Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
Скачать книгу
y guirnaldas de flores y fruta, que le ofrecieron a Mono. Todo mundo estaba de muy buen humor. Si no sabes cuál fue el resultado y cómo le fue a Mono de regreso en su viejo hogar, debes escuchar lo que se relata en el siguiente capítulo.

      III

      LA HISTORIA DEL REY MONO

      TRAS SU REGRESO TRIUNFAL, luego de darle muerte al Demonio de los Estragos y arrebatarle su enorme alfanje, Mono practicaba todos los días su manejo de la espada y les enseñaba a los monitos cómo afilar los bambúes para hacer lanzas con ellos, fabricar espadas de madera y estandartes; cómo patrullar, atacar y retroceder, acampar, construir estacadas, etcétera. Se divertían mucho al hacerlo; sin embargo, mientras se encontraba sentado en un lugar tranquilo, de pronto, Mono pensó en voz alta:

      —Todo esto no es más que un juego, pero sus consecuencias pueden ser graves. Imaginen que algún rey humano o un rey de las aves o de las bestias se enterara de lo que hacemos: bien podría pensar que tramamos una conspiración en su contra y mandar a sus ejércitos a atacarnos. Las lanzas de bambú y las espadas de madera no serían de mucha ayuda. Deberíamos tener espadas, lanzas y alabardas de verdad. ¿Cómo vamos a conseguirlas?

      —¡Excelente idea! —dijeron—. Pero no hay ningún lugar donde podamos obtenerlas.

      En ese momento cuatro monos ancianos dieron un paso al frente. Eran dos macacos tibetanos de trasero rojo y dos monos sin cola de trasero plano.

      —¡Gran Rey! —dijeron—. Si quiere mandar a hacer armas, nada sería más fácil.

      —¿Por qué piensan que es tan fácil? —preguntó Mono.

      —Al este de nuestras montañas hay doscientas leguas de agua. Es la frontera de Ao-lai, y hay ahí un rey cuya ciudad está llena de soldados. De seguro tiene toda clase de productos de metal. Si va para allá, seguro que puede comprar armas o mandarlas a hacer especialmente. Y luego puede enseñarnos a usarlas y estaremos en condiciones de defendernos. Ésa es la forma de protegernos de la extinción.

      Mono estaba encantado con esa idea.

      —Quédense aquí y entreténganse mientras voy a ver qué puede hacerse —dijo.

      ¡Querido Rey Mono! Partió en su trapecio de nubes y en un abrir y cerrar de ojos había atravesado esas doscientas leguas de agua, y del otro lado había, en efecto, una ciudad con murallas y foso, barrios y mercados, e innumerables calles por las que los hombres caminaban de un lado a otro bajo el agradable sol. Dijo para sus adentros: “En un lugar así con toda seguridad tienen armas ya hechas. Iré a comprar algunas. O, mejor aún, obtendré unas con magia”.

      Hizo un pase mágico, recitó un hechizo y dibujó un diagrama mágico en el suelo. Luego se paró en medio, respiró hondo y sacó el aire con tal fuerza que lanzó volando por el aire arena y piedras. Esa tempestad alarmó tanto al rey del país y a sus súbditos que se encerraron en las casas. Mono hizo descender su nube, se dirigió a los edificios del gobierno y pronto encontró el arsenal. Forzó la cerradura de la puerta y entró. Había ante él un enorme suministro de espadas, lanzas, alfanjes, alabardas, hachas, guadañas, hurgones, fustas, garrotes, arcos y ballestas: cualquier clase de arma imaginable. “Es un poco más de lo que puedo llevar”, pensó.

      Así, como antes había hecho, transformó sus pelos en miles de monitos que empezaron a robarse las armas. Algunos conseguían cargar seis o siete, otros tres o cuatro, hasta que poco después el arsenal quedó vacío. Luego un fuerte vendaval mágico los llevó de vuelta a la cueva. Los monos que se encontraban en casa jugaban frente a la puerta de la cueva cuando de repente vieron una multitud de monos en el cielo; se asustaron tanto que todos se precipitaron a esconderse. Unos momentos después, Mono hizo descender su nube y convirtió a los miles de monitos en pelos. Amontonó las armas en la ladera y gritó:

      —¡Pequeños, vengan por sus armas!

