Rey Mono. Wu Ch'êng-ên. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Wu Ch'êng-ên
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786079889869
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con fiereza, brincando de un lado a otro. Al ver al espíritu estrella, todos se precipitaron contra él.

      —Vamos, caciques —dijo el espíritu—, ¿serían ustedes tan amables de decirle a su señor que estoy aquí? Soy un mensajero celestial, enviado por Dios en las alturas, y vengo con un llamado a su rey.

      —Démosle la bienvenida —dijo Mono cuando oyó que un mensajero había ido—. Debe de ser el espíritu del planeta Venus, el que vino antes a buscarme. Esa vez, aunque el trabajo que me dieron era indigno de mí, el tiempo que pasé en el cielo no estuvo del todo malgastado. Corrí bastante y llegué a conocer bien el lugar. Sin duda, en esta ocasión viene a ofrecerme algo mejor.

      Y les ordenó a los caciques que hicieran pasar al espíritu y lo recibieran ondeando banderas y tocando los tambores. Mono lo esperaba en la boca de la cueva con la panoplia puesta, rodeado de huestes de monos de menor grado.

      —Entra, vieja estrella, y perdona que no haya venido a recibirte —dijo.

      —Tus colegas le informaron al Emperador de Jade que estabas descontento con tu nombramiento en los establos y que te fugaste. El emperador dijo: “Todo mundo tiene que empezar con algo pequeño e ir ascendiendo a fuerza de trabajo. ¿Cuál es su queja?”. Y se envió a unos ejércitos para someterte. Cuando tus poderes mágicos demostraron ser superiores a los suyos y se planteó que se unieran todas las fuerzas del cielo para enviarlas contra ti, yo intercedí y propuse que se te confiriera el título que has adoptado. Se aceptó, y ahora vengo por ti.

      —Estoy muy agradecido contigo por las molestias que te tomaste la vez pasada y ahora —dijo Mono—, pero no sé si en el cielo exista el rango de Gran Sabio Igual a los Cielos.

      —Mi sugerencia fue que se te diera ese rango y se aceptó —dijo el planeta—. De otro modo nunca me habría atrevido a traerte el mensaje. Si algo sale mal, estoy listo para asumir la responsabilidad.

      Mono quiso detener a Venus y dar un banquete en su honor, pero el planeta no quiso quedarse. Ambos emprendieron juntos el camino hacia la Puerta Sur del cielo.

      Cuando se anunció al “mono de cuadra”, el Emperador de Jade dijo:

      —Ven aquí, Mono. Te declaro Gran Sabio Igual a los Cielos. Es un alto rango y espero que ya no hagas tonterías.

      Mono dio gritos de alegría y se deshizo en agradecimientos para el emperador.

      Se les ordenó a unos carpinteros celestiales que construyeran la oficina del Gran Sabio a la derecha del jardín de durazneros. Tenía dos departamentos: uno llamado Paz y Silencio y el otro, Espíritu Tranquilo. En cada uno había funcionarios inmortales que se ocupaban de Mono dondequiera que fuera. Se destacó a un espíritu estrella para que escoltara a Mono a sus nuevas habitaciones y se le dio una ración de dos jarras de vino imperial y diez ramilletes de flores de hoja dorada. Se le suplicó que no se alborotara y que no empezara otra vez con sus travesuras.

      En cuanto llegó, abrió las dos jarras e invitó a todos los de su oficina a festejar. El espíritu estrella regresó a sus propias habitaciones. Mono, que tuvo que arreglárselas solo, gozó de una libertad perfecta y de una alegría nunca antes vistas ni en el cielo ni en la Tierra.

      Y si no sabes qué es lo que pasó al final, tienes que escuchar lo que se cuenta en el siguiente capítulo.

