Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lucas Margarit
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Mundos
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788869343001
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las conductas sociales parece indicar un viraje nuevo en la imaginación de las utopías que aspiren a diseñar una República Moral Perfecta que, a decir de J.C. Davis, son aquellas que pretendían resolver el problema colectivo

      no aumentando la gama ni la cantidad de las satisfacciones disponibles, sino por una limitación personal del apetito de lo que existía para cada grupo e individuo. Se insistía en el deber, la lealtad, la caridad y la virtud, practicados por cada individuo como requisito para la regeneración de la sociedad. (40)

      Para alcanzar esa sociedad más perfecta de la que proviene un conocimiento emancipado, el protagonista utiliza una máquina voladora que denomina consolidador. Con la descripción de la misma se detona la alegoría que promueve una lectura más encorsetada de la aventura lunar y deja poco espacio al vuelo fantástico en la creación de otros mundos. La aeronave en cuestión está hecha de plumas, 513 para mayor precisión. Al respecto, Riccardo Capoferro(12) comenta que:

      La apariencia de esta improbable aeronave marca el comienzo de la alegoría […] Las plumas del consolidador son 513 y todas tienen las mismas dimensiones físicas excepto “una pluma [que es] extraordinaria”. El funcionamiento del consolidador se asemeja luego con el del Parlamento en una secuencia de alusiones que evocan la historia de Inglaterra en los cincuenta años precedentes. Por ejemplo, el narrador señala que las plumas elegidas con descuido fueron la causa de que la nave se estrellara y que el rey, que viajaba hacia la Tierra, resultara decapitado (una alusión a la ejecución de Carlos I). (2010: 180)

      El lunario con quien primero hace contacto nuestro protagonista resulta ser un filósofo (evidente alter ego de Defoe),(13) que de inmediato lo pone en contacto con objetos desconocidos, que detentan insólitos poderes; en primer lugar, se describe un lente capaz de agrandar las imágenes lejanas, tanto que, desde la Luna se puede observar sin dificultad lo que ocurre en la tierra hasta en los más ínfimos detalles de la vida diaria.

      Defoe no oculta su intención satírica y utiliza un acudido recurso en este tipo de literaturas, que es el de posar la mirada sobre las prácticas corruptas, el incumplimiento de las leyes, las guerras violentas y las confrontaciones políticas de Europa en general y de Inglaterra en particular, desde un lugar con una reputación moral y ética que se haya construido narrativamente como indiscutible. Es decir, el mundo ficcional debería estar moldeado de manera tal que su solo modo de interacción socio-política y cultural se erija para el lector como contrapartida suficiente para poder calibrar los contrastes con las disparidades en las sociedades terráqueas. Casi de inmediato, sin embargo, el lector percibe que aquí la mención de las máquinas y de los instrumentos extraordinarios son dispositivos presentados con el mero fin de ilustrar las controversias políticas y religiosas del momento, al margen de una integración sólida al servicio de la ficción. Es precisamente sobre este punto que Riccardo Capoferro observa que la obra de Defoe carece del “sofisticado aparato de verosimilitud que caracteriza esa otra gran sátira alegórica que es Los viajes de Gulliver” (2009: 212) y advierte más que acertadamente que:

      En la medida en que el subtexto político se vuelve determinante, la alegoría pierde su apariencia de realismo, pues carece de una verosimilitud consistente.

      Por lo que cabría admitir que

      La representación del consolidador en la Luna se vuelve, en otras palabras, instrumental para algo diferente. (2009: 215)

      Desde un ángulo no muy diferente, John Richetti sospecha que “La sátira de El consolidador fracasa por su evidente literalidad. Quien opina es el autor y, después de un rato, comenzamos a cansarnos del asunto” (110). El marcado acento panfletario, que remite a un contexto muy próximo a la enunciación y conocido por sus lectores, dificulta la mayoría de las veces la comprensión de los comentarios a la recepción del siglo XXI, sobre todo cuando el narrador alude a determinados personajes solo por su inicial y convierte en ardua –y estéril– la tarea de su reconocimiento, o menciona hechos devenidos hoy tangenciales en el análisis de determinados acontecimientos históricos. Finalmente, la acumulación de imágenes de igual tenor que el narrador proporciona a modo de ejemplificación hace que las conclusiones resulten previsibles, y esto resta interés desde el punto de vista narrativo, también porque la crítica manifiesta deja poco lugar al humor, que suele ser un ingrediente atractivo en las inversiones satíricas. Su biógrafo Thomas Wright había notado ya en 1894 que “Es probable que para nosotros el principal interés de El consolidador es que ha sido una obra de la que Swift extrajo muchas de las ideas a las que posteriormente dio entidad en su Gulliver” (112). Algo más lapidario al respecto, aunque no falto de razón, Adam Roberts asevera que la obra resulta ser:

