería la constitución del imperio, se trata de gruesos volúmenes como el de nuestra Magna Charta y están dotados de un artefacto que permite desplazarlos, para colocarlos luego en un marco: al girar una tuerca las hojas se abren y se pliegan según lo desee el lector. Se prevé la muerte inmediata de aquel bibliotecario que impida que los súbditos más prominentes de China vayan y consulten esos libros; en efecto, hay una máxima que reza que todas las personas deben conocer las leyes por las que están regidas; entre todos los habitantes de ese país no hallamos ningún loco al que los emperadores parezcan arbitrarios, ellos gozan de la más grande autoridad y siempre observan con extrema exactitud los Pacta Conventa(22) de su gobierno: a partir de la observancia de estos principios no es posible hallar en toda su historia ni tiranía en los príncipes ni rebelión en los súbditos.

      Los primeros volúmenes contienen comentarios antiguos sobre la constitución del imperio, escritos mucho tiempo antes de lo que nosotros consideramos el comienzo del mundo; uno de los que llamó especialmente mi atención tiene un título parecido a De cómo se comprueba que el derecho natural es superior al poder temporal. Los autores antiguos probaban, entonces, que los emperadores chinos estaban naturalmente predestinados para dirigir al pueblo y para otorgar poder de gobierno a las personas más dignas que podían encontrar; el autor también proveía una historia exacta de 2000 emperadores, separados en 35 o 36 ramas hasta que terminaba una línea sucesoria y una asamblea de nobles, ciudades y pueblos nombraba a una nueva familia para que los gobernara. Ese libro sería considerado herético por los políticos europeos y nuestros sabios autores que desde hace tiempo refutaron esa doctrina y probaron ajustadamente que reyes y emperadores descienden del cielo ya con la corona sobre sus cabezas y que todos sus súbditos han nacido con la silla de montar sobre sus espaldas. Ni me molesté en leerlo, pero consulté los excelentes tratados de Sir Robert Filmer,(23) el Dr. Hammond L…,(24) S…l y otros, quienes han desarrollado tan sabiamente la útil doctrina de la obediencia pasiva,(25) el derecho divino, etc., que deberían ser blasfemados por la multitud y despreciados por la población, y tomar sobre sí la responsabilidad de preguntarles a sus superiores por la sangre de Algernon Sidney(26) y Argyle.(27) En mi opinión, la doctrina de la obediencia pasiva, etc., entre los hombres es como el sistema copernicano del movimiento terráqueo entre los filósofos: aunque contrario a todo el conocimiento anterior y carente de demostración al respecto, sin embargo lo aceptan porque les brinda una mejor resolución y un acercamiento más racional a muchos fenómenos de la naturaleza de lo que hacía la teoría anterior. Así, los hombres modernos aprueban el esquema de gobierno no porque sea racional y mucho menos por lo demostrado, sino porque a través de ese método pueden explicar –y defender– más fácilmente que antes toda coerción en los casos que resulten un agravio al derecho natural.

      Encontré dos famosas obras sobre cirugía que proveen una exacta descripción de la circulación de la sangre, descubierta mucho antes de la alegoría de los baldes y el pozo de Salomón.(28) Presenta muchos métodos curiosos que hacen la demostración tan sencilla, que con solo verla convertirían al mismísimo y muy digno doctor B…,(29) quien maldeciría de inmediato su libro rebuscado, pensando que era el peor sinsentido que imaginar pudiera. Todos nuestros filósofos están dementes, y sus comunicaciones(30) resultan ser una sarta de disparates, llamados experimentos en la Royal Society de nuestro país. Hay un tratado erudito sobre los vientos, que supera incluso al Texto Sagrado, tanto que podríamos pensar que no fue escrito por estas personas, pues se le dice a la gente de dónde vienen los vientos y hacia dónde van; luego, proporcionan una descripción de cómo hacer anteojos con ojos de cerdo, para poder ver en la ventisca. También se nos informa acerca de sus movimientos regulares e irregulares de los vientos, y de su composición y cantidad. Sabremos cómo, aplicando algo de álgebra, calibrar su duración, violencia y extensión: dicen que en estos cálculos los autores han sido tan exactos que pueden afirmar su revolución –como hicieron los filósofos con los cometas– y decirnos cuántas tormentas ocurrirán en cada período de tiempo y cuándo; quizás esto pueda ser cierto.

