Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
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brama y a un general de brigada carpa que sacaran una enorme alabarda que pesaba tres mil doscientos kilos. Mono la agarró y, después de dar unas estocadas y bloqueos, la hizo a un lado.

      —Sigue siendo muy ligera.

      —Es el arma más pesada que tenemos en el palacio —dijo el Rey Dragón—. No tengo nada más para mostrarte.

      —Dice el proverbio: “De nada le sirve al Rey Dragón fingir que no tiene tesoros” —dijo Mono—. Vuelve a buscar y, si encuentras algo apropiado, te daré un buen precio.

      —Te advierto que no tengo nada más —dijo el Rey Dragón.

      En ese momento la madre dragón y su hija salieron discretamente de los cuartos del fondo del palacio y dijeron:

      —Gran Rey, vemos que este mono sabio tiene unas capacidades poco comunes. En nuestro tesoro está el hierro mágico con que se apisonó la cama de la Vía Láctea. Lleva varios días brillando con una extraña luz. ¿No sería esto quizá el presagio de que debíamos dársela al sabio que acaba de llegar?

      —Ésta —dijo el Rey Dragón— es la cosa que usó el Gran Yü cuando contuvo el Diluvio para reparar la profundidad de los ríos y los mares. No es más que una pieza de hierro sagrado. ¿De qué le serviría?

      —No te preocupes por si la usa o no —dijo la madre dragona—. Sólo dásela y, si puede con ella, deja que se la lleve.

      El Rey Dragón accedió y se lo dijo a Mono.

      —Tráemela y le echaré un vistazo —dijo Mono.

      —¡De ninguna manera! —respondió el Rey Dragón—. Es demasiado pesada para moverla. Tendrás que ir tú a verla.

      —¿Dónde está? —preguntó Mono—. Muéstrame el camino.

      El Rey Dragón lo llevó al tesoro del mar, donde enseguida vio algo que brillaba con innumerables rayos de luz dorada.

      —Ahí está —dijo el Rey Dragón.

      En actitud de respeto, Mono se acicaló y se acercó al objeto. Resultó ser un grueso pilar de hierro, como de seis metros de largo. El Mono tomó un extremo con ambas manos y lo levantó un poco.

      —Un pelín demasiado largo y demasiado grueso —dijo. Enseguida el pilar se achicó unos metros y se estrechó. Mono lo sintió—. Un poco más chico no haría daño —añadió.

      El pilar volvió a encogerse. Mono estaba encantado.

      Al sacarlo a la luz, descubrió que en cada extremo había un broche de oro, mientras que el resto era de hierro negro. En el extremo más cercano tenía la inscripción BASTÓN DE LOS DESEOS CON BROCHES DE ORO. PESO: SEIS MIL CIENTO VEINTITRÉS KILOGRAMOS.

      “¡Magnífico! No podría esperar un mejor tesoro que éste”, pensó Mono.

      Sin embargo, mientras avanzaba decía para sus adentros, toqueteando el bastón: “Si fuera tantito más chico, sería maravilloso”. Y, en efecto, cuando salió ya no medía mucho más de medio metro. Mira nada más cómo hace alarde de su magia, cómo hace súbitas estocadas y pases de camino de regreso al palacio. El Rey Dragón temblaba viendo aquello, y los príncipes dragones estaban en un revuelo. Tortugas de tierra y de mar metieron las cabezas en sus caparazones; los peces, los cangrejos y los camarones buscaron un escondite. Mono, con el tesoro en la mano, se sentó junto al Rey Dragón.

      —Estoy profundamente agradecido por la gentileza de mi honrado vecino —dijo.

      —Ni lo menciones —dijo el Rey Dragón.

      —Sí, es un pedazo de hierro útil —observó Mono—, pero hay algo más que quisiera decir.

      —Gran Inmortal —dijo el Rey Dragón—, ¿qué más tienes que decir?

