Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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y doctrina” (2 Tim. 4:2). En segundo lugar, presenta la disciplina de las consecuencias naturales a nuestros actos: “Todo lo que el hombre siembre, eso también segará” (Gál. 6:7). En tercer lugar, la Biblia habla del castigo corporal, a veces necesario: “La necedad está ligada al corazón del muchacho, pero la vara de la corrección la alejará de él” (Prov. 22:15). Si has de castigar a tus hijos, intenta evitar los castigos físicos y prívalo de algún privilegio, lo cual supone una alternativa más eficaz. Pero lo más importante es no castigarlo con enojo, sino con amor. Así habla el Señor de su método: “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor” (Ose. 11:4).

      Amor de hermanos

      “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía!”

      (Salmo 133:1).

      Esopo (620–564 a.C.), el célebre fabulista de la antigua Grecia, compuso una fábula literaria en la que los dos hijos de una familia estaban constantemente peleándose y procurando irritarse mutuamente. El padre se entristecía por su conducta y deseaba enseñarles una lección que pudieran recordar. Un día llevó a la casa unas ramas finas y secas atadas en un manojo. Retó a sus hijos a quebrar el manojo. El menor lo intentó primero, después su hermano; pero ninguno de los dos fue capaz de partirlo en dos. A continuación, el padre desató la cuerda y, separando los palitos, los fue entregando y pidiéndoles que los rompieran. Por supuesto que así lo hicieron sin ninguna dificultad. La lección fue simple pero significativa:

      —Si permanecéis unidos, seréis fuertes y nadie podrá venceros, pero si os dividís, cualquiera podrá quebraros sin esfuerzo. La unión hace la fuerza.

      Las Sagradas Escrituras mencionan varios grupos de hermanos con su correspondiente historia: Caín y Abel; Esaú y Jacob; José y sus hermanos; Moisés, Aarón y María; Pedro y Andrés; Lázaro, Marta y María… En muchos casos, las relaciones entre ellos son complejas y dolorosas. Caín asesinó a su hermano Abel por envidia. Esaú y Jacob compitieron desde su nacimiento por la primogenitura. José fue acosado y vendido como esclavo por sus hermanos. Moisés, Aarón y María tuvieron serias disensiones. Lázaro y sus hermanas también manifestaron desacuerdos. A veces el final es bueno; otras, desastroso. Otras, desconocido. Lo que sí parece cierto es que los problemas son frecuentes entre hermanos. Pero Dios no quiere que haya envidia, rivalidad y odio entre ellos. El versículo de hoy lo da a entender y sirve para la familia de Dios, la iglesia, y también para cada familia en particular.

      Juan, el joven discípulo a quien Jesús amaba, nos pide que nos amemos unos a otros y nos recuerda que el amor verdadero solo puede venir de Dios y que “todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Juan 4:7, 8).

      Puede que tengas problemas con tus hermanos o que tengas hijos con rivalidades entre ellos. La solución consiste en aplicar el verdadero amor que solo viene de una relación íntima con Dios, la fuente del amor. La unidad que hace la fuerza (como el ejemplo de la fábula de Esopo) es importante, pero no suficiente. El amor de Dios es la solución completa. ¡Búscalo en el día de hoy!

      Los hermanos Durero

      “Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”

      (1 Juan 4:20).

      Cuenta la historia que la familia Durero, que vivió en el siglo XV cerca de la ciudad de Núremberg (Alemania), tenía dieciocho hijos. El padre era orfebre, lo cual le habría permitido vivir con desahogo si no fuera por su abundante prole. Alberto, uno de sus hijos, había mostrado potencial artístico en sus dibujos infantiles y deseaba ser dibujante, pintor o grabador. De igual manera, uno de sus hermanos también demostró habilidad para ello, expresando la misma intención. Pero ambos muchachos sabían que su padre carecía de medios para enviarlos a academias y universidades a formarse como artistas.