      Existen elementos que son por sí solos evidencian que Aristóteles nunca estuvo en China; en efecto, de haber ido hubiese visto en la biblioteca a la que me referí anteriormente, el volumen 216 sobre la navegación china. Es un grueso libro en doble folio escrito por el famoso Mira-cho-cho-lasmo, vicealmirante chino, y dicen que fue escrito cerca de 2000 años antes del diluvio; en el capítulo sobre las mareas, Aristóteles hubiese podido enterarse de la razón de todos los flujos y reflujos conocidos y desconocidos de ese elemento, y asimismo de la relación entre la luna y las mareas, acompañada de una descripción muy elaborada del poder de simpatía y del modo en que los cuerpos celestes inciden sobre el terrestre; si el estagirita hubiese visto eso no se hubiese sentido tan abrumado por no comprender este misterio.(31)

      Además, se dice que ese famoso autor no era nativo de este mundo, sino que había nacido en la Luna y que había venido aquí para llevar a cabo sus descubrimientos. A través de un extraño invento llegó de ese mundo habitable y el emperador de China lo convenció de quedarse para perfeccionar a sus súbditos en los más exquisitos logros de las regiones lunares. No es de extrañar, por lo tanto, que los chinos sean artistas tan preciados y maestros en conocimientos sublimes, cuando este famoso autor los ha bendecido con incontables métodos y mejoras.

      Hubo gran cantidad de temas sobre los que vertieron las obras de este maravilloso filósofo: nos legó el cómo, es decir, el modus de todas las operaciones secretas de la naturaleza; nos informó acerca de la manera en la que las sensaciones son llevadas desde y hacia el cerebro, de por qué la respiración preserva la vida, de cómo se ocasiona el movimiento y qué partes lo realizan. Encontramos también una disección anatómica del pensamiento y una descripción matemática de la caja fuerte de la naturaleza, la memoria, con todas sus claves y cerraduras.(32) Luego, tenemos esa parte de la cabeza en la que desde adentro hacia afuera la naturaleza ha colocado temas de reflexión; como una colmena de cristal, representa toda una infinidad de celdas en las que se almacenan las cosas del pasado, incluso las de la infancia y las de la concepción. Hay un Repositorio con todas sus celdas dispuestas por tema, por año, de manera numérica y alfabética. Así, cuando un animal, perplejo por haber perdido un pensamiento o palabra, se rasca la mollera, el ataque de los dedos invasores golpeando a las puertas de la naturaleza pone en alarma todos los tenedores de datos que echan a andar a toda prisa, abren los cerrojos de todas las clasificaciones, buscan diligentemente lo que se les pide y de inmediato se lo entregan al cerebro. Si no pueden hallarlo, reclaman paciencia hasta que ingresan al núcleo y dan con los pequeños catálogos que contienen los pasajes mínimos de una vida y, de ese modo nunca fallan en entregar lo requerido en el momento en el que se lo solicitan, como también en cualquier otro momento. Es así que, cuando algo subyace de manera muy abstrusa y al hurgar por toda la recámara no se lo encuentra, a menudo dan con una cosa cuando están buscando otra.

      En un lugar más remoto también está la Retentiva que, como los registros en la Torre, toma posesión de todos aquellos asuntos que, por falta de espacio, son removidos de las clasificaciones en el Repositorio. Los mismos son puestos bajo llave con gran cuidado y no se liberan sino en ocasiones muy solemnes; están tras barrotes y cerrojos para que no se pierdan por ningún motivo. Es un sitio en el que la Consciencia tiene un enorme almacén y el diablo, otro. El primero se abre muy de vez en cuando, pero tiene una hendidura por la cual se cuelan hasta las más mínimas locuras y los crímenes más insustanciales que se hayan cometido en la vida; como los hombres rara vez se preocupan por revisarlos, sus cerraduras están harto oxidadas y se abren con gran dificultad y en ocasiones realmente extraordinarias, como la enfermedad, las aflicciones, la cárcel, los accidentes o la muerte. Es entonces cuando todos los barrotes se abren a la vez, presionados desde el interior con más fuerza que de costumbre, como un tonel de vino que, por falta de ventilación, estalla haciendo volar todos sus aros.

      Por lo que respecta al Almacén del diablo, ante el mismo están apostados de manera permanente dos guardianes, Orgullo y Vanidad, y jamás se alejan de las puertas, mientras exhiben ostentosamente los productos que custodian, simulando que se trata de virtudes y de logros humanos. En medio de esta curiosa parte de la Naturaleza se extiende un camino real que representa el mundo,