      —Antes de tener este hierro era diferente, si bien ahora —comentó Mono—, con algo semejante en la mano, empiezo a sentir que me hace falta alguna prenda apropiada para utilizar con él. Si tienes algo en esa línea, por favor, dámelo. Te quedaría muy agradecido.

      —No tengo nada —dijo el Rey Dragón.

      —Como dice el viejo dicho —atajó Mono—: “Un invitado no debe molestar a dos anfitriones”. No te vas a deshacer de mí al fingir que no tienes lo que quiero.

      —Te convendría probar en otro mar —dijo el Rey Dragón—. Es posible que ellos puedan ayudarte.

      —Mejor sentarse en una casa que correr a tres —respondió Mono—. Exijo que me encuentres algo.

      —Te aseguro que no poseo ninguna prenda como la que me pides —dijo el Rey Dragón—. Si la tuviera, te la daría.

      —Está bien —dijo Mono—; probaré mi hierro contigo y pronto veremos si puedes darme una.

      —Calma, calma, gran inmortal —dijo el Rey Dragón—, ¡no me pegues! Sólo déjame averiguar si mis hermanos tienen algo que te puedan dar.

      —¿Dónde viven? —preguntó Mono.

      —Son los dragones de los mares del Sur, del Norte y del Oeste —dijo el Rey Dragón.

      —No voy a ir tan lejos —dijo Mono—. “Dos en mano son mejores que tres bajo fianza.” Encuéntrame algo aquí y ahora. No me importa de dónde lo saques.

      —Nunca sugerí que tú debieras ir —dijo el Rey Dragón—. Aquí tenemos un tambor de acero y un gong de bronce. Si pasa algo importante, los hago sonar y mis hermanos vienen de inmediato.

      —Muy bien —dijo Mono—. Sé listo y haz sonar el tambor y el gong.

      Por consecuencia, un cocodrilo tocó el tambor y una tortuga, el gong, y en un santiamén llegaron los tres dragones.

      —Hermano —dijo el Dragón del Sur—, ¿qué asunto urgente te ha llevado a golpear el tambor y sonar el gong?

      —Haces bien en preguntar —dijo el Rey Dragón—. Un vecino mío, el sabio de la montaña de Flores y Fruta, vino hoy a mí para inquirir sobre un arma mágica. Le di el hierro con que fue apisonada la Vía Láctea. Ahora dice que necesita ropa. Aquí no tenemos nada de esa clase. ¿No podría uno de ustedes encontrarme algo para quitármelo de encima?

      El Dragón del Sur estaba furioso.

      —¡Hermanos! —gritó—, convoquemos a hombres armados para que vengan a apresar al granuja.

      —¡De ninguna manera! —dijo el Dragón del Oeste—. El más mínimo golpe con ese acero es mortal.

      —Sería mejor no interferir con él. Démosle algunas prendas, sólo para deshacernos de él, y luego nos quejaremos con el cielo para que lo castigue.

      —Buena idea —dijo el Dragón del Norte—. Yo tengo un par de zapatos para pisar nubes hechos de fibra de loto.

      —Yo tengo un gorro de pluma de ave fénix y oro rojo —dijo el Dragón del Sur.

      —Yo tengo un jubón de cota de malla hecho de oro amarillo —dijo el Dragón del Oeste.

      El Rey Dragón estaba encantado y los llevó a ver a Mono y darle sus obsequios. Mono se puso las cosas y, con su bastón de los deseos en la mano, salió dando grandes zancadas.

      —Cochinos viejos soplones —les dijo a los dragones al pasar y éstos, con gran indignación, se pusieron a conferenciar para planear cómo denunciarlo con los poderes superiores.

      Los cuatro viejos monos y todos los demás esperaban a su rey junto al puente. De pronto lo vieron salir de las olas de un brinco, sin una sola gota de agua sobre él, todo brillante y dorado, y subieron el puente corriendo. Se arrodillaron ante él.

      —¡Gran Rey, cuánto esplendor! —exclamaron.

      Con el viento primaveral dándole de lleno en la cara, Mono se montó en el trono y colocó el bastón de hierro frente a él. Los monos se precipitaron hacia