      V

      LA HISTORIA DEL REY MONO

      MONO NO SABÍA nada de asuntos oficiales y fue una suerte que no tuviera que hacer nada más que marcar su nombre en una lista. Por lo demás, él y sus subordinados comían sus tres alimentos al día, dormían profundamente por la noche y no tenían ninguna preocupación: nada más que una libertad y una independencia perfectas. Cuando no pasaba nada más, salía a dar la vuelta y se hacía amigo de los demás habitantes del cielo. Tenía el cuidado de dirigirse a los miembros de la Trinidad como “venerables” y a los cuatro emperadores como “su majestad”, pero a todos los demás, planetas, mansiones lunares, espíritus de las horas y los días, los trataba como iguales. Un día paseaba hacia el este; al día siguiente caminaba hacia el oeste; nadie obstaculizaba sus idas y venidas, como nadie obstaculiza el paso de las nubes. Un buen día, en la corte, se presentó un inmortal e hizo la siguiente propuesta:

      —El Gran Sabio Igual a los Cielos no tiene obligación alguna y se la pasa dando vueltas y congeniando. Todas las estrellas del cielo, superiores e inferiores, son ahora sus amigotas. De eso no puede salir nada bueno, a menos que se le encuentre algún modo de emplear el tiempo.

      El Emperador de Jade mandó llamar a Mono, que llegó jubiloso y preguntó:

      —¿Qué ascenso o recompensa se dispone a anunciarme su majestad?

      —Ha llegado a mis oídos que no tienes nada particular que hacer, así que te daré un trabajo. Tendrás que cuidar el jardín de durazneros; quiero que ejerzas este trabajo con la mayor atención.

      Mono estaba encantado de la vida e, incapaz de esperar un momento, se precipitó a asumir sus nuevas obligaciones en el jardín de durazneros. Encontró ahí a un espíritu local, que le gritó:

      —Gran Sabio, ¿a dónde vas?

      —A hacerme cargo del jardín de durazneros —respondió—. Su majestad me lo encomendó.

      El espíritu hizo una profunda reverencia y llamó a los fuertes encargados de labrar la tierra, sacar el agua, cuidar los árboles y barrer las hojas para que le rindieran pleitesía a Mono.

      —¿Cuántos árboles hay? —le preguntó Mono al espíritu local.

      —Tres mil seiscientos. Del lado exterior hay mil doscientos, con flores discretas y pequeñas frutas. Maduran cada tres mil años. Quien las come se convierte en genio omnisciente; sus extremidades son fuertes y su cuerpo, ligero. En medio del jardín hay mil doscientos árboles con flores dobles y frutas dulces. Ésas maduran cada seis mil años y quien las come puede levitar a voluntad y nunca envejece. En el fondo del jardín hay mil doscientos árboles que dan frutas con manchas moradas y huesos amarillo pálido. Maduran cada nueve mil años y quien las come vive más que el cielo y la Tierra y está a la par del sol y la luna.

      Mono estaba fascinado y enseguida empezó a revisar los árboles y a hacer una lista de las pérgolas y las pagodas. A partir de entonces sólo se entretenía una vez al mes, el día de luna llena, y el resto del tiempo no veía a sus amigos ni iba a ninguna parte. Un día vio que en lo alto de algunos árboles había muchos duraznos maduros y decidió comerlos antes de que nadie más tuviera oportunidad. Desafortunadamente sus vasallos lo vigilaban de cerca y, para quitárselos de encima, dijo:

      —Estoy cansado. Voy a descansar un poco en esa pérgola. Espérenme afuera de las puertas.

      Cuando se retiraron, se quitó el sombrero y la toga de la corte, subió un árbol alto y empezó a arrancar la fruta más grande y madura que veía. Sentado a horcajadas en una rama, se agasajó a placer y luego bajó. Se puso la toga y el sombrero y llamó a sus vasallos para que lo atendieran mientras regresaba solemnemente a su alojamiento. Después de unos cuantos días volvió a hacer lo mismo.

      Una mañana, su majestad la Reina del Cielo, tras haber decidido dar un banquete de duraznos, les dijo a las hadas doncellas, la de rojo, la de azul, la de blanco, la de negro, la de morado, la de amarillo y la de verde, que cogieran sus canastas y fueran al jardín de durazneros a cosechar fruta. Encontraron a los vasallos de Mono en la puerta impidiendo el paso.

      —Venimos por órdenes de su majestad a recoger duraznos para un banquete —dijeron.

      —Deténganse, hermosas hadas —dijo uno de los custodios—. Las cosas han cambiado desde el año pasado. Ahora este jardín se ha encomendado al Gran Sabio Igual a los Cielos y debemos pedirle permiso antes de dejarlas pasar.

      —¿Y dónde está? —preguntaron.

      —Se