—Mono, ¿cómo va ese asunto?
—Gracias a tu bondad, lo he logrado de maravilla. Además de las transformaciones, ahora sé volar.
—Veamos cómo lo haces —dijo el patriarca.
Mono juntó los pies, dio un salto como de veinte metros y, tras montar las nubes unos minutos, cayó frente al patriarca. Esa vez no voló más de tres leguas.
—Maestro —dijo—, ¿verdad que eso que hice fue volar en una nube?
—Yo estaría más inclinado a llamarlo gatear en una nube —dijo el patriarca, riendo—. Hay un viejo dicho: “Un inmortal camina por la mañana hacia el mar del Norte y esa misma tarde llega a Ts’ang-wu”. Tomarse tanto tiempo como tú para avanzar tan sólo una o dos leguas a duras penas cuenta siquiera como gatear en una nube.
—¿Qué significa ese dicho del mar del Norte y Ts’ang-wu? —preguntó Mono.
—Un verdadero volador de nubes puede partir temprano por la mañana del mar del Norte, atravesar el mar del Este, el mar del Oeste y el mar del Sur, y aterrizar en Ts’ang-wu. Ts’ang-wu significa Ling-ling en el mar del Norte. Recorrer los cuatro mares en un día, ¡eso es lo que se llama volar en las nubes!
—Suena muy difícil —dijo Mono.
—No hay en el mundo nada difícil —dijo el patriarca—, son sólo nuestros propios pensamientos los que hacen que lo parezca.
—Maestro —dijo Mono, postrándose—, tú puedes hacer conmigo un buen trabajo. Ya que estás en eso, me harías un gran favor si me enseñaras el arte de volar en las nubes. Nunca olvidaré lo que te debo.
—Cuando los inmortales vuelan en las nubes —dijo el patriarca—, se sientan con las piernas cruzadas y se elevan desde esa posición. Tú no estás haciendo nada por el estilo. Acabo de verte juntar los pies y brincar. En verdad tengo que aprovechar esta oportunidad de enseñarte cómo hacerlo adecuadamente. Aprenderás el “trapecio de nubes”.
Entonces le enseñó la fórmula mágica y dijo así:
—Haz el pase, recita el encantamiento, aprieta los puños, y un brinco te transportará de cabeza ciento ocho mil leguas.
Al escuchar esto, los otros discípulos soltaron risitas ahogadas y dijeron:
—El mono tiene suerte. Si se aprende este truco, podrá hacer mandados, entregar cartas y llevar circulares. De un modo u otro, siempre encontrará cómo ganarse la vida.
Ya era tarde. El maestro y los discípulos fueron a sus aposentos, pero Mono pasó la noche practicando el “trapecio de nubes”; al amanecer ya lo dominaba a la perfección y podía pasear por el espacio a donde quisiera.
Un día de verano, los discípulos llevaban un rato estudiando sus tareas a la sombra de un pino cuando uno dijo:
—Rey Mono, ¿qué pudiste haber hecho en una encarnación anterior para merecer que el maestro te susurrara el otro día al oído la fórmula secreta para evitar las tres calamidades? ¿Ya dominas esas transformaciones?
—A decir verdad —respondió Mono—, aunque por supuesto estoy muy agradecido con el maestro por sus instrucciones, yo también he estado trabajando arduamente día y noche por mi cuenta y ahora ya puedo hacerlas todas.
Uno de los discípulos comentó:
—¿No sería ésta una gran oportunidad de hacernos una pequeña demostración?
Cuando Mono oyó esto, quiso hacer alarde de sus poderes.
—Denme mi asignatura —les solicitó—. ¿En qué necesito convertirme?
—¿Qué te parecería un pino? —respondieron.
Hizo un pase mágico, recitó un encantamiento, se sacudió y se convirtió en pino.
Los discípulos estallaron en aplausos.
—¡Bravo, Rey Mono, bravo! —gritaron. Había tanto barullo que el patriarca salió corriendo, seguido de sus ayudantes.
—¿Quién está haciendo este ruido? —preguntó.
Enseguida los discípulos se controlaron, alisaron sus ropas y dócilmente dieron un paso al frente. Mono adoptó su forma verdadera, se reunió con los demás y dijo:
—Reverendo maestro, estamos estudiando nuestras lecciones aquí afuera. Le aseguro que no había ningún ruido en particular.
—Todos estaban desgañitándose —dijo, enojado, el patriarca—. De ninguna manera sonaba a gente estudiando. Quiero saber qué hacían aquí, gritando y riendo.
Alguien dijo:
—La verdad es que Mono nos mostraba una transformación, sólo para divertirnos. Le dijimos que se convirtiera en pino y lo hizo tan bien que todos le aplaudimos. Eso fue el ruido que oíste. Espero que nos perdones.
—¡Váyanse todos de aquí! —gritó el patriarca—. Y tú, Mono, ven para acá. ¿Qué hacías? ¿Jugar con tus poderes espirituales para convertirte en… qué era? ¿Un pino? ¿Crees que mis enseñanzas eran para que tú pudieras lucirte con otras personas? Si vieras a alguien más convertirse en árbol, ¿no le preguntarías de inmediato cómo lo hizo? Si otros te ven haciéndolo, ¿no es seguro que te van a preguntar? Si temes rehusarte, revelarás el secreto, y si te rehúsas, es muy probable que te traten con rudeza. Estás poniéndote en un grave peligro.
—Lo siento muchísimo —dijo Mono.
—No te castigaré —dijo el patriarca—, pero no puedes quedarte aquí.
Mono rompió a llorar.
—¿Y a dónde iré? —preguntó.
—De regreso al lugar de donde vienes, supongo —dijo el patriarca.
—¿De regreso a la cueva de la Cortina de Agua en Ao-lai, quieres decir?
—¡Sí! —respondió el patriarca—, vuelve tan rápido como puedas si en algo aprecias tu vida. En todo caso, algo es seguro: no puedes quedarte aquí.
—Permítaseme señalar que llevo veinte años fuera de casa y que me dará una gran alegría volver a ver a mis monos súbditos, pero no puedo aceptar irme de aquí hasta que haya correspondido a tus favores.
—No deseo que me correspondas —dijo el patriarca—. Lo único que pido es que, si te metes en problemas, no me involucres ni digas mi nombre.
Mono se dio cuenta de que no tenía caso discutir. Le hizo una reverencia al patriarca y se despidió de sus compañeros.
—Vayas a donde vayas —dijo el patriarca—, estoy convencido de que acabarás mal, así que recuerda: cuando te metas en problemas, te prohíbo terminantemente que digas que eres mi discípulo. Si tan siquiera insinúas algo así, te desollaré vivo, romperé todos tus huesos y desterraré tu alma al sitio de la Novena Oscuridad, donde permanecerá durante diez mil siglos.
—De ninguna manera me aventuraré a decir una sola palabra sobre ti —prometió Mono—. Diré que todo lo descubrí yo solo.
Y con estas palabras se despidió, se dio la media vuelta y,haciendo el pase mágico, montó en su trapecio de nubes, directo al mar del Este. En poco tiempo llegó a la montaña de Flores y Fruta. Hizo descender su nube y, cuando empezaba a andar, oyó un sonido de grullas llamando y monos gritando.
—¡Pequeños —exclamó—, he vuelto!
Enseguida, de cada ranura del acantilado, de arbustos y árboles saltaron monos chicos y grandes, gritando:
—¡Viva nuestro rey! —después se apretujaron en torno