En unión sagrada con un pastor. Somerville Mary. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Somerville Mary
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9781629461519
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destruidos. Debemos encontrar el origen del devastador síndrome del éxito.

      ¿Cómo pueden estos buenos deseos, deseos de ver nuestros ministerios tener éxito y que nuestras vidas sean útiles, convertirse en una espiral descendente tan dañina? El proceso ocurre lenta y sutilmente, a medida dejamos que el mundo se introduzca y nuestros corazones comiencen a buscar su versión engañosa del éxito.

      Cuando contemplamos la manera en que la gente de nuestra sociedad consumista busca una iglesia, parece ser que se aproximan a ellas de la misma manera en que lo hacen cuando compran mercancía. Cuanto más grande la tienda, más cosas tiene que ofrecerte—entonces hay que comprar ahí. Las iglesias responden empleando buenas técnicas de mercadotecnia, mayores presupuestos y edificios más grandes y elegantes. La predicación debe ser corta y no debe confrontar para no ahuyentar a nadie. El éxito consiste en que reconozcan el nombre, tener a un pastor con un programa de radio, que escriba libros e imparta conferencias internacionalmente. Es el tener un lugar de alabanza moderno y todo tipo de programas para satisfacer las necesidades de la gente. El American Heritage Dictionary (Diccionario del Patrimonio Americano) define el éxito como lograr algo que se intenta; alcanzar fama o prosperidad.

      Si te encuentras esforzándote para que tu iglesia alcance la aprobación de la mayoría de los cristianos del siglo veintiuno y los buscadores de iglesia, probablemente estás cayendo en la definición mundana del éxito. ¿Acaso los números, el crecimiento, los aplausos, la fama o la prosperidad definen el éxito de acuerdo a la perspectiva de Dios?

      ¿Qué hay de ti en lo personal? ¿Qué define el éxito desde tu perspectiva— ser una anfitriona perfecta, destacar como una persona “real” con un oficio “real”, tener una hermosa casa? ¿Estás permitiendo que la definición mundana del éxito se introduzca? Puedes estarlo haciendo si buscas logros rápidos y cuantificables, algún tipo de fama o prosperidad. Si de te fijas en lo que te motiva verdaderamente, ¿encontrarías un ansia de auto-promoción y progreso?

      Si este es el caso, cuando no obtienes los resultados que deseas, te volverás depresiva, crítica y aún más determinada a encontrar la aprobación de alguien. Es entonces cuando sabes que estás en las garras del síndrome del éxito (Santiago 4).

       ¿Cuál es la cura para el síndrome del éxito?

      ¿Existe algún medicamento que podamos tomar para calmar nuestras ambiciones y depresiones? ¿Hay alguna clase de anteojos que nos hagan ver nuestra situación como ideal? Tal vez solo necesitamos hablar más positivamente de nuestros ministerios y tener más fe en que Dios cumplirá aquellas metas que anhelamos.

      No, el síndrome del éxito debe ser atacado desde la raíz. Es impulsado por una codicia hacia un éxito mundano, logros, fama y prosperidad. Puede solamente ser conquistado por una transformación de nuestras pasiones. El síndrome del éxito no es una enfermedad sino un ciclo de pecado que puede ser destruido a través del arrepentimiento. La sanidad viene a través de la humildad, a medida cambiamos la pasión por la exaltación personal con una renovada pasión por la exaltación de Dios.

       Despójate de la pasión por logros personales y aprobación.Vístete de la pasión por agradar a Cristo

      El síndrome del éxito establece que debes alcanzar tus propias metas; debes obtener la aprobación de los hombres. Dios dice que debemos buscar agradarle a Él. En lugar de agradar a los hombres, necesito ser como Pablo, quien no buscaba el favor de los hombres, sino el de Dios. Él dijo, “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).

      Es natural el desear los aplausos de la gente, pero solo necesitamos los del cielo. ¿Quién es el que juzga el éxito? La preocupación de Pablo era solo lo que Dios pensaba. “Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor” (1 Corintios 4:4). Esto nos da un estándar más alto con el cual debemos medirnos.