      Para su sorpresa, hallaron a Mono de pie en el suelo y a solas. Corrieron a rendirle homenaje y éste les explicó lo que había sucedido. Cuando lo hubieron felicitado por su desempeño, empezaron a agarrar espadas y alfanjes, a levantar hachas, a pelearse por las lanzas y a llevarse arcos y ballestas. Esa competencia, que fue muy ruidosa, duró la jornada entera.

      Al día siguiente llegaron desfilando, como de costumbre, y el pase de lista reveló que en total eran cuarenta y siete mil. Las bestias salvajes de la montaña y los reyes demonios de toda clase, moradores de no menos de setenta y dos cuevas, fueron a rendirle homenaje a Mono, y de ahí en adelante llevaron tributos cada año y se alistaron una vez cada estación. Algunos proporcionaban trabajo, y otros, suministros. La montaña de Flores y Fruta se volvió tan fuerte como una cubeta de hierro o una muralla de bronce. Los reyes demonios de diferentes distritos también presentaron tambores de bronce, estandartes de colores, yelmos y cotas de malla. Entrenaban y marchaban a diario, armando un tremendo ajetreo. Todo iba bien cuando, de repente, un buen día Mono les dijo a sus súbditos:

      —Parece que van muy bien con el entrenamiento, pero a mí la espada me resulta muy incómoda y de hecho no me gusta nada. ¿Qué hacer?

      Los cuatro monos ancianos dieron un paso al frente:

      —Gran Rey, es completamente natural que usted, al ser un inmortal, no tenga interés en usar esta arma terrenal. ¿Considera que le sería posible conseguir una de los moradores del mar?

      —¿Y por qué no, si se puede saber? —dijo Mono—. Desde mi iluminación he llegado a dominar setenta y dos transformaciones. Lo más maravilloso de todo es que puedo montar las nubes. Puedo volverme invisible. Puedo penetrar el bronce y la piedra. El agua no puede ahogarme y el fuego no puede quemarme. ¿Qué me impide conseguir un arma de los poderes del mar?

      —Bueno, si puede hacerlo, adelante —dijeron—. El agua que corre bajo este puente de hierro viene del palacio del Dragón del mar del Este. ¿Y si va y le hace una visita al Rey Dragón? Si le pide un arma, sin duda le encontraría algo adecuado.

      —Ya lo creo que iré.

      Mono fue a la cabeza de puente, recitó un hechizo para protegerse de los efectos del agua y se metió de un brinco, avanzando junto con el curso del agua hasta llegar al fondo del mar del Este. Enseguida lo detuvo un iaksa que patrullaba las aguas.

      —¿Qué deidad es ésa que viene por el agua? —preguntó—. Preséntate y anunciaré tu llegada.

      —Soy el Rey Mono de la montaña de Flores y Fruta —dijo Mono—. Soy vecino cercano del Rey Dragón y pienso que debería conocerlo.

      El iaksa comunicó el mensaje; el Rey Dragón se levantó presuroso y acudió a la puerta de su palacio, llevando consigo a sus hijos y nietos dragones, a sus soldados camarones y sus generales cangrejo.

      —Pasa, alto inmortal, pasa —dijo.

      Entraron al palacio y se sentaron frente a frente en el asiento superior. Después de tomar el té, el dragón preguntó:

      —Dime: ¿cuánto tiempo has estado iluminado y qué artes mágicas has aprendido?

      —Desde la infancia he llevado una vida religiosa —dijo Mono—, y ahora estoy más allá del nacimiento y la destrucción. A últimas fechas he estado entrenando a mis súbditos sobre cómo defender su hogar, pero yo mismo no tengo un arma apropiada. Se me dice que mi honrado vecino, dentro de los portales de concha de su palacio de verde jade, con toda seguridad cuenta con muchas armas mágicas de sobra.

      Al Rey Dragón no le gustaba negarse y ordenó a un capitán trucha que llevara una enorme espada.

      —No soy bueno con la espada —dijo Mono—. ¿No podrías encontrar algo más?

      Entonces el Rey Dragón le dijo a un guardián chanquete que con ayuda de un portero anguila sacara una horca de nueve púas. Mono la agarró y dio unas estocadas de prueba.

      —Es muy ligera —dijo— y no se adapta al tamaño