Para Pedro Medellín, que las FARC ganaran sin negociar, significaba que aprovecharían el tiempo para tomar aire y rearmarse, sin avanzar en ningún punto de la agenda. El concepto del entonces candidato del Frente Social Político sobre la “zona de despeje” expresó el sentimiento dominante en la opinión pública: la crítica al uso que las FARC hicieron de ese territorio despejado de la presencia de fuerza pública, no como zona para adelantar diálogos y negociación, tendientes a la búsqueda de la paz, sino como lugar para entrenar sus tropas y avanzar hacia una nueva fase de la guerra. Desde esta perspectiva, la negociación con el Gobierno fue parte de una estrategia de la guerrilla conducente no a la paz, sino a la guerra.9
El punto de vista de Gustavo Petro, de insistir en continuar con el proceso de paz, no obstante expresar críticas al mismo, representó un sector de la opinión que, en la puja por la presidencia, coincidió con el del candidato oficial del Partido Liberal, Horacio Serpa Uribe. El candidato liberal mantuvo en esta campaña la línea que siguió a lo largo de su carrera política, y que respondía a una tendencia del electorado colombiano hasta ese momento, la de preferir las políticas de diálogo y negociación;10 por tanto, optó por presentarse ante los electores como el candidato de la paz y la reconciliación nacional, decisión que, a la postre, no benefició sus aspiraciones presidenciales.
En uno de los tantos episodios de crisis, el comisionado de Paz del Gobierno, Camilo Gómez Alzate, confirmó la ruptura: “El Gobierno trajo propuestas y alternativas que permiten darle perspectivas al proceso. Las Farc las han desechado y solo insisten en que debemos cambiar los controles de la zona [de despeje] y no ha considerado las posibilidades concretas para avanzar”.11
Los candidatos expresaron sus opiniones frente al hecho consumado. Algunos, como Álvaro Uribe, ya habían pronosticado su fracaso. Las posiciones de los aspirantes a la presidencia influyeron en la representación que se formaron los colombianos, no sólo del proceso de paz, sino también de los candidatos a la presidencia (elección que en Colombia es principal y capta la mayor atención del electorado): ¿cuál de ellos sería el más “idóneo” para gobernar a Colombia en un escenario sin proceso de paz y en el que se preveía un mayor escalonamiento de la guerra?
Horacio Serpa manifestó: “No me resigno a que el futuro sea de guerra. Tenemos que seguir luchando por la reconciliación nacional”. Álvaro Uribe, en cambio, dijo que: “La zona de distensión era insostenible como estaba. Se necesita veeduría internacional y cese de hostilidades […] El país se tiene que convencer con lo que pasó que a los grupos violentos se les puede frenar cuando el Estado ejerce autoridad y les demuestra que es capaz de derrotarlos”. La candidata Noemí Sanín anotó: “Obviamente, no es una buena noticia para el país […] La responsabilidad única de la situación en que se encuentran el conflicto y el proceso de paz es de las Farc”.12
Mientras que Noemí Sanín culpaba a las FARC por la ruptura y Horacio Serpa insistía en la necesidad de continuar luchando por la reconciliación nacional, el candidato Álvaro Uribe repitió las mismas críticas al diálogo y a la zona de despeje que sostuvo durante el proceso de paz y en el desarrollo de su larga campaña por la presidencia frente a distintos públicos y escenarios.
1.2. DIÁLOGOS DE PAZ Y ESTRATEGIAS DE GUERRA
Más allá de las declaraciones públicas del Gobierno y las FARC en las que cada uno expresaba su buena voluntad y no cesaba de culpar al otro por el fracaso del proceso, los analistas especularon sobre las causas del rompimiento de los diálogos y, en tal dirección, indagaron en la estrategia de negociación de las partes. Para algunos, el proceso tuvo un “denominador común”:
[…] dialogar sin avances mientras se prepara la guerra por eso hoy impera otra verdad estratégica: el gobierno muestra su nueva logística. Dos batallones de alto entrenamiento militar y asesoría de EU, aviones, helicópteros, unidad de alta montaña, en síntesis, una nueva infraestructura para forzar la paz. Pero las Farc tampoco han desaprovechado las falencias del proceso para fortalecerse. Basta recordar el escándalo de la frustrada compra de 50.000 fusiles A-K47 de procedencia jordana, o la captura de tres irlandeses, a quienes se acusa de pertenecer al Ejército Republicano Irlandés, IRA, y prestar entrenamiento a la guerrilla en la zona de distensión. Ha sido el juego de hablar de paz mientras se arma la guerra.13
De acuerdo con este balance, la crisis del proceso de paz dejó al descubierto la agenda oculta de las partes: negociar la paz era una estrategia para ganar tiempo mientras se avanzaba en la preparación de una nueva fase de la confrontación. Esta visión es discutida por analistas del proceso de paz como Daniel Pécaut, quien la califica de “simplista”, aunque si se mira con cuidado su tesis, él mismo reconoce que algo de esto también pudo existir: “es más verosímil que hayan buscado medir las posibilidades de llegar a unos acuerdos así fuesen parciales. Sin embargo, es cierto que desde un comienzo actuaron en función de la probabilidad de que se fracasara, diseñando estrategias alternativas”.14
La negociación como parte de la guerra (“continuación de la guerra por otros medios”, invirtiendo la sentencia de Karl von Clausewitz) tiene antecedentes importantes para recordar en los procesos de paz de la década de los ochenta. Así pues, mientras entre los años 1966 y 1982, las FARC tuvieron un crecimiento vegetativo, circunscrito a zonas periféricas del país, como lo describen estudiosos del conflicto armado colombiano como Eduardo Pizarro15 y Daniel Pécaut,16 en los años ochenta ese crecimiento se disparó a raíz de la tregua pactada en los procesos de paz adelantados por el presidente Belisario Betancur y por el ingreso de flujos de dinero provenientes del narcotráfico a las finanzas de esta organización. Así, de 15 frentes en 1982, se pasó a 40 en los años noventa y a más de 60 en el 2000. En efectivos, se pasó de 2.000 en 1982, a 8.000 en 1990 y a 17.000 en el año 2000.17
En síntesis, durante estos dieciocho años, los frentes se multiplicaron por cuatro y los efectivos por ocho y medio, cifras que realmente muestran de manera contundente la existencia de un problema serio, que no se puede minimizar con la célebre fórmula de negar el conflicto y de afirmar que todo se reduce a un fenómeno de terrorismo, sin matices de ninguna clase y simplificando el diagnóstico con fines de retórica política.
Jacobo Arenas, legendario líder comunista fundador de las FARC, aceptó, en una entrevista con Arturo Álape, la importancia de los acuerdos de La Uribe18 para el desarrollo institucional de esa organización y en su reconocimiento como actores políticos:
Cuando los acuerdos de la Uribe nos convertimos en un interlocutor político para el establecimiento, y eso nos da una proyección política muy grande en el nivel nacional e internacional. Los acuerdos de la Uribe nosotros en la institucionalización de las Farc, no los podemos pasar por alto […] Al firmar los acuerdos de la Uribe éramos