Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
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no tenga un amo al cual obedecer —dijo Mono, levantándolo con una mano—. Este hierro estuvo en el tesoro del mar durante no sé cuántos cientos de miles de años y apenas hace poco empezó a brillar. El Rey Dragón pensaba que no era más que hierro negro y dijo que se usó para aplanar la Vía Láctea. Ninguno de ellos podía levantarlo y me pidieron que me lo llevara. Cuando lo vi por primera vez, medía seis metros. Pensé que era algo grande, así que poco a poco lo fui achicando más y más. Ahora vean cómo lo transformo otra vez —y gritó—: ¡Más chico, más chico, más chico! —enseguida quedó del tamaño exacto de una aguja de bordar, que podía llevarse cómodamente detrás de la oreja.

      —Sáquelo y haga otro truco con él —suplicaron los monos.

      Lo sacó de atrás de su oreja y se lo puso en posición vertical sobre la palma de la mano, gritando:

      —¡Más grande, más grande! —enseguida creció hasta medir seis metros, con lo cual lo subió al puente, empleó un poco de magia cósmica e, inclinándose, gritó—: ¡Alto!

      Con esto, él creció hasta medir más de treinta mil metros: su cabeza quedó a la altura de las montañas más altas; su cintura, a la de las crestas; sus ojos resplandecían como relámpagos; su boca era como un cuenco de sangre; sus dientes, como hojas de espada. El bastón de hierro que asía con la mano se elevó hasta el trigésimo tercer cielo y descendió hasta el decimoctavo infierno. Tigres, panteras, lobos, todos los espíritus malignos de la colina y los demonios de las setenta y dos cuevas le rindieron homenaje, sobrecogidos y temblorosos. Enseguida canceló su manifestación cósmica y el bastón se convirtió de nuevo en una aguja de bordar. Se la puso atrás de la oreja y regresó a la cueva.

      Un día en que Mono ofrecía un gran banquete a los monarcas bestia de los alrededores, después de despedirse de ellos y darles regalos a los líderes grandes y chicos, se acostó bajo un pino al lado del puente de hierro y se quedó dormido. En sueños vio a dos hombres que caminaban hacia él con un documento que tenía su nombre. Sin darle tiempo de pronunciar palabra, sacaron una cuerda, ataron el cuerpo dormido de Mono y se lo llevaron hasta las afueras de una ciudad amurallada. Cuando volvió en sí, levantó la mirada y vio que en las murallas de esa ciudad había un letrero de hierro que decía: TIERRA DE LAS TINIEBLAS. “¡Vaya!”, dijo Mono para sus adentros, cuando súbitamente y con una desagradable sacudida vio dónde se encontraba. “Si aquí es donde vive Yama, el Rey de la Muerte. ¿Cómo llegué aquí?”

      —Tu tiempo en el mundo de la vida ha llegado a su fin —dijeron los dos hombres—, y nos mandaron a arrestarte.

      —Pero si estoy más allá de todo eso —dijo Mono—; ya no estoy compuesto de los cinco elementos ni caigo bajo la jurisdicción de la Muerte. ¡Arrestarme! ¿Qué tonterías son ésas?

      Los dos hombres hicieron caso omiso y siguieron arrastrándolo. Mono entonces se enojó mucho, agarró rápidamente la aguja que tenía detrás de la oreja, la cambió a un tamaño formidable e hizo a los dos mensajeros picadillo. Luego se liberó de sus ataduras y, columpiando el bastón, entró a grandes zancadas en la ciudad. Demonios con cabeza de toro y con cara de caballo huían aterrorizados. Cantidad de fantasmas se precipitaron al palacio para anunciar que un dios de los truenos con cara peluda avanzaba para el ataque. Consternadísimos, los diez jueces de la Muerte se acicalaron y salieron a ver qué pasaba. Al ver el feroz aspecto de Mono, se formaron y lo abordaron con voz fuerte:

      —¡Tu nombre, por favor!

      —Si no saben quién soy, ¿por qué mandaron a dos hombres a arrestarme? —preguntó Mono.

      —¿Cómo puedes acusarnos de algo así? —dijeron—. Seguro que los mensajeros se equivocaron.

      —Yo soy el sabio de la cueva de la Cortina de Agua —dijo Mono—. ¿Ustedes quiénes son?

      —Somos los diez jueces del Emperador de la Muerte —le respondieron.

