Las manifestaciones de enojo deterioran la relación interpersonal y, además, conllevan consecuencias morales. Jesús dijo: “Yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” (Mat. 5:22). Y si la ira se hace habitual, sobreviene el riesgo de enfermedades, como las dolencias cardíacas, la diabetes, el insomnio y el debilitamiento del sistema inmunitario. También la ira puede bloquear la capacidad para disfrutar de la vida, y dar paso a la depresión y otros trastornos mentales. Finalmente, y más importante aún, envenena la relación con los seres cercanos y también la relación con Dios.
Con todos estos riesgos, no es extraño que el versículo de hoy llame “grandes de entendimiento” a quienes tienen dominio sobre la ira y el enojo. Si tienes tendencia a la ira, huye de esta emoción. Si te resulta difícil por haber adquirido el hábito, sométete al Espíritu Santo, ora, pide ayuda a algún allegado o busca apoyo profesional, si está disponible. El Señor te comunicará paciencia y dominio propio para que, en vez de enojo, manifiestes amor, aprecio y admiración hacia otras personas y así prosperen tus relaciones con los demás.
9 de marzo - Relaciones
¿Quién es fuerte?
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, el que domina su espíritu que el conquistador de una ciudad”
(Proverbios 16:32).
Lucía era una estudiante de magisterio en la facultad universitaria donde ejercí como docente (J). Era una joven inteligente, constante y organi- zada. Rebosaba fuerza física e intelectual. Avanzó con éxito en sus estu- dios y comenzó el periodo de prácticas en una escuela pública. Su futuro era prometedor pues, con su capacidad y el certificado estatal de maestra, podía encontrar un buen empleo en cualquier parte. Sin embargo, un día cuando los niños estaban especialmente revoltosos, Lucía perdió el control y se enojó excesivamente, profiriendo gritos e insultos contra sus alumnos. Como era de esperar, toda la comunidad escolar, incluido el director, se enteró de que Lucía se había encendido en ira en el salón de clase. La reacción fue fulminante. El director le comunicó que no podía continuar las prácticas en ese centro.
La facultad fue informada y Lucía suspendió la asignatura de prácticas sin poder concluir su carrera.
Esta joven, aunque brillante en sus estudios, perdió mucho por airarse de forma inadecuada en el momento y lugar inoportunos. Una acometida de ira siempre es mala, pero tal circunstancia tuvo muy malas consecuencias. Lucía perdió la oportunidad de “conquistar” fácilmente una plaza profesional excelente. Allí se cumplió la sentencia de que “más vale vencerse uno mismo que conquistar ciudades” (Prov. 16:32, DHH).
Enojarse de forma iracunda con los demás no solo es una barrera en las relaciones y un obstáculo para alcanzar objetivos importantes. También es una conducta pecaminosa: “La ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Sant. 1:20). Por lo tanto, el primer paso para resolver el problema es confesarlo, pues “el que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). Desafortunadamente, algunos no lo confiesan ni lo reconocen y hasta culpan a otros (“¡Eres tú quien me incita a la ira!”). Pero echar la culpa a otros no es la solución; es necesario confesarlo a Dios y, además, pedir perdón a la persona dañada.
Si tienes tendencia a enojarte fácilmente, entrégate al Señor para que él tome las riendas de tu temperamento. Intenta, por su gracia, seguir el consejo de Pablo: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia. Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efe. 4:31, 32). Por último, deja abierta la posibilidad de recibir ayuda profesional, pues Dios, muchas veces, obra por medio de los expertos.
10 de marzo - Relaciones
Diente roto y pie descoyuntado
“Como diente roto y pie descoyuntado es confiar en un prevaricador en momentos de angustia”
(Proverbios 25:19).