      un producto poco característico de este tan brillante y entretenido autor; es inusual en el sentido –aclara– que está saturado de referencias satíricas y alegóricas contextuales, hasta acercarse al estado de absoluta ilegibilidad. (2006: 80)

      Me parece importante destacar, por otra parte, un aspecto relacionado con una actitud ambigua del narrador con respecto a la administración de los saberes. Por un lado, él apoya con entusiasmo los supuestos descubrimientos científicos de chinos y lunarios, pero, al mismo tiempo, estos no se presentan como adquisiciones recientes, sino más bien como algo heredado de tiempos remotos. Este enfoque piensa la investigación científica no como un ejercicio privilegiado que ocupe una posición de avanzada, de cara al futuro y a la innovación permanente (según el espíritu que animaba la Royal Society), sino más bien como una actividad afanada en una revisión atenta y cuidadosa de los saberes recibidos.

      Al respecto, cabría también notar que el avance civilizatorio, para Defoe corre parejo a un manejo más armónico de las cuestiones políticas y sociales, y estas no pueden estar disociadas de espíritus y mentes éticamente centrados; esta particular perspectiva es la que está en la base de la visión que ilumina cada uno de los adelantos en el saber que el viajero descubre en tierra china o de las máquinas de las que más adelante toma conocimiento en la Luna. Por otra parte, la posición que el narrador de Defoe asume con respecto al conocimiento es solidaria –como es de imaginar– con el lugar que el autor ocupó en los debates generados en torno a la Querella de los antiguos y los modernos, que tanto dividía las aguas entre los intelectuales de su época. Sobre este punto en particular, Narelle L. Shaw trae el ejemplo de los comentarios que el narrador hace respecto de la circulación de la sangre. Poco menos de un siglo antes, en 1628, William Harvey había revolucionado el modo en que el saber médico concebía el flujo sanguíneo dando a conocer sus investigaciones al respecto, generando una controversia que seguía vigente en el momento en que se publica el escrito de Defoe. Shaw advierte que:

      junto con las cuestiones referidas a los inventos de la pólvora, la imprenta y la brújula, la que concierne al descubrimiento de la circulación de la sangre constituye un aspecto importante de los argumentos respecto de los saberes antiguo y moderno.

      El narrador se muestra reticente en pronunciar la aceptación de lo descubierto por Harvey, evidenciando una postura que halla su eco en otros escritos de Defoe, en los que, recuerda Shaw:

      Había concebido la posibilidad que el movimiento de la sangre ya había sido descrito por los antiguos pobladores de Tiro y de Egipto, pero sugirió que ese conocimiento se había luego perdido cuando los romanos conquistaron a esos pueblos eruditos. (395-396)

      Es decir, para Defoe no habría nada nuevo en lo demostrado por Harvey o por los pensadores alineados con la recientemente fundada comunidad científica, lo que ellos hacían era solo una variante de algo que había sido soterrado o descartado en el decurso de la historia de la humanidad, nada que un estudio más cuidadoso de las bibliotecas del pasado no pudiera rescatar. Es en este sentido que habría que interpretar el comentario del narrador cuando advierte que no hay nada que los europeos puedan catalogar de novedoso o moderno ante el valor y cuantía de los descubrimientos chinos, aunque deberemos aceptar unas páginas más adelante que estos distan de ser tan originales o inéditos como habíamos supuesto.

      Hemos dicho anteriormente que para el narrador resulta necesario pensar una sociedad científicamente sólida siempre que el entorno sea políticamente estable y moralmente representativo de los mandatos de un cristianismo reformado. Esta conjunción de factores se manifiesta