Mi relación con Jesucristo me satisface. Encuentro contentamiento en Él y puedo ser el estímulo para mi esposo que Dios quiere que sea. El éxito se define como Jesús y nada más, Él es todo lo que necesito.
Cuando estamos completamente satisfechos con Cristo estamos dispuestos a sacrificar todo con el propósito de que otros tengan la misma prosperidad (2 Corintios 5:18-6:10). En lugar de buscar nuestra comodidad, podemos sacrificarnos y negarnos a nosotros mismos por el bien del evangelio. Pablo escribió a una iglesia a la cual él había ministrado, “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Corintios 12:15). Él había invertido al máximo en las vidas de los creyentes de Corinto, pero ellos creían rumores ridículos acerca de él. Era difícil para él. Sin embargo, su entusiasmo por el evangelio no disminuyó. Pablo consideraba un privilegio el sufrir por Cristo y Su iglesia (Filipenses 3:7-14; Efesios 3:8-13). “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia…a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:24, 28).
Cuando te veas tentada a buscar prosperidad y fama— ¡detente! Recuerda que en Cristo están escondidos los tesoros de sabiduría y conocimiento. Puedes estar contento en él.
Despójate de la pasión por el éxito mundanoVístete de la pasión por llevar fruto a través de la fidelidad
El mundo define el éxito como alcanzar logros, fama, riqueza y comodidad. Dios define la prosperidad de una manera diferente. Una vida próspera en los ojos de Dios es una vida de fidelidad que lleva fruto y una vida que se da por los demás. ¿Cómo es esto? Es buscar que la Palabra de Dios se extienda rápidamente y sea glorificada (2 Tesalonicenses 3:1-2), que las almas eternas sean salvas (2 Timoteo 2:10), que cada hombre sea encontrado perfecto en Cristo (Colosenses 1:28) y buscar la corona de justicia (2 Timoteo 4:8). El brillo de las recompensas que buscamos como cristianos, perdura mucho más allá del brillo temporal del oro.
Tenemos la recompensa de ser parte de formar discípulos fieles de Cristo. “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo…porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (1 Tesalonicenses 2:19-20; 3:8).
¿Valoras la fidelidad de tu esposo y la gente de tu iglesia? Yo le agradezco a mi esposo constantemente por serme fiel. Creo que no expreso gratitud suficiente hacia la gente de nuestra iglesia. Tenemos algunos miembros que aún están activos en nuestra iglesia y que formaban parte del grupo original hace 25 años. Cuando me desanimo por gente que deja nuestra iglesia, tengo la costumbre de pensar en aquellos miembros fieles para darme ánimo.
En nuestra primera iglesia, contábamos con gente que había sido fiel a esa congregación por más de 50 años. Louise Nilse escribió y se hizo cargo del boletín por más de 30 años, utilizando un viejo mimeógrafo. Uno de los ancianos, Lewis Larsen, sirvió por el mismo periodo de tiempo.
Mi padre era un modelo de fidelidad. Él dirigió el coro en una pequeña iglesia bautista por 30 años y enseñó historia por 56 años. ¡Qué gran legado para la siguiente generación—fidelidad! Si esto trae gran gozo a los líderes de su iglesia, imagina cuánto gozo trae al corazón de Dios. Creo que estos siervos humildes segarán mayores recompensas que muchas personas quienes aparentan ser más exitosas a los ojos del mundo.
Jesús habló sobre este punto cuando relató la parábola de los talentos. Aquellos quienes invierten sus bienes de manera sabia y responsable reciben el elogio, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). A los esclavos se les otorgaban diferentes recursos y se esperaba que produjeran conforme a ellos. Algunos tenían ganancias mayores que otros, pero todos aquellos que eran fieles al utilizar lo que se les dio, eran alabados.
Dios tiene a la fidelidad en alta estima. Debemos, por Su poder, permanecer fieles a Él, a nuestras familias y a la iglesia. Debemos correr esta carrera para ganar la corona incorruptible. Debemos disciplinarnos para no ser al final eliminados (1 Corintios 9:23-27).
Mientras permanezcamos fieles a nuestros llamados (como hemos visto en el capítulo 1) y permanezcamos en Él, veremos fruto. ¿En qué se diferencia esto del síndrome del éxito? En lugar de buscar alcanzar logros, fama y prosperidad, buscamos agradar a Dios, fama para el nombre de Cristo, contentamiento y sacrificio personal.
Al entregar fielmente nuestras vidas, sabemos que seremos recompensados con el tesoro incorruptible de haber sido parte de la construcción del reino de Dios. La diferencia radica en los motivos y los medios. Al inicio de su ministerio, Pablo dijo, “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). El verdadero éxito es alcanzado para la gloria de Dios y no para exaltación personal. El verdadero éxito se alcanza a través de la humildad y fidelidad. Al final de su vida, Pablo pudo decir,
He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:7-8).
Esto, mi amiga, es lo principal. Alineemos nuestras pasiones y prácticas a las de Pablo, y el síndrome del éxito no tendrá poder sobre nosotros. Seremos capaces de correr la carrera para verdaderamente ganar el premio.
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