Utopías inglesas del siglo XVIII. Lucas Margarit. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lucas Margarit
Издательство: Bookwire
Серия: Colección Mundos
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788869343001
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He oído que, por lo general, entre nosotros los que no están muy familiarizados con la Revelación se preocupan mucho por las Demostraciones; ha surgido toda una generación que, para resolver las dificultades de los sistemas sobrenaturales imagina algo vasto, poderoso e informe, pero que es representado como un gran ojo: esta sustancia óptica lo perciben como una natura naturans, o un poder generador, como si pudiésemos imaginar que el alma de un hombre se asemeja a este original, según la noción que tienen los que leen esa vieja y ridiculizada leyenda llamada Biblia, que dice que el hombre está hecho a imagen de su creador: el alma del hombre, en opinión de los naturalistas sería, por lo tanto, un vasto poder óptico que se esparce por todas sus partes, pero que se asienta, principalmente, en su cabeza. A partir de este hecho, reducen todo ser a su vista, algunos son más capaces de ver y ser receptivos a los objetos que otros; no consideran que existan cosas invisibles, sino que nuestra vista no es lo suficientemente buena, o se ha visto reducida u oscurecida, por un lado, por accidentes externos como lo son la distancia del lugar, los vapores que se interponen, las nubes, el aire líquido, las exhalaciones; por otra parte, pueden intervenir factores internos como serían los errores de distracción, las nociones descabelladas, un entendimiento nublado, las fantasías vacuas y mil obstáculos más que se interponen e impiden que la vista opere con claridad. En particular, estos obstruyen las facultades perceptivas, debilitan la cabeza y llevan a la humanidad toda a necesitar anteojos para educarse desde la etapa del nacimiento. Más aún, a partir de que usan estos ojos artificiales, logran aclarar la vista para ver lo que esta no puede ver; la mayor sabiduría de la humanidad, el más alto beneficio que el hombre debe anhelar es poder ver aquello para lo cual ha nacido ciego. Esta meta empuja al hombre a la búsqueda de medios para la recuperación de la vista y corre de la escuela hacia las artes y ciencias y ahí se hace de horóscopos, microscopios, telescopios, caleidoscopios, y todos los “escopios” y lentes que puedan curarlo del entendimiento lunar ciego que lo aqueja. Lleva esto adelante con una maravillosa habilidad y años de aplicación, luego de vagar por desiertos y pantanos de suposiciones, conjeturas, estimaciones y cálculos y vaya uno a saber qué otras cosas, que lo hicieron encontrarse con la física, la política, la ética, la astronomía, la matemática y cosas tan desconcertantes como esas que lo llevan con grandes dificultades hacia un minúsculo lugar llamado demostración. Ni uno en diez mil encuentra un camino provechoso, sino que se pierden en la jornada tediosa y sin refinamientos. Los que esto hacen envejecen siendo poco avezados para el camino, así que ni bien alcanzan a vislumbrar este ojo universal, este esclarecimiento general, mueren habiendo tenido un tiempo muy escaso para mostrarle el camino a los que vienen detrás.

      Ahora bien, como la búsqueda intensa de eso que llaman demostración me llenó de deseos de verlo todo, me detuve a observar la extraña multitud de misterios que encontré en todas las acciones de los hombres, mi curiosidad se vio estimulada a indagar si es que el Gran Ojo del mundo no le había dado a nadie el don de la clarividencia o bien si es que allá hicieron de ella un mejor uso del que nosotros hicimos aquí. No debe sorprender que yo estuviese tan feliz en mi persecución de esta búsqueda al llegar a China, cuando me percaté de que en esas tierras estaban más avanzados que nosotros, confirmando la creencia de que proceden de un origen más antiguo que el nuestro. Nos han dicho que, en la edad temprana del mundo, la fuerza de la creación superaba con creces a la que vino después: en las últimas eras se ha perdido la prístina fuerza de la razón y de la invención, que pereció en el diluvio con nuestros ancestros y no recibimos ayuda desde entonces, así que hemos llegado luego de extensos tanteos a partes remotas del conocimiento, con el auxilio de la lectura, de la conversación y de la experiencia. Pero, todo esto no es sino una débil imitación, un mero parecido, el remedo de lo que se conocía en aquellos tiempos magistrales.

