Amando y descansando en el Dios soberano
¿Cómo podemos soportar este gran peso? ¡No podemos! Dios es el único que puede llevar las cargas del mundo porque Él es quien ha determinado estas cosas para bien. Él anuncia lo por venir desde el principio. Si bien Dios no es el autor de mal, Él lo utiliza para Sus propios fines, para Su gloria. Ciertamente la ira del hombre le alabará (Salmos 76:10). ¿Cuál fue el peor crimen que se ha cometido? La muerte del inocente Hijo de Dios. Este acto tan ruin se convirtió en el mayor bien para la humanidad.
Pedro proclamó esta verdad:
Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella (Hechos 2:22-24).
No seremos capaces de entender todas las razones del pecado, heridas y dolor de nuestro mundo, pero sabemos que Dios es Dios y es todo lo que necesitamos saber. El hecho que seamos esposas de un pastor no nos hace exentas de las luchas en la fe. Incluso Asaf, un escritor piadoso de muchos salmos, casi pierde su fe al ver la prosperidad de la impía y aparente ausencia de recompensa de los que viven para Dios. Él admite que si públicamente expresara sus dudas, causaría que los jóvenes creyentes tropezaran (Salmo 73:15). Sin embargo, él corre a la presencia de Dios. Estando ahí puede ver el porqué de las cosas. Diciendo: “Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre. Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien; He puesto en Jehová el Señor mi esperanza, Para contar todas tus obras” (Salmo 73:26,28).
¿Y qué hay del caso de Job? Él no tenía idea de la gran gloria que vendría al perder su familia, riquezas, reputación y salud. Job soportó su sufrimiento con justicia. Pero cuando quería cuestionar el propósito de Dios, fue humillado en el silencio cuando Dios le recordó quien fundó la tierra, extendió los cielos y puso el alba en su lugar. Dios le pregunto, “¿Enviarás tú los relámpagos, para que ellos vayan? ¿Y te dirán ellos: Henos aquí?” (Job 38:35). Al final de la abrumadora revelación de Dios de sí mismo, Job responde. “Respondió Job a Jehová, y dijo: Yo conozco que todo lo puedes, Y que no hay pensamiento que se esconda de ti. De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:1-2, 5-6).
Nuestra dolida esposa de pastor, la cual citamos hace un momento, tenía la respuesta. Cuando nuestros corazones se duelen por la desilusión, debemos amar y deleitarnos en nuestro soberano Dios, confiando que Él hace lo que es sabio y bueno. ¿Pero cómo hacemos esto?
Conociendo personalmente a Cristo
Es necesario que conozcamos a Dios, así podremos confiar en Él como lo hizo Job. La única manera de conocer a Dios es a través de Su Hijo Jesucristo. Si verdaderamente logramos dar un vistazo a Jesús, nos veremos obligados a adorarle a Él y deleitarnos en Él por sobre todas las cosas.
La Palabra de Dios nos dice, “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). Sí, incluso nosotras como esposas de pastor necesitamos probarnos a nosotras mismas.
Una muy querida amiga vino por fe a Jesucristo reconociéndole como Salvador después de que se casó con un graduado del seminario. Era una mujer muy dulce de quien este hombre se enamoró, pero nunca había comprendido la dolorosa verdad de su insuficiencia al cumplir los estándares de perfección de Dios y confiar en la muerte de Cristo en la cruz. Ella había confiado durante toda su vida en su propia bondad, no dándose cuenta de su miseria ante Dios y que necesitaba de Su gracia para la salvación. Que gozo fue para ambos cuando ella nació de nuevo en la familia de Dios solo por fe (Juan 3:1-21).