"Estar loco o trastornado” es la primera definición del diccionario para la palabra prevaricador. La segunda es “faltar un empleado público a la justicia en las resoluciones propias de su cargo”. El texto es muy ilustrativo: no debemos depositar nuestra confianza en un loco ni en un corrupto, especialmente en tiempos de angustia. Las consecuencias son también gráficas: confiar en ese tipo de persona es como tener un diente roto o un pie descoyuntado.
¿Qué supone tener un diente roto (o careado, como indican algunas versiones)? El síntoma inmediato es el dolor. Puede también causar abscesos, enfermedad de las encías, problemas de masticación y de digestión y pérdida de la pieza dentaria. Es además sabido que, si hay absceso y no se aplica tratamiento, la infección puede extenderse a otras partes del cuerpo y hasta poner en peligro la vida del afectado.
¿Y qué diremos de tener un pie descoyuntado o una luxación? También produce un dolor intenso, de naturaleza punzante que se hace insoportable cuando uno trata de hacer uso normal del pie afectado. El problema también puede provocar hinchazón, magulladuras, dificultad para caminar o llevar peso e impedimento para usar calzado.
Ambas metáforas nos ofrecen una idea clara de lo malo que es confiar en un prevaricador. Su naturaleza egoísta lo inhabilita para el apoyo y el consuelo que necesitamos en tiempo de angustia.
El texto de hoy nos advierte de las consecuencias de asociarnos con un mal amigo. Cuando quieras verificar si tienes un buen amigo, observa si está dispuesto a escucharte, si te dedica tiempo, si te ofrece ayuda, si te da consejos y sus consejos funcionan. Pero si tu amigo es claramente egoísta, te utiliza para beneficiarse a sí mismo, o si anda siempre con chismes y rumores, es lo más probable que tal amistad no te convenga. La Biblia marca pautas específicas a este respecto: el buen amigo es persona justa y te sirve de guía (Prov. 12:16); ama en todo tiempo, no solo cuando todo va bien (Prov. 17:17); no es violento ni iracundo (Prov. 22:24); te trata de la misma forma en que a él (o ella) le gustaría ser tratado (Luc. 6:31); no miente ni usa palabras desagradables (Efe. 4:25, 29); es compasivo y sabe perdonar (Efe. 4:32); posee bondad, humildad, gentileza y paciencia y es comprensivo con las faltas de los demás (Col. 3:12, 13).
Pide hoy a Dios sabiduría para escoger a personas que te ofrezcan amistad verdadera.
11 de marzo - Relaciones
¿Epinefrina o contagio emocional?
“El que anda entre sabios será sabio, pero el que se junta con necios saldrá mal parado”
(Proverbios 13:20).
La epinefrina (también llamada adrenalina) ha sido objeto de mucha aten- ción en los últimos tiempos. Se usa como medicamento para la resucita- ción cardiopulmonar ante un paro cardiaco, colapso circulatorio, ataque de asma o reacción alérgica. Aunque la epinefrina se sintetiza en los laboratorios desde hace más de cien años, las glándulas suprarrenales del ser humano la llevan segregando desde su origen. De hecho, esas glándulas la producen de manera intensa cuando alguien se enfrenta a situaciones de riesgo, de miedo o de tensión. Esto ocurre para proporcionar más energía y sobrevivir a la ame- naza. Además de comunicar energía, la epinefrina afecta a las emociones de forma tal que, cuando sentimos la presencia de la sustancia, experimentamos emociones que pueden ser positivas (alegría, gratitud, complacencia, entusiasmo) o negativas (temor, desesperación, frustración, hostilidad).
La psicología experimental lleva varias décadas observando el efecto de esta sustancia química sobre las emociones humanas. Uno de los primeros experimentos lo llevaron a cabo Stanley Schachter y Jerome Singer. Inyectaron a un grupo de estudiantes una dosis de epinefrina para observar el efecto sobre sus reacciones temperamentales. A la mitad de ellos se les asignó un compañero que actuaba de forma alegre y juguetona, mientras que a la otra mitad se les puso un compañero malhumorado y protestón. Se observó que todos los participantes mostraban