      Después de numerosas conversaciones, los dos aspirantes a artistas acordaron lo siguiente: lanzarían una moneda para decidir su suerte; el perdedor trabajaría en una mina cercana para costear los estudios de su hermano durante cuatro años. Por su parte, el ganador se comprometía, al final de los cuatro años de formación, a pagar los estudios de su hermano, vendiendo sus obras de arte e incluso trabajando en la mina si fuera necesario.

      Alberto Durero ganó y ambos sellaron su pacto. El joven triunfó en Núremberg y sus obras superaron en calidad a las de varios de sus maestros. Viajó a Basilea (Suiza) y a Estrasburgo (Francia) para trabajar en proyectos artísticos y pronto su nombre fue conocido en los círculos de arte europeo. De regreso al hogar paterno, habló con su hermano para llevar a cabo el plan, pero el hermano le mostró sus manos. El trabajo de la mina había dañado seriamente sus dedos de forma que ya no podía usar el pincel ni el lápiz para realizar el delicado trabajo artístico. En esas condiciones, le dijo: “Hermano, ya es tarde para mí, pero estoy contento de haber sacrificado mis manos para que tú realices tu sueño”. Alberto, conmovido por tal magnanimidad, mostró su gratitud mediante un dibujo inspirado en las manos de su hermano. Lo llamó Manos, pero hoy es conocido como Manos que oran, imagen distinguida que ha inspirado a millones de personas.

      Si bien es cierto que la relación entre hermanos es con frecuencia turbulenta en la Biblia, la historia de hoy muestra que no siempre tiene que ser así. Amar al hermano es posible con el poder que viene de lo alto. Habla hoy a tu hermano con cariño, con generosidad y perdónalo si te ha ofendido, como nos ordena el Señor (Mat. 18:21, 22). La relación se restaurará con más fuerza.

      La abuelita

      “Corona de los viejos son los nietos y honra de los hijos son sus padres”

      (Proverbios 17:6).

      Uno de los muchos cuentos de los hermanos Jacob y Wilheim Grimm relata la historia de una anciana que quedó viuda. Su hijo y nuera la acogieron en su casa para que viviera con ellos y su hijita, para evitar la soledad y el peligro que conllevaba su edad. La abuelita contaba con salud suficiente, pero el envejecimiento natural hizo que perdiera vista, oído y coordinación. Cuando la familia comía a la mesa, la anciana a veces se dejaba caer la comida o vertía la bebida por el temblor de sus manos. Un día, cuando la mujer derramó un vaso de leche en la mesa, su hijo y nuera se molestaron y la pusieron a comer en una mesa muy pequeña en el rincón de la cocina donde almacenaban las escobas y los productos de limpieza. La anciana, con tristeza y resignación, comía allí, apartada de sus seres queridos.

      Una noche, antes de la cena, mientras la niñita jugaba con sus bloques de construcción, su padre se interesó por lo que estaba construyendo. La niña explicó:

      —Estoy haciendo una mesita para que cuando tú y mamá sean viejecitos, puedan comer en un rincón de la cocina.

      Aquella noche, mientras miraban a su madre comer sola en el rincón, rompieron en llanto y decidieron que, a partir de ese momento, la abuelita comería con el resto de la familia, en la mesa grande. Desde entonces, no dieron importancia a cualquier torpeza de la anciana.

      El texto de hoy encierra gran sabiduría en pocas palabras. Abarca tres generaciones. De los abuelos, dice que sus nietos son como una corona para ellos. De los hijos, dice que sus padres les son honra. Todas las personas caben en este texto pues, aunque no todos sean padres o abuelos, todos somos hijos y debemos profundo respeto a las generaciones que nos preceden.

      La Escritura nos encomienda el cuidado de las personas mayores de nuestra familia especialmente los que tienen necesidad: “Pero si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia…” (1 Tim. 5:4, CST). Pero esta responsabilidad no está limitada a satisfacer necesidades materiales, sino también de consideración, respeto y honra, como dice el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová, tu Dios, te ha mandado, para que sean prolongados tus días y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da” (Deut. 5:16).