No se trata de si somos suficientemente buenos o incluso si somos religiosos. Todo es por la gracia de Dios. Como Job, debemos arrepentirnos de nuestros pecados y confiar en la salvadora muerte de Cristo. Es nuestra pobreza de espíritu, debemos darnos cuenta que no es por nuestra habilidad de hacer que Dios nos ame porque toda nuestra justicia es como trapos de inmundicia ante Él (Isaías 64:6). Es necesario tener una experiencia personal con el increíble amor de Dios y confesar que Él es Dios y Salvador. La salvación es un don de Dios (Efesios 2:8-9).
¿Cómo probarte a ti misma si estas en la fe? Hazte las siguientes preguntas, “¿He respondido a Su gran amor al confiar personalmente en la cruz de Jesús, quien es Dios encarnado, pagando todos mis pecados? ¿He confesado a Cristo como mi Señor y Salvador—el Único que ha perdonado mis pecados y me ha justificado ante Dios?”
Cuando nos unimos a Cristo a través del nuevo nacimiento, cada momento que compartimos con Él es de gran satisfacción en nuestra vida y tienes una pasión por glorificar a Dios en todo lo que haces.
El rey David tenía esa relación de un alma satisfecha en Dios. Conoció al Pastor personal e íntimamente siendo él un joven pastor. Podrías tu decir como David en el salmo con todo tu corazón, “Jehová es mi pastor; nada me faltará” (Salmo 23:1).
Debido a que el Pastor se convirtió en el sacrificio y pagó el precio de nuestro pecado, tu y yo tenemos todo lo necesario. Satisface todas nuestras necesidades—de perdón, restauración, guía, protección en medio del peligro, consuelo, bendición, gozo, bondad, misericordia y además el cielo. Él es nuestra sabiduría, rectitud, sacrificio y redención (1 Corintios 1:30). Él es todo lo que necesitamos para la salvación y vivir la vida de fe para complacer a Dios y satisfacer nuestra propia alma.
En el maravilloso tratado acerca de la supremacía de Cristo en todas las cosas, Pablo escribe, “Y Él es ante todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten; y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, Él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:17-18).
Querida amiga, ¿has buscado hacer de Jesucristo la preminencia de tu vida? No podemos hacerlo en nuestra propia fuerza. Pero a medida permanecemos en Él, se convierte en nuestro todo en todo.
Permaneciendo en Cristo
Justo antes de que Jesús fuera a la cruz, Sus palabras de despedida fueron dirigidas a Sus discípulos, quienes en breve estarían enfrentando la devastación de Su muerte. Les dio la hermosa imagen de Él como la vid y Sus discípulos como los pámpanos (Juan 15:1-17). No puede haber una relación más cercana que esa. Los pámpanos tienen la vida y nutrientes por medio de la vid—todo lo que necesita para crecer y ser fiel. Jesús les dijo que debían estar unidos a Él como los pámpanos estaban unidos a la vid. Esto nos ilustra la dependencia y constante comunión entre Cristo y nosotros y que es Él mismo quien produce el fruto en nuestras vidas a través de esa conexión viva.
El llevar fruto es importante. Jesús dice, “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitaré” (Juan 15:2). Si tenemos esa conexión con Jesús, tendremos frutos visibles—el fruto del Espíritu que crece en nuestra propia experiencia, otras personas que vienen a los pies de Cristo y sus vidas son edificadas al nosotros instruirlas. Pero si nuestras vidas no dan fruto serán quitadas (juzgadas). El Jardinero celestial se deshace de las ramas secas para que las ramas vivas puedan mostrar que son realmente de Él. Él poda y recorta las ramas para que lleven más fruto. Este puede ser un proceso doloroso, pero Él nos poda por un propósito lleno de amor—para que cada pámpano pueda ser más fiel. Esta enseñanza de Jesús nos impulsa a examinar nuestras vidas acerca de nuestro fruto.
¿Estás llevando fruto? Ten en mente que el fruto generalmente se da cuando hay pruebas. Esas pruebas que probablemente estemos pasando en el ministerio están produciendo fruto para Su gloria, por las cuales Él nos recompensará. ¡No es increíble que sea Él quien produce el fruto