Estar unidos a la vid es lo mismo que ser llenos del Espíritu, como nos dice Efesios 5:18. Si vivo en obediencia a Su palabra viviendo una vida de pureza, confesando todos mis pecados y dependiendo de Su poder para producir fruto en mi vida, estoy siendo lleno de Su Espíritu.
Jesucristo vive dentro de nosotros en la persona del Espíritu Santo, ¿pero lo contemplamos en todo lo que hacemos? ¿Sus pensamientos dominan nuestra vida? ¿Nuestros pensamientos se basan en Él al despertar y antes de irnos a dormir? ¿Por qué será que constantemente dejamos que nuestras mentes se desvíen a cosas menos importantes si no hay nada que se le compare a Él y habitar en Su hermosura?
En cuanto pongamos ante Él lo que hacemos, todas las cosas que realicemos serán como actos de adoración. Estallará nuestro corazón de alabanza si constantemente pensamos en Su gracia y amor. Vivir constantemente en la presencia del Señor Jesús traerá gozo a nuestras vidas.
Para poder soportar el peso constante del ministerio y poder crecer en el fruto del Espíritu debemos tener esa vital conexión con Jesucristo. No hay otra forma para poder llevar esta clase de vida.
Viviendo a través de la Palabra de Dios
¿Cómo nutrimos esta unidad con Jesucristo? ¿Cómo llevar a la práctica de nuestra vida diaria el valorar a Cristo sobre todo y permanecer en Él?
Jesús dijo, “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7). Escuchar y obedecer Su Palabra debe ser importante para nosotros.
Para poder comprender la importancia de esto necesitamos ver la historia donde Jesús llevó a tres de Sus discípulos a la montaña a orar. Cuando Jesús comenzó a orar, Su gloria fue evidente y Sus ropas se volvieron blancas y resplandecientes. Moisés y Elías vinieron a hablar con Él acerca de su próxima muerte. Después de quedarse dormidos durante el tiempo de oración, los discípulos despiertan para ver la gloria de Jesús y a los dos hombres con Él. Cuando los hombres se iban, Pedro le dijo a Jesús, “hagamos tres enramadas” (Lucas 9:33). Lo que quería hacer era algo bueno. ¿Qué sucedió? “Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. Y vino una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado; a él oíd”.
Era más importante escuchar a Jesús que construir algo. Es lo más importante en nuestras vidas—más importante que lo que podemos lograr para Él. Grandes cosas podemos hacer para Él pero estas tienen su origen en la intimidad que tenemos con Él, pero es más importante escuchar la voz de Dios y obedecerle que hacer grandes cosas para Él. Debo de guardar esto en mi mente porque constantemente tiendo a ser como Pedro—“hagamos algo”. Al tener vidas tan ocupadas es importante que pasemos tiempo con el Señor leyendo y meditando en Su palabra para no enfriarnos espiritualmente y cansarnos de hacer el bien.
Podría necesitarse una buena planeación para encontrar tiempo a solas con el Señor—un tiempo lejos de las presiones y demandas del ministerio. Todos necesitamos tiempo para estar quietos y escuchar Su voz a través de Su palabra.
La forma principal en que he podido buscar Su voz y sostener mi caminar con Cristo ha sido llevando un diario. Alrededor de hace veinte años comencé a llevar un diario de mi tiempo a solas con Él y no sé por dónde comenzar a decirte la gran bendición que ha sido a mi vida. Por favor toma en cuenta que no lo he practicado a la perfección, pero ha sido mi meta.
Para comenzar mi tiempo en la Palabra, comienzo orando la oración hecha por el autor del Salmo 119—es el pasaje más largo de la Biblia, el cual exalta la palabra de Dios: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmo 119:18). Como Dios es el autor principal, Él puede abrir nuestros ojos para entender y aplicar Su preciosa Palabra en nuestras vidas.