      —En tal caso —dijo Mono—, les preocupan la retribución y la recompensa y no deberían dejar que esas equivocaciones ocurrieran. Sepan ustedes que gracias a mis esfuerzos me volví inmortal y ya no estoy sujeto a su jurisdicción. ¿Por qué me mandaron arrestar?

      —Pero ¿por qué te enojas? Se trata de un caso de equivocación de identidad. El mundo es un lugar muy grande y resulta probable que varias personas tengan el mismo nombre. Con toda seguridad nuestros policías cometieron un error.

      —Tonterías —dijo Mono—. Como dice el proverbio: “Los jueces yerran, los empleados yerran, el hombre con la orden de arresto nunca yerra”. Apúrense y saquen los registros de los vivos y los muertos, y pronto veremos.

      —Por aquí, por favor —dijeron y lo llevaron al gran salón, donde le ordenaron al funcionario a cargo del registro que sacara sus documentos.

      El funcionario se zambulló en un cuartito aledaño y salió con cinco o seis libros de contabilidad divididos en diez columnas y empezó a repasarlos uno por uno: insectos pelados, insectos vellosos, insectos alados, insectos escamosos… Se rindió, desesperado, y probó con “monos”. Pero el Rey Mono, al tener características humanas, tampoco estaba ahí. Como no era súbdito del unicornio, no figuraba entre los animales, y como no era súbdito del ave fénix, no podía estar clasificado como ave. Sin embargo, había un archivo separado que Mono exigió revisar él mismo y ahí, bajo el título de “Alma tres mil ciento cincuenta”, halló su nombre, seguido de esto: “Linaje: producto natural. Descripción: mono de piedra. Esperanza de vida: trescientos cuarenta y dos años. Una muerte pacífica”.

      —Mi vida no se reduce a una esperanza —dijo Mono—: yo soy eterno. Tacharé mi nombre. ¡Denme un pincel!

      El funcionario se apresuró a proporcionarle un pincel mojado en una tinta espesa y Mono no sólo tachó su nombre, sino los de todos los monos mencionados en los archivos. Luego tiró el libro de contabilidad y dijo:

      —Asunto resuelto —exclamó—. Ahora ustedes no tienen ningún poder sobre nosotros.

      Y al decir esto levantó su bastón y se abrió paso para salir del palacio de las Tinieblas. Los diez jueces no se atrevieron a protestar, pero todos acudieron de inmediato con el Kshitigarbha, guía de los muertos, y discutieron con él la conveniencia de levantar una queja acerca del asunto ante el Emperador de Jade en el cielo. Debido a que Mono se precipitó desnudo fuera de la ciudad, su pie quedó atrapado en una enredadera y se tropezó. Se despertó sobresaltado y descubrió que todo aquello había sido un sueño. Entonces se incorporó y escuchó decir a los cuatro monos ancianos y a los otros que montaban guardia:

      —Gran Rey, ¿no es hora de que ya se despierte? Bebió tanto que lleva la noche entera durmiendo aquí.

      —Debo haberme quedado dormido un rato —explicó Mono—, porque soñé que dos hombres venían a arrestarme —les refirió su sueño y después continuó—: Taché todos nuestros nombres para que esos tipos ya no tengan la posibilidad de entrometerse.

      Los monos se postraron frente a él y le agradecieron. Y de ahí en adelante se ha observado que muchos monos de la montaña nunca envejecen. Es porque sus nombres se tacharon de los registros del Rey de la Muerte.

      Estaba una mañana el Emperador de Jade sentado en su palacio de Nubes con puertas de oro, con todos sus ministros civiles y militares, cuando un oficial anunció:

      —Su majestad el Dragón del mar del Este está afuera con una petición que plantearle.

      Se hizo pasar al dragón y, cuando hubo presentado sus respetos, un niño hada entregó un documento que el Emperador de Jade empezó a leer:

      Este pequeño Dragón del Mar del Este informa a su majestad que cierto falso inmortal de la cueva de la Cortina de Agua maltrató a su servidor y entró a la fuerza a su casa acuática. Exigió un arma, empleando flagrantes intimidaciones, y con violencia y escándalo nos obligó a darle ropa. Mis familiares acuáticos estaban consternados; las tortugas de tierra y las tortugas de mar huyeron despavoridas. El Dragón del Sur temblaba, el Dragón del Oeste estaba horrorizado y el Dragón del Norte se desplomó. Su servidor se vio obligado