      Ahora, de ser verdad como se ha insinuado que el imperio chino estaba poblado mucho antes de que ocurriera el diluvio y que no fueron destruidos en tiempos de Noé, no sería extraño pensar que nos sobrepasan en esta cuestión de la mirada en lo que llamamos conocimiento general, pues las perfecciones que la naturaleza nos otorgó al principio de los tiempos no fueron sofocadas en ellos por esa gran calamidad. Personalmente, me deleitaron mucho las cosas extraordinarias que vi en esos países, cuando oí acerca del mundo lunar y que se podía llegar ahí desde nuestros parajes, esto me conmovió más de lo que puedan imaginar. Yo ya había oído que algunos sabios filósofos hablan del mundo lunar y algunos están obsesionados con él. Pero ninguna de las refinadas mentes, ni siquiera el obispo Wilkins, halló el artefacto mecánico cuyo movimiento es suficiente para tratar de pasar a ese mundo. Recientemente, sin embargo, un autor muy formal(44) ha hallado que el entusiasmo(45) es una de las operaciones mecánicas del espíritu y, si hubiese llevado la cuestión hacia sus últimas consecuencias, no hay duda de que habría logrado aterrizar por estos lares, con o sin máquina. Sin embargo, él basó todo su sistema sobre una noción de viento errónea, siendo su docta hipótesis contraria a la naturaleza de las cosas en este clima, donde la elasticidad del aire es muy diferente y donde la presión de la atmósfera no tiene fuerza alguna debido a la falta de vapor. Todo su concepto se disolvió en un vapor nativo y voló hacia arriba con ese estruendo de llama lívida que llamamos blasfemia. Esta quema todo el ingenio y la fantasía del autor y deja tras de sí un olor raro que tiene esa poco feliz cualidad por la cual todo el que lea el libro pueda oler al autor. Este último, por otra parte, nunca llegó demasiado lejos, si bien embarcó hacia Dublín para poner al resguardo a los amigos ante el mínimo peligro de una conjetura.

      Pero regresemos ahora hacia esas felices regiones del continente lunar en el que aterricé y que pude admirar; algo que me sorprendió, sin embargo, es la alteración del clima y, en particular, una rara salubridad y fragancia en el aire que hallé por demás nutricia y placentera. Aunque apenas perceptible a la respiración, era comprensible que sería provechoso para la vida si nos fuese suministrado por un tiempo prolongado, pues usaríamos poco y nada nuestros fuelles naturales. Ya tendré ocasión de realizar un examen crítico de la naturaleza, usos y ventajas de tener buenos pulmones, pero limitaré ahora mis observaciones a los aspectos que se relacionen especialmente con el ojo y la mirada. No fue poca mi sorpresa, os aseguro, cuando, al hallarme sobre un montículo descubrí que era capaz de ver y distinguir cosas a una distancia de cien millas y más. Al buscar más información sobre este punto, la gente me dijo que había ahí cerca un reconocido filósofo que podía aclararme la cuestión.

      No tiene sentido que les diga el nombre de este hombre o siquiera si tiene nombre. La cosa es sencilla, había un hombre en la Luna, pero el intercambio que tuve con él fue muy extraño. En nuestro primer encuentro me preguntó si yo había llegado de la Luna. Le dije que no y esto lo enojó bastante, me trató de mentiroso y añadió que había sabido perfectamente y desde el primer momento de dónde provenía. Contesté que yo había llegado al mundo de la Luna y comencé a alterarme al igual que él. Transcurrió un tiempo antes de ponernos de acuerdo, su punto fue que yo había bajado de la Luna y el mío que yo había bajado a la Luna.(46) Esto no ocurrió sin antes desarrollar explicaciones, demostraciones, diseñar esferas, globos, regiones, atmósferas y mil diagramas que respaldaban cada uno de los puntos de vista. Insistí en mi posición, ya que mi experimento me calificaba para sostenerla y lo desafié a volver conmigo para comprobarlo. Él, como filósofo que era, antepuso mil principios, conjeturas y problemas esféricos para confrontar mi posición y, como toda demostración, dijo eran puros inventos míos.

      Teníamos diferencias de todo tipo, y cada uno por su parte estaba en lo cierto y, a la vez ambos estábamos equivocados y teníamos razón, y viceversa. Fue muy difícil conciliar este entuerto, hasta que finalmente se produjo la demostración: lo que él llamaba Luna nos mostraba su lado oscuro tres días después del plenilunio, y a través de sus extraordinarios telescopios pude notar que el país sobre el cual daba el sol era todo Luna, mientras que el otro era todo Mundo; tanto si imaginé o si realmente lo vi, lo cierto es que distinguí las altas torres de las inmensas ciudades de China. Sobre esto y otras cosas debatimos y llegamos a la siguiente conclusión, sobre la que tanto el anciano como yo estuvimos de acuerdo, que hay dos lunas y dos mundos, esta es Luna para ellos y aquella es Luna para nosotros, como si se tratara de un sol entre dos espejos, uno brillando sobre el otro por reflexión, de acuerdo con la posición oblicua o directa que cada uno ocupe. Este asunto nos proporcionó mucho placer, pues, ¿quién no quiere estar en lo correcto? Nos complace cuando nuestras nociones son reconocidas por