Leo en forma consecutiva y tomo nota de una “cosa maravillosa” cada día en mi diario. También busco responder a lo que he leído al escribir una oración alabando a Dios y pidiéndole que obre acorde a lo que leí—para ser más como Cristo. Por ejemplo, mi respuesta al pasaje de la transfiguración de Jesús sería, “¡Señor eres increíble! Jesús eres más grande que Moisés y que Elías. En Ti la ley y los profetas están completos. Tú eres el Verbo hecho carne. ¡Oh que pudiera contemplar Tu gloria! Oro para que me puedas ayudar a constantemente escucharte y obedecer Tu voz”.
Mi esposo también guarda un diario y a menudo comenzamos nuestro día compartiendo nuestras “cosas maravillosas”. Es nuestro alimento espiritual. Nos ayuda a mantener una fresca relación con Cristo. No hay sustituto a la Palabra de Dios.
Deseo que tú también, tengas un plan para llegar a la indefectible verdad de la Palabra de Dios cada día. Es la verdadera forma de construir tu relación con Cristo.
Viviendo mediante la comunión con Dios en la oración
También podemos nutrir nuestra unidad con Cristo por medio de la oración. Al orar, Dios imprime su propia imagen del carácter de Cristo en nuestras vidas—Su amor, sabiduría y Su compasión por aquellos por quienes oramos. Nos sometemos a Su voluntad al orar, “Señor, que se haga tu voluntad”. No oramos para nuestro propio provecho sino para la gloria de Dios.
En ocasiones, sin embargo, cuando queremos ir a Dios en oración nos sentimos insuficientes o que le hemos fallado de algún modo importante. Sentimos cómo si Dios no quisiera escuchar de nosotros y ciertamente no quisiera responder a nuestras oraciones.
Es necesario recordar que nuestra justicia ante Dios no se basa en nuestra habilidad de hacer lo que es correcto. Podemos venir ante “el trono de gracia” de Dios por el sacrificio de Jesús en la cruz. Nos salvó y nos oye totalmente por gracia. ¡Podemos valientemente llegar ante Su trono porque Jesús ya abrió el camino (Hebreos 4:16)! Al entrar en la presencia de Dios, podemos llamarle “Abba” o papito, ya que tenemos el espíritu de adopción, es decir, una conciencia de que hemos sido adoptados a Su familia. Somos Sus hijos (Romanos 8:15).
En el modelo de oración que Jesús nos dejó, incluyó la confesión de pecados. “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Cuando venimos a la presencia de nuestro Santo Padre debemos venir buscando perdón y limpieza, y eso es lo que nos dará (1 Juan 1:9). Es entonces que podemos entrar tan puros como Jesús, sin temor y sin duda.
No solamente venimos ante Él para confesión de pecados, sino también con acción de gracia y adoración. El salmista escribió, “Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre” (Salmo 100:4). Y “Sacrifica a Dios alabanza, Y paga tus votos al Altísimo; El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, Le mostraré la salvación de Dios” (Salmo 50:14,23). Glorificamos a Dios por medio de nuestra gratitud y honra a Él. Derramemos nuestros corazones en agradecimiento por quién es Él. Al leer Su palabra vemos Su carácter retratado de tantas formas—Su soberanía, Su amor y perdón, Su omnipotencia y omnisciencia. Podemos ver Su hermosura y perfección, Su santidad y justicia. Vemos Su misericordia y gracia. Esto como resultado de un corazón que le alaba y da gracias por todo lo que Él es y lo que ha hecho por nosotros.
Jesús dijo, “pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7b). Quiero hacerle caso a Jesús en ese deseo que Él tiene de que le pidamos y así ser retada a orar de la manera que Dios desea—por cosas que solo Él puede hacer. Dios le dio un hijo a Sara cuando ella tenía 90 años y su esposo 100. Eso es algo que solo Él puede hacer. Dios puso a Su Hijo en el vientre de María. Eso es algo que solo Él puede hacer. ¿Hay algo difícil para Dios? Si la respuesta es no, ¡entonces vayamos a Él en oración, esperando cosas grandes y gloriosas!
Para mí, ha sido una práctica constante el llevar un diario de oración. Es allí donde