Rey Mono es único en su combinación de belleza con absurdo, profundidad con sinsentido. Folclor, alegoría, religión, historia, sátira antiburocrática y poesía pura: éstos son los elementos singularmente diversos de los que el libro se compone. Los burócratas de la historia son santos en el cielo, y podría suponerse que la sátira se dirigía contra la religión más que contra la burocracia. Sin embargo, la idea de que la jerarquía celestial sea una réplica del gobierno terrenal es aceptada en China. Aquí, como de costumbre, a los chinos se les va la lengua, mientras que otros países sólo nos permiten hacer conjeturas. Con frecuencia se ha planteado la teoría de que los dioses de un pueblo son la réplica de sus gobernantes terrenales. En la mayoría de los casos la derivación es poco clara, pero en la creencia popular china no hay ambigüedad. El cielo no es más que todo el sistema burocrático transferido corporalmente al empíreo.
En lo que respecta a la alegoría, está claro que Tripitaka representa al hombre ordinario, que ansiosa y trabajosamente sortea las dificultades de la vida, mientras que el Rey Mono simboliza la inquieta inestabilidad del genio. De nuevo es evidente que el cerdo Zhu simboliza los apetitos físicos, la fuerza bruta y una especie de torpe paciencia. Arenoso es más enigmático. Los comentaristas dicen que representa el ch’êng, que suele traducirse como “sinceridad”, pero significa algo más cercano a “entusiasmo”. No fue una idea de último momento, pues aparece en algunas de las primeras versiones de la leyenda, pero debe reconocerse que, aunque de algún modo inexplicable es esencial a la historia, se trata de un personaje anodino que en ningún momento queda bien definido.
Se presentaron extractos de este libro en History of Chinese Literature de Giles y en A Mission to Heaven de Timothy Richards, en una época en que no se conocían sino abreviaciones. Helen Hayes da una explicación sencilla aunque muy inexacta al respecto en A Buddhist Pilgrim’s Progress (serie Wisdom of the East). Hay una paráfrasis demasiado libre en japonés a varias manos, con un prefacio fechado en 1806 por el famoso novelista Bakin. Contiene ilustraciones, algunas de Hokusai, y uno de los traductores fue Gakutei, discípulo de Hokusai, que reconoce que cuando emprendió la tarea no tenía conocimientos de chino coloquial. Hace años perdí mi ejemplar de esa versión japonesa y estoy agradecido con Saiji Hasegawa, exdirector de la casa londinense de la Agencia de Prensa Domei, que generosamente me la obsequió. El texto que empleé para la traducción fue publicado por la Oriental Press de Shanghái en 1921.
ARTHUR WALEY
I
LA HISTORIA DEL REY MONO
HABÍA UNA ROCA que desde la creación del mundo fue labrada con las esencias puras del cielo y los magníficos sabores de la Tierra, el vigor de la luz del sol y la gracia de la luz de la luna, hasta que al final quedó mágicamente preñada y un día se abrió y dio a luz a un huevo de piedra casi del tamaño de una pelota. Fertilizado por el viento, se convirtió en un mono de piedra, con todos sus órganos y extremidades. Este mono enseguida aprendió a trepar y correr, pero su primer acto fue hacer una reverencia hacia cada una de las cuatro direcciones. Al hacerlo, una luz acerada salió como flecha de los ojos de este mono y su destello alcanzó el palacio de la Estrella Polar. Ese rayo de luz dejó estupefacto al Emperador de Jade, que estaba sentado en el palacio de Nube de los Portones de Oro, en el salón del Tesoro de los Sagrados Vapores, rodeado de sus ministros magos. Al ver ese extraño destello de luz, les ordenó al Ojo de las Mil Leguas y al Oído Bajo el Viento que abrieran la Puerta Sur del cielo y se asomaran. Estos dos capitanes obedecieron y salieron enseguida al portón; miraron con tal agudeza y escucharon tan bien que pronto pudieron informar:
—Esta luz acerada proviene de la montaña de Flores y Fruta, en las fronteras del pequeño país de Ao-lai, ubicado al este del sagrado continente. En dicha montaña hay una roca mágica que dio a luz a un huevo. Ese huevo se convirtió en un mono de piedra y, cuando hizo su reverencia a las cuatro direcciones, una luz acerada salió de sus ojos con un brillo que alcanzó el palacio de la Estrella Polar. Ahora está bebiendo algo y la luz se está apagando.