      El objetivo de Pablo era ser agradable para Dios sabiendo que, “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (1 Corintios 5:9-10). Solo necesitamos agradar a Dios.

      A todos nos complace el ser amados y apreciados por todos todo el tiempo. He luchado con el deseo de que toda mujer en nuestra iglesia me considere su mejor amiga. Amo a cada uno de ellas y deseo estar cercana a ellas. Sin embargo, eso no es posible. ¿Me imposibilita esto de acercarme a ellas? No.

      El saber que soy completamente amada y segura—segura en mi relación con Dios— debería ayudarme a lidiar con los desaires, las críticas, el rechazo y los malos entendidos que puedan surgir.

      En lugar de buscar el agrado de los hombres, Dios dirige a sus hijos a trabajar de corazón para el Señor, ya que sus recompensas son las que realmente importan. Algunas parejas de ministros trabajan hasta el agotamiento buscando convertirse en una mega-iglesia, pensando que eso es el éxito. Debemos encontrar el equilibrio entre trabajar duro, descansar y tomar tiempo para nuestra familia. Jesús dijo que su yugo es fácil y ligera su carga (Mateo 11:30). Debemos prepararnos para la carrera que tenemos por delante. Nosotras, como esposas, podemos ayudar a nuestros maridos a mantener un equilibrio entre el trabajo y el descanso.

      Para poder derrotar al síndrome del éxito debemos tomar nuestra dosis de humildad mientras reconocemos que Dios es el juez y su estándar es la perfección. No hay nada que podamos hacer para merecer su aprobación. Pero por la gracia de Dios hemos sido justificados y podemos servirle con una conciencia limpia (2 corintios 1:12).

      Él (Jesús) debe crecer y yo menguar. Dios se glorifica más cuando usa a un cualquiera, en vez de alguien especial. Pablo escribió que Dios le dio un aguijón en la carne, para evitar que se exaltara a sí mismo. A través de esta situación, él aprendió otra lección del “reino al revés”—el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Corintios 12:9). Entre más reconozcamos nuestra propia debilidad, más brillará a través de nosotros el poder de Dios.

      Este es el éxito en el que debemos regocijarnos: Su poder trabajando en nosotros. ¿Amamos a Cristo tanto como para servirle cuando nadie nos ve o aprecia o incluso cuando hacemos enemigos por causa del evangelio? Ese es el éxito en sus ojos.

       Despójate de la pasión por la buena famaVístete de la pasión por el nombre de Cristo

      El síndrome del éxito establece que debes buscar fama—el ser conocido, apreciado o aclamado. Debes ser mejor que alguien más para promoverte. La Escritura nos enseña que no es provechoso el compararnos con otros. “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Corintios 10:12).

      A pesar de lo inútil que es, somos propensos a hacerlo. ¿Ves a tu ministerio como menos exitoso a comparación de aquellos que tienen ministerios más grandes? Parece ser que quienes tienen ministerios más grandes son más apreciados y por lo tanto deben ser más exitosos. Yo he pensado de esa manera. Mi amiga Pat Palau, quien era mi compañera de cuarto en la universidad, tiene un esposo con un ministerio exitoso. Luis ha ministrado a millones de personas a través de sus cruzadas evangelísticas. Él ha escrito libros y su enseñanza es trasmitida a través de la radio en toda América Latina y el mundo. Yo recuerdo que pensaba cuán insignificante era nuestro pequeño ministerio en la iglesia a comparación del ministerio de Luis, en donde predicaba a millones y miles se entregaban a Cristo. Confesé esto a mi amiga Pat hace unos años, mientras estábamos en una conferencia en donde Luis era el orador. Recuerdo sus palabras, “No debes sentirte de esa manera. Tu esposo tiene un llamado diferente—el de pastor y maestro para equipar a los santos para el ministerio. Luis tiene otro llamado—el de evangelista. Si tu alcance no es a miles, no significa que sea menos exitoso. El ministerio de Luis es solo el primer paso. Los creyentes deben ser nutridos en las iglesias. El trabajo del pastor es vital. Su fidelidad en la iglesia local es invaluable para el reino