El apoyo del jefe del Partido Cambio Radical (de origen liberal), el senador Germán Vargas Lleras,34 a la candidatura de Uribe Vélez, generó una especial conmoción en la campaña de Serpa; fue un acontecimiento de gran significación política y, por tanto, con amplia repercusión en los medios de comunicación.
En este escenario, tanto Serpa como el Partido Liberal obtuvieron su segunda derrota consecutiva, pese a presentarse con candidato único. En 1998, Serpa fue derrotado, en segunda vuelta, por Pastrana, y en 2002 la historia se repitió: aquél y su partido resultaron vencidos, esta vez en primera vuelta y por su antiguo copartidario político, Álvaro Uribe Vélez.
Sin embargo, Uribe Vélez no parecía ser el candidato con más opción para ganar las elecciones en el 2002, realidad que se constata al revisar la literatura sobre la campaña. Los editorialistas, columnistas y analistas políticos describieron su ascenso vertiginoso en las encuestas como un “caso realmente excepcional”,35 como un fenómeno político.36 En relación con los resultados de las encuestas que daban como posible ganador a Uribe, Rudolf Hommes, exministro de Hacienda, afirmó de Uribe que se trataba del puntero que se les coló a los medios “sin que ellos se dieran cuenta”,37 y aludió al poco interés que los medios mostraron por las propuestas del candidato, antes que las encuestas lo situaran en el primer lugar en la intención de voto.
Pese a haber sido un senador “sobresaliente”38 del Partido Liberal durante dos períodos consecutivos, y gobernador “destacado”39 del departamento de Antioquia por el mismo partido, se trataba más de un dirigente regional que nacional. ¿Qué llevó a este dirigente de provincia a ascender rápidamente en las encuestas de intención de voto40 y a imponerse en menos de cuatro meses sobre el más serio aspirante a la presidencia en ese momento, el candidato del Partido Liberal, el reconocido político santandereano, Horacio Serpa Uribe?
Dos hipótesis pueden ayudar a entender la derrota de este experimentado político liberal y el ascenso de Uribe: en primer lugar, por tratarse de un político con amplia trayectoria en distintas instancias de los poderes públicos, Serpa parecía ser el candidato con más posibilidades de triunfo; había ostentado cargos que le dieron visibilidad nacional y recordación, como fue la presidencia (tripartita) de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, y el Ministerio de Gobierno durante la presidencia de Ernesto Samper Pizano. Pero la ventaja de ser reconocido implicaba también la desventaja de que los electores no olvidaran los errores cometidos por el candidato a lo largo de su carrera política (o que sus competidores se encargaran de hacerlos recordar). Como ministro de Samper, a Serpa también se le reconocía como su “escudero” durante el denominado “Proceso 8.000”, papel en el que Serpa dio pruebas de lealtad a su jefe político, pero que en el discurso público dominante en Colombia por más de una década fue asociado con la corrupción y las viejas costumbres políticas, con la “politiquería”.
En segundo lugar, Horacio Serpa era ampliamente recordado por sus gestiones en la búsqueda de una paz negociada. En razón de esta causa fue miembro de la Comisión de Verificación del gobierno de Belisario Betancur Cuartas, consejero para la paz del gobierno de César Gaviria Trujillo y miembro del Frente Común por la Paz y Contra la Violencia durante el gobierno de Andrés Pastrana Arango.41 Pero su experiencia en asuntos de paz, que una década atrás se hubiera convertido en un importante capital político, en esta coyuntura lo enmarcó en un pasado (de frustrados esfuerzos) que, en la representación de un sector de la opinión, había que superar. Por esto, la estrategia de Serpa Uribe, de presentarse como el candidato de la paz, mostró su incapacidad, pese a su experiencia y trayectoria política, de sintonizarse con la opinión. En esta coyuntura, lo que buscaban elegir los colombianos no era propiamente un presidente para negociar con la guerrilla; necesitaban un presidente capaz de ganar la guerra. Lo anterior, sumado a la marca que dejó en su carrera política el “Proceso 8.000”, terminó por enterrar sus aspiraciones presidenciales.
Varias hipótesis se barajaron en ese momento para explicar el ascenso del candidato disidente liberal en las encuestas de intención de voto: unos dijeron que se debía a la crisis de los partidos políticos, que se trataba de una reacción emotiva a la coyuntura de crisis del proceso de paz y al escalonamiento de la guerra, que “el que encuesta elige”.42 Otros analistas, como Pedro Medellín, atribuyeron el éxito de Uribe más al “buen manejo de la campaña”, y menos a la crisis del proceso de paz. El sociólogo Alfredo Molano y reconocidos periodistas, como Antonio Caballero y Daniel Samper, dijeron que, otra vez, como en el año 1998, las FARC iban a “elegir presidente”. La postura de los periodistas aludía a lo sucedido en 1998, donde la expectativa de una paz negociada entre el candidato conservador y las FARC resultó decisiva en el triunfo de Andrés Pastrana Arango. No obstante, como lo señala Daniel Pécaut, hasta la elección de Uribe, “Los electores colombianos siempre habían manifestado una preferencia por el diálogo con los grupos guerrilleros y por los líderes políticos que se comprometían con ese diálogo”.43
Rudolf Hommes atribuyó este ascenso a la postura sensata y al liderazgo de Uribe: “Álvaro Uribe tomó una posición seria desde un principio y la ha mantenido. Los acontecimientos le han dado la razón. Noemí y Serpa andan detrás de ellos buscando acomodarse […] Lo que los colombianos están buscando y parecen haber encontrado es un líder que les de [sic] confianza en una coyuntura en la cual la prioridad es solucionar a corto plazo el problema de la guerrilla y la droga y restaurar la hegemonía del gobierno”.44
El desprestigio del proceso de paz, la violencia y la inseguridad constituyeron otro de los argumentos que esgrimieron analistas y comentaristas de la política:
Es evidente que la mayor preocupación de los colombianos es el descrédito del proceso [de paz] que ha caminado de la mano de un acelerado deterioro del orden público y la inseguridad, lo mismo que un desmesurado envalentonamiento de la guerrilla. Asuntos tan críticos como los altos niveles de pobreza y desempleo pasan a un segundo plano, y en la mentalidad colectiva parece registrarse una relación causaefecto, en el sentido de que mientras la inseguridad siga rampante, y la guerrilla continúe haciendo de las suyas, las fórmulas disponibles para mejorar la situación social carecen de efectividad.45
Más adelante agregó: “En el escenario actual resultan ampliamente beneficiados Álvaro Uribe y lo que él encarna. Su crecimiento y la penetración de sus propuestas entre los colombianos son inusitados y constituyen todo un hecho político y electoral”.46 En la línea de pensamiento del diario El Tiempo, el debate sobre la mejor manera de enfrentar un tema tan delicado como la violencia debía ser obligado en una campaña electoral, pero advirtió a los candidatos que no cayeran “en la polarización radical y emotiva sobre la guerra y la paz”.47
Igual interpretación ofreció el columnista Luis Noé Ochoa: “El doctor Serpa tiene un programa serio, de sentido social, y no es ningún cobarde, es experto en temas de paz y le cabe el país en la cabeza. Pero a los colombianos no