1 Analectas de Confucio, II, 22. [Todas las notas son de Arthur Waley.]
2 Una legua eran trescientos sesenta pasos.
3 Hay un juego de palabras con hsing, que significa tanto “apodo” como “mal genio”.
II
LA HISTORIA DEL REY MONO
MONO ESTABA TAN CONTENTO con su nuevo nombre que se puso a dar de brincos enfrente del patriarca e hizo una reverencia para expresar su gratitud. Entonces Subodhi les ordenó a sus discípulos que llevaran a Mono a los cuartos de afuera y le enseñaran a regar y a sacudir, a saber responder cuando le hablaran, cómo entrar, salir y caminar. Luego se inclinó ante sus compañeros y salió al corredor, donde se preparó un sitio para dormir. Temprano a la mañana siguiente, practicó junto con los demás el modo correcto de hablar y comportarse, estudió las escrituras, discutió la doctrina, practicó la escritura y encendió incienso. Así pasó día tras día, dedicando su tiempo libre a barrer el piso, desmalezar el jardín, cultivar flores, ocuparse de los árboles, conseguir leña y encender el fuego, sacar agua y acarrearla en cubetas. Se le daba todo lo que necesitaba. Y así vio pasar el tiempo desde la cueva por seis o siete años. Un buen día el patriarca, sentado en su trono, convocó a todos sus discípulos y comenzó un discurso sobre la gran manera. Mono estaba tan fascinado por lo que escuchaba que se pellizcó las orejas y se frotó los cachetes; su frente florecía y sus ojos reían. No podía evitar que sus manos bailaran y sus pies patearan el suelo. De pronto el patriarca lo vio y gritó:
—¿De qué te sirve estar aquí si, en lugar de escuchar mi clase, brincas y bailas como loco?
—Te escucho con todas mis fuerzas —dijo Mono—, pero decías cosas tan maravillosas que no pude reprimir mi alegría. Por eso, que yo sepa, he estado saltando y brincando. No te enojes conmigo.
—¿Entonces reconoces la profundidad de mis palabras? —preguntó el patriarca—. Dime, ¿cuánto tiempo has estado en la escuela?
—Puede parecer un poco tonto —dijo Mono—, pero en realidad no sé cuánto tiempo. Sólo recuerdo que, cuando me mandaron por leña, subí la montaña detrás de la cueva y encontré ahí una pendiente totalmente cubierta de durazneros. Siete veces me he empachado con esos duraznos.
—Se llama la colina de la Brillante Flor de Durazno —dijo el patriarca—. Si has comido ahí siete veces, supongo que has estado aquí siete años. ¿Qué clase de sabiduría esperas ahora obtener de mí?
—Eso te lo dejo a ti —dijo Mono—. Cualquier clase de sabiduría. Para mí toda es una misma.
—Hay trescientas sesenta escuelas de sabiduría —dijo el patriarca—, y todas conducen a la autorrealización. ¿Qué escuela deseas estudiar?
—La que consideres mejor —dijo Mono—. Soy todo oídos.
—Muy bien; ¿qué te parece el arte? —sugirió el patriarca—. ¿Te gustaría que te enseñara eso?
—¿Ésa qué clase de sabiduría es?
—Con el arte podrías llamar a las hadas y montar el ave fénix, adivinar con las varillas de milenrama y saber cómo evitar el desastre y buscar fortuna.
—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.
—Claro que no —aclaró el patriarca.
—Entonces no me sirve de nada.
—¿Y qué te parecería la filosofía natural? —preguntó el patriarca.
—¿Eso de qué se trata?
—Son las enseñanzas de Confucio, de Buda y de Lao Tsé, de los dualistas y Mo Tzu y los doctores de la medicina; leer las escrituras, rezar, aprender a tener expertos y sabios a tu entera disposición.
—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.
—Si eso es en lo que piensas —dijo el patriarca–, me temo que la filosofía no te servirá más que un puntal en la pared.
—Maestro: yo soy un hombre común y corriente y no entiendo ese tipo de discursos. ¿A qué te refieres con un puntal en la pared?
—Cuando un grupo de hombres construye un cuarto —le explicó el patriarca— y quiere que se mantenga firme, pone un pilar que apuntale las paredes. Sin embargo, un buen día el techo se cae y el pilar se viene abajo.
—Eso no suena a una larga vida —dijo Mono—. ¡No voy a aprender filosofía!
—¿Y qué me dices del quietismo? —preguntó el patriarca.
—¿Eso en qué consiste? —preguntó Mono.
—Poca comida, inactividad, meditación, restricciones en las palabras y las acciones, yoga prostrado o de pie —le explicó el patriarca.
—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.
—Los resultados del quietismo no sirven más que la arcilla cruda en el horno.
—Qué mala memoria tienes —dijo Mono—. ¿No te acabo de decir que no entiendo esa palabrería? ¿A qué te refieres con arcilla cruda en el horno?
—Los ladrillos y las tejas pueden estar esperando, listas y formadas, en el horno, pero si aún no se cuecen, llegará un día en que caigan fuertes lluvias y arrasen con ellas.
—Eso no suena muy prometedor para el futuro —dijo Mono—. Creo que descartaré el quietismo.
—Puedes probar con ejercicios —propuso el patriarca.
—¿A qué te refieres? —preguntó Mono.
—A diferentes formas de actividad, como los ejercicios llamados “Juntar el yin y reparar el yang”, “Tensar el arco y accionar la catapulta”, “Frotar el ombligo para pasar aire”. Están también las prácticas alquímicas, como la “Explosión mágica”, “Quemar los carrizos y encender el trípode”, “Potenciar el minio”, “Derretir la piedra de otoño” y “Beber leche de la novia”.
—¿Y éstos me van a hacer vivir para siempre? —preguntó Mono.
—Desear eso —dijo el patriarca— sería como tratar de pescar a la luna para sacarla del agua.
—¡Y dale! —exclamó Mono—. ¿A qué te refieres con sacar a la luna del agua, si se puede saber?
—Cuando la luna está en el cielo, se refleja en el agua. Parece la luna real, pero si tratas de agarrarla te das cuenta de que es una mera ilusión.
—Eso no suena bien —dijo Mono—. No aprenderé ejercicios.
—¡Vamos! —gritó el patriarca; bajó de la plataforma, agarró la nudillera y, apuntando a Mono, dijo—: ¡Simio desgraciado! No quieres aprender esto, no quieres aprender eso otro. Me gustaría saber qué es lo que sí quieres —y al decirlo golpeó al mono en la cabeza tres veces.
Luego unió las manos atrás de la espalda y se fue al cuarto interior dando grandes zancadas, despidió a su público y cerró la puerta con llave tras él. Todos los discípulos se indignaron con Mono.
—¡Simio infame! —le gritaron—, ¿crees que ésa es la manera de comportarse? El maestro ofrece enseñarte y, en lugar de aceptar agradecido, te pones a discutir con él. Ahora está ofendidísimo y quién sabe cuándo volverá.
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