Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
Скачать книгу
las manos.

      El leñador estaba tan asombrado que dejó caer el hacha.

      —Cometes un error —dijo, volteando para responder el saludo—; no soy más que un leñador hambriento y andrajoso. ¿Qué te hace dirigirte a mí como “inmortal”?

      —Si no eres inmortal —dijo Mono—, ¿por qué hablaste de ti mismo como si lo fueras?

      —¿Qué dije yo que sonara como si yo fuera un inmortal? —preguntó el leñador.

      —Cuando llegué a la orilla del bosque —explicó Mono—, te oí cantar: “Aquellos con quienes me topo por la vida son todos inmortales y desde sus callados asientos explican las escrituras de la Corte Amarilla”. Esas escrituras son secretas; son textos taoístas. ¿Qué puedes ser sino un inmortal?

      —No te engañaré —dijo el leñador—. Es cierto que esa canción me la enseñó un inmortal, que vive no muy lejos de mi choza. Él vio que debo trabajar arduamente para ganarme la vida y que tengo muchos problemas, así que me dijo que, cuando estuviera preocupado por lo que fuera, me recitara a mí mismo las palabras de esa canción. Eso me consolaría y me libraría de las dificultades. Ahora mismo estaba disgustado por algo y por eso me puse a cantar la canción. No tenía idea de que estuvieras escuchando.

      —Si el inmortal vive cerca, ¿cómo es que no te has convertido en su discípulo? ¿No valdría la pena aprender de él cómo no envejecer jamás?

      —Tengo una vida dura —dijo el leñador—. A los ocho o nueve años perdí a mi padre. No tenía hermanos ni hermanas y recayó únicamente en mí la responsabilidad de mantener a mi madre viuda. No había nada que hacer más que trabajar arduamente desde temprano y hasta tarde. Ahora mi madre es vieja y no me atrevo a dejarla. El jardín está descuidado; no hemos tenido suficientes alimentos ni ropa. Lo más que puedo hacer es cortar dos haces de leña, llevarlos al mercado y, con los centavos que me dan, comprar algunos puñados de arroz que yo mismo cocino y le sirvo a mi anciana madre. No tengo tiempo para ponerme a aprender magia.

      —Por lo que me cuentas, puedo ver que eres un hijo bueno y abnegado y tu devoción será sin duda recompensada. Lo único que te pido es que me enseñes dónde vive el inmortal, pues me gustaría mucho visitarlo.

      —Honrado hermano —dijo Mono, jalando al leñador hacia él—, ven conmigo y, si saco algún provecho de la visita, no olvidaré que tú me guiaste.

      —Cómo cuesta hacer entender a algunas personas —dijo el leñador—. Ya te expliqué por qué no puedo ir. Si fuera contigo, ¿qué pasaría con mi trabajo? ¿Quién alimentaría a mi anciana madre? Yo tengo que seguir cortando madera y tú necesitas ir solo.

      Cuando Mono oyó esto, lo único que se le ocurrió fue despedirse. Se fue del bosque, encontró el sendero, ascendió la cuesta ocho o nueve leguas y, en efecto, encontró una morada en una cueva. Pero la puerta estaba cerrada con llave; reinaba el silencio y no había ninguna señal de que hubiera alguien ahí. De pronto volteó y vio en la cima de un acantilado un bloque de piedra como de nueve metros de alto y casi dos metros y medio de ancho. Tenía una inscripción en grandes letras que decía: CUEVA DE LA LUNA RASGADA Y LAS TRES ESTRELLAS EN LA MONTAÑA DE LA TERRAZA SAGRADA.

      —No cabe duda de que aquí la gente habla con la verdad —dijo Mono—. ¡Realmente existen tal montaña y tal cueva!

      Echó un vistazo por un buen rato, pero no se atrevió a tocar a la puerta. Mejor se trepó a un pino y se puso a comer piñones y a jugar entre las ramas. Tras un tiempo oyó a alguien gritar; la puerta de la cueva se abrió y salió un niño mago de gran belleza, de apariencia completamente distinta a la de los muchachos que hasta ese momento había visto. El niño gritó:

      —¿Quién está armando tanto alboroto?

      El Rey Mono bajó del árbol de un brinco y, acercándose, dijo haciendo una reverencia:

      —Niño mago, soy un discípulo que ha venido a estudiar la inmortalidad. Jamás se me ocurriría armar alboroto.

      —¡¿Un discípulo tú?! —preguntó el niño, riendo.

      —Claro que sí —dijo Mono.

      —Mi maestro está dando clase —dijo el niño—, pero antes de anunciar su tema me pidió que saliera a la puerta y, si había alguien que quisiera instrucción, lo atendiera. Supongo que se refería a ti.

      —Por supuesto que se refería a mí —dijo Mono.

      —Sígueme —dijo el niño.

      Mono se arregló un poco y entró a la cueva detrás del niño. Enormes cámaras se abrían ante ellos; fueron de un cuarto a otro, a través de salones de techos altos e innumerables claustros y refugios, hasta que llegaron a una plataforma de verde jade en la que estaba sentado el patriarca Subodhi con treinta simples inmortales reunidos frente a él. Mono enseguida se postró y golpeó la cabeza tres veces contra el suelo, susurrando:

      —¡Maestro, maestro! Como un discípulo a su maestro te presento mis más humildes respetos.

      —¿De dónde vienes? —preguntó el patriarca—. Primero dime tu país y tu nombre, y luego me vuelves a presentar tus respetos.

      —Soy de la cueva de la Cortina de Agua —dijo Mono—, de la montaña de Flores y Fruta, en el país de Ao-lai.

      —¡Fuera de aquí! —gritó el patriarca—. Conozco a la gente de allá. Son un grupo de astutos y farsantes. Algo traman si uno de ellos pretende que alcanzará la iluminación.

      Mono, doblegándose brutalmente, se apresuró a decir:

      —Aquí no hay artimañas; te estoy diciendo la pura verdad.

      —Si afirmas que hablas con la verdad —dijo el patriarca—, ¿cómo dices que vienes de Ao-lai? Entre ese lugar y éste hay dos océanos y el continente del Sur entero. ¿Cómo llegaste aquí?

      —Floté por los océanos y deambulé por la tierra a lo largo de más de diez años —dijo Mono—, hasta llegar aquí.

      —Yo nunca tengo hsing —dijo Mono—. Si me insultan, no me molesto para nada. Si me pegan, no me enojo; al contrario: me muestro dos veces más amable que antes. Nunca en la vida he tenido hsing.

      —No me refiero a esa clase de hsing —dijo el patriarca—. Lo que pregunto es de qué familia provienes, cuál es su apellido.

      —Yo no tuve familia —dijo Mono—: ni padre ni madre.

      —¡No me digas! —exclamó el patriarca—. Entonces has de haber crecido en un árbol.

      —No precisamente —respondió Mono—. Salí de una piedra. Había una piedra mágica en la montaña de Flores y Fruta. Cuando llegó el momento, se abrió de golpe y salí yo.

      —Tendremos que ver qué nombre darte para la escuela —dijo el patriarca—. Hay doce palabras que empleamos en estos nombres, de acuerdo con el grado del discípulo. Tú estás en décimo grado.

      —¿Cuáles son esas doce palabras? —preguntó Mono.

      —Son amplio, grande, sabio, listo, sincero, adaptable, naturaleza, océano, animado, consciente, perfecto e