El Emperador de Jade condescendió a tener una opinión indulgente.
—Estas criaturas del mundo inferior —dijo— fueron compuestas de la esencia del cielo y la Tierra, y nada que pase ahí debe sorprendernos.
Ese mono caminó, corrió, subió y dio de brincos sobre las colinas, se alimentó de hierbas y arbustos, bebió de arroyos y manantiales, recogió flores de la montaña y buscó frutas. El lobo, la pantera y el tigre eran sus compañeros; el venado y la civeta, sus amigos; los gibones y los babuinos, sus parientes. De noche se alojaba debajo de acantilados de roca; de día deambulaba entre las cumbres de las montañas y las cuevas. Una mañana muy calurosa, después de haber jugado a la sombra de unos pinos, fue junto con los otros monos a bañarse en un arroyo. ¡Mira cómo esas aguas dan tumbos y volteretas como melones rodantes!
Hay un viejo dicho: “Los pájaros tienen su lengua de pájaros; las bestias tienen su habla de bestias”. Los monos dijeron:
—Ninguno de nosotros sabe de dónde viene este arroyo. Dado que esta mañana no tenemos nada que hacer, ¿no sería divertido seguirlo hasta su nacimiento?
Brincando de gusto, arrastrando a sus hijos y cargando a sus hijas, llamando al hermano menor y al hermano mayor, la tropa recorrió la orilla del arroyo a toda prisa y escaló las partes empinadas hasta llegar al lugar donde nacía el arroyo. Entonces se descubrieron de pie ante la cortina de una gran cascada.
Los monos aplaudieron y gritaron:
—¡Agua bonita, agua bonita! ¡Y pensar que nace lejos en alguna caverna debajo del pie de la montaña y fluye hasta el gran océano! Si alguno de nosotros es tan valiente para atravesar esa cortina, llegar al lugar de donde brota el agua y volver ileso, ¡lo haremos nuestro rey!
Tres veces lo gritaron, cuando de repente uno de ellos saltó de entre la multitud y respondió el reto en voz alta. Era el mono de piedra.
—¡Iré yo! —gritó—. ¡Iré yo!
¡Mírenlo! Cierra los ojos, los aprieta y se pone de cuclillas; luego se impulsa y de un brinco atraviesa la cascada. Cuando abrió los ojos y miró alrededor descubrió que ahí donde había caído no había agua. Se extendía delante de él un gran puente que destellaba. Cuando miró más de cerca, vio que estaba hecho de puro acero bruñido. El agua que pasaba por debajo manaba de un hoyo en la roca y llenaba el espacio abajo del arco. El mono se trepó al puente y, espiando mientras lo cruzaba, divisó algo parecido a una casa. Había bancas de piedra, sofás de piedra y mesas con cuencos y tazas de piedra. Regresó dando saltos hasta la parte más alta del puente y advirtió que en el acantilado había una inscripción con grandes letras cuadradas que decía: ESTA CUEVA DE LA CORTINA DE AGUA EN LA TIERRA BENDITA DE LA MONTAÑA DE FLORES Y FRUTA CONDUCE AL CIELO. El mono no cabía en sí de alegría. Regresó a toda prisa y de nuevo se acuclilló, cerró los ojos y atravesó de un brinco la cortina de agua.
—¡Un gran golpe de suerte! —exclamó—. ¡Un gran golpe de suerte!
—¿Cómo es del otro lado? —preguntaron los monos, aglomerándose a su alrededor—. ¿Es muy profunda el agua?
—No hay agua —dijo el mono de piedra—. Hay un puente de hierro y a su lado, un lugar caído del cielo para vivir.
—¿Qué te hizo pensar que serviría para vivir ahí? —preguntaron los monos.
—El agua mana de un hoyo en la roca —dijo el