1.3. UN CAMBIO EN LAS REPRESENTACIONES SOBRE EL CONFLICTO Y SUS ACTORES
Aunque en el discurso público los gobiernos han optado a veces por el lenguaje de la confrontación, la posibilidad de emprender diálogos conducentes a la paz con los grupos armados ilegales, especialmente con las guerrillas, ha estado presente en las políticas públicas de las distintas administraciones en las tres últimas décadas. Esta afirmación se puede constatar cuando se observan los distintos “dispositivos formales de negociación del poder ejecutivo”,20 creados para buscar acercamiento con los grupos insurgentes: Comisión de Paz (1981), Comisión de Paz Asesora del Gobierno Nacional (1982), Consejería para la Reconciliación, la Normalización —CRNR— (decretos de 1986 y 1991), Consejería para la Paz u Oficina del Alto Comisionado para la Paz (decretos de 1994 y 2001). La Oficina del Alto Comisionado para la Paz se mantuvo durante los dos gobiernos de Álvaro Uribe Vélez, adquiriendo “el rango de un ministerio”.21
Los resultados de estas iniciativas fueron parciales, en la medida en que no lograron la incorporación a la vida democrática de la totalidad de organizaciones insurgentes, especialmente de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), los grupos de mayor importancia por su antigüedad, y porque las FARC son la organización con más número de combatientes y de frentes. Los esfuerzos de paz de casi tres décadas, con resultados limitados, siguieron un modelo de negociaciones de paz por cuotas, como lo denomina Gonzalo Sánchez,22 y crearon en la opinión pública un sentimiento de frustración con estos procesos. Pero esta vez, varios elementos de la coyuntura nacional e internacional hicieron diferentes las negociaciones de paz en cuestión, a las de otras épocas en las que, tras un fracaso de los diálogos, sobrevenía una nueva negociación.
Después del 11 de septiembre de 2001, la opinión de los colombianos sobre las FARC al parecer estaba transformándose. Para este momento, comenzaban a cambiar su representación sobre esa organización, tanto en términos de la amenaza a la seguridad que ella encarnaba, como de su significación política. La idea de la “insurgencia altruista” comenzaba a perder peso frente a la de una organización “terrorista”, armada y financiada con dineros del narcotráfico, y sin ninguna voluntad de paz. Después de los malogrados diálogos, un importante sector de opinión comenzó a creer seriamente que la derrota militar de la insurgencia era posible. Esta idea puede haber sido fortalecida por el proceso de modernización del aparato militar que el gobierno de Pastrana adelantaba en ese momento (paralelo a la mesa de diálogos), proceso que contaba, además, con el apoyo y la asesoría de Estados Unidos, a través del Plan Colombia.
Sin embargo, aunque la posibilidad de una negociación con los grupos armados ilegales (no sólo con las guerrillas) estuvo presente en el discurso del candidato, Uribe sin duda estaba proponiendo un viraje en el tratamiento del tema del diálogo y la negociación, viraje que se sintetiza en una frase que repitió incansablemente en diferentes ocasiones durante la campaña: “La mano firme contra la violencia no es guerra, la autoridad del Estado es garantía de paz, la autoridad del Estado frena la violencia. Cuando se disuaden los violentos, ahí sí toman el diálogo en serio”.23
En este contexto, para decirlo en términos de Bobbio, tanto la guerra como la paz adquirieron distinto valor: la guerra (confrontación militar de las guerrillas) obtuvo un valor positivo ante la inseguridad y el miedo; la paz (producto de una negociación con las guerrillas), en cambio, recibió un valor negativo,24 en tanto se la veía como la claudicación del Estado frente a las pretensiones de la guerrilla. Esta idea fue reforzada por la actitud de una guerrilla “altanera”, como la describió Lorenzo Madrigal (Héctor Osuna Gil),25 o que padecía “un desmesurado envalentonamiento”, de acuerdo con la expresión utilizada por el editorial del diario El Tiempo.26
Tal vez el candidato que mejor supo interpretar estos sentimientos presentes en el ambiente fue Uribe, cuando propuso darle un giro a la búsqueda de la paz, mediante el ejercicio de la autoridad del Estado y el debilitamiento militar de las organizaciones armadas, especialmente de las guerrillas de las FARC.
1.4. LOS CANDIDATOS, LOS PARTIDOS Y LA CAMPAÑA
En una campaña signada por el fracaso del proceso de paz en curso y por el recrudecimiento del conflicto armado interno, un disidente del Partido Liberal, Álvaro Uribe Vélez,27 resultó ganador en las elecciones presidenciales del año 2002. Su candidatura fue avalada por el movimiento independiente Primero Colombia.28 Este triunfo convirtió a Uribe en el primer político de origen liberal que, en el transcurso del siglo xx, alcanzó la Presidencia de la República a nombre de una disidencia de este partido.
En esas elecciones compitieron otros dos candidatos de origen liberal: Horacio Serpa Uribe, a nombre del partido, e Ingrid Betancourt, exrepresentante a la Cámara por Bogotá, senadora y aspirante a la presidencia, en esta ocasión, del Movimiento Oxígeno Verde.29 Dos conservadores participaron también en la contienda electoral: Juan Camilo Restrepo, candidato oficial del partido, y Noemí Sanín, que si bien no se definió como disidente, representó esta vez al movimiento independiente Sí Colombia. El dirigente sindical Luis Eduardo Garzón fue la carta del Frente Social y Político, movimiento de izquierda surgido al interior de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Este movimiento se definió como independiente del Estado y de los partidos políticos. Aunque la aspiración presidencial de Garzón era poco viable en términos electorales, ocupó un honroso tercer lugar, por encima de Sanín, política conservadora con amplia trayectoria, dos veces candidata presidencial, ministra y embajadora, tanto en gobiernos liberales como conservadores.
Las candidaturas conservadoras se fueron desvaneciendo en el transcurso de la campaña. Noemí Sanín comenzó en el segundo lugar de intención de voto, después del candidato liberal; no obstante, rápidamente perdió el impulso inicial. Tal vez la ausencia de una propuesta clara y creíble sobre cómo superar el conflicto armado, sumada a una estrategia de alianzas errática, fue la causa de su declive. En un primer momento, Sanín se presentó como independiente ante el electorado; posteriormente pretendió el apoyo del Partido Conservador, para luego buscar de nuevo ser “identificada como independiente”.30
La candidatura de Juan Camilo Restrepo nunca fue viable. El cuarto y quinto lugar que ocupó en las encuestas de intención de voto así lo confirmaron. El débil apoyo de sus copartidarios (en un principio algunos dirigentes conservadores respaldaron la aspiración presidencial de Noemí Sanín), llevaron a Restrepo a abandonar la campaña y a declinar sus aspiraciones presidenciales; mientras tanto, dirigentes destacados del partido migraban31 masivamente a la campaña del candidato favorecido en las encuestas, buscando posicionarse del lado de quien, presumían, sería ganador.32
Similares circunstancias enfrentó el candidato oficial del Partido Liberal; ante un eventual triunfo del candidato “disidente liberal”, sus apoyos políticos se fueron debilitando. La prensa empezó a especular respecto al efecto que sobre las campañas tendría el ascenso de Uribe: “Hoy, los analistas creen probable que sea presidente en la primera vuelta. El escenario de guerra le ayuda