Por su parte, el apóstol Pablo incluye a los “desobedientes a los padres” junto con los perversos de los últimos tiempos: amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, entre otros (2 Tim. 3:2).
Cuando pensamos en la durísima tarea de ser padres, que consiste en satisfacer tan diferentes y cambiantes necesidades casi siempre sin recibir gratitud, no podemos sino concluir que los hijos deben honrar a los padres mediante su obediencia y amor. Es cierto que algunos progenitores no aman a sus hijos y hasta pueden hacerles daño o explotarlos. Pero la mayoría de los padres hacen un uso correcto de su autoridad y actúan de acuerdo a las ordenanzas divinas.
Honremos hoy a nuestros padres y sigamos el mandato del Señor: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20).
22 de febrero - Familia
La influencia paterna
“Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Átalos siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello”
(Proverbios 6:20, 21).
En una ocasión un autobús lleno de pasajeros cubría una línea de larga distancia a través de una región muy árida y calurosa. Al principio, el viaje transcurría con normalidad, pero con el paso de las horas, algunos viajeros empezaron a renegar del calor que hacía y de lo largo del recorrido. El mal humor y la queja se hicieron generales. Con el calor y el paisaje desértico, el trayecto se hacía por momentos más largo, incómodo y aburrido. En uno de los asientos se encontraba un joven que, a pesar del malestar reinante, mantenía un talante tranquilo, feliz y radiante. Su actitud no parecía variar con el paso del tiempo. Esto llamó poderosamente la atención de la anciana que estaba sentada a su lado.
—Pareces contento y satisfecho, ¿no tienes calor? ¿No estás cansado? —preguntó la mujer.
Sonriendo, el joven replicó:
—Sí, señora, claro que tengo calor y estoy cansado, pero estoy feliz porque sé que mis padres me esperan al final del viaje.
No hay duda de que la relación entre este joven y sus progenitores era óptima, pues el solo pensamiento del cercano encuentro, le hacía olvidarse casi por completo del malestar que obsesionaba a otros pasajeros. Tal vez, esto era posible porque llevaba en su corazón y, de alguna forma, enlazada al cuello, la influencia ejercida por su padre y madre. Si su relación familiar hubiera sido adversa, en vez de gozo habría habido temor y aprensión ante el encuentro con sus padres.
Si eres padre o madre, proponte edificar una relación de calidad con tus hijos, no solo de órdenes y reglas. Dedícales tiempo, ten mucha paciencia, dales el mejor ejemplo posible y, sobre todo, ámalos a pesar de sus errores e incluso sus actitudes erróneas. Antes de hablar/actuar, reflexiona. No sea que caigas en lo que el apóstol Pablo dice que evitemos: “No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4).
Si tus progenitores viven, haz todo lo posible para retener las enseñanzas de tus padres; pruébalas y verás cómo hay mucha sabiduría en sus consejos. Obedece, a no ser que te pidan algo contrario a la voluntad de Dios. Exprésales tu gratitud a ellos por cosas específicas que hicieron por ti. Finalmente, atesora esos consejos en tu corazón (en tu interior) y, al mismo tiempo, colgados al cuello (hacia el exterior) como si se tratase de un hermoso adorno visible.
23 de febrero - Familia
El ejemplo eficaz
“Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también”
(2 Timoteo 1:5).
El Dr. Christopher Trotter, investigador de la Universidad de Monash en Melbourne (Australia), es un experto internacional en el aprendizaje vicario o por imitación. La mayoría de sus estudios los ha llevado a cabo con poblaciones reclusas. En lugar de utilizar los métodos tradicionales (premios, castigos, amenazas e incentivos), cuyos resultados son generalmente pobres con presidiarios, Trotter comenzó a usar el método del aprendizaje vicario o por imitación. Pronto, este sistema se extendió por muchas instituciones penitenciarias.
¿Cómo funciona el aprendizaje vicario? Los funcionarios de prisiones despliegan conductas tales como llegar a tiempo a las citas, ser honrados y fiables, acabar lo que empiezan, respetar los sentimientos de los demás, demostrar empatía hacia los sufrientes, expresar ideas en contra de la conducta delictiva y a favor de la amistad con los no delincuentes, exaltar las ventajas de la vida familiar y del valor del trabajo, interpretar positivamente las intenciones de las otras personas y mencionar las buenas consecuencias de vivir acorde con la legalidad. Los resultados son uniformes: los reclusos tienden a copiar estas conductas de forma generalizada. Funciona tanto en los presos con penas leves como con los de penas elevadas, tanto en hombres como en mujeres. En suma, el buen ejemplo, sin necesidad de sermones o amenazas, produce en los participantes una conducta mejor que en los otros presos no expuestos al buen ejemplo.
Según indica la Biblia, las conductas morales, las creencias, los valores y la fe también pueden transmitirse por medio del aprendizaje vicario. El texto de hoy es una muestra. En pocas palabras el apóstol Pablo manifiesta al joven Timoteo que él es el producto del ejemplo de un ambiente espiritualmente rico. Sin duda el muchacho observó la conducta de su madre Eunice y de su abuela Loida. Esas mujeres debieron ser muestras magníficas de oración y de acción, dando gloria a Dios y apoyando a sus prójimos en las necesidades materiales y espirituales. Desde muy niño, Timoteo debió presenciar atentamente su ejemplo, imitándolas durante el resto de su vida.
Si tienes hijos, recuerda que el efecto de tu ejemplo es más eficaz y duradero que las razones lógicas y contundentes. Muestra hoy una conducta ejemplar ante los demás miembros de tu familia o círculo social y observa cómo el Señor bendice los resultados.
24 de febrero - Familia
La necesidad de correctivos
“El que no aplica el castigo aborrece a su hijo; el que lo ama, lo corrige a tiempo”
(Proverbios 13:24).
Olga decidió usar siempre el método del reforzamiento positivo con su hijo. Desde que dio los primeros pasos, instruía a su niñito en lo que tenía que hacer. Como todos los niños, a veces obedecía y otras, no. Cuando el pequeño seguía las instrucciones de su mamá, esta le dispensaba palabras de elogio, sonrisas y manifestaciones de afecto y, a veces, le daba algún juguetito o golosina. Cuando no obedecía, simplemente lo ignoraba. A decir verdad, el método funcionaba bien y así Olga solía comentar que, en los tres años de vida de su hijo, no había tenido la necesidad de castigarlo. Olga tuvo su segundo hijo cuando el primogénito contaba con casi cuatro años. El mayor comenzó a mostrar celos hacia su hermanito y, en una ocasión, cuando el menor dormía, lo despertó a pellizcos, provocando en el lactante un espectacular llanto. Su madre presenció parte de la travesura e inmediatamente le propinó una tanda de azotes.
Ese día estaba de visita una amiga de la familia y, al observar el incidente, exclamó sorprendida:
—¡Olga, yo creía que nunca castigabas a tus hijos y que solo usabas el reforzamiento positivo!
A lo que Olga respondió:
—La verdad es que mi método es más eficaz que el castigo, pero en casos de emergencia, he de usarlo para evitar consecuencias catastróficas.
A veces es necesario castigar, especialmente cuando la conducta deseable no puede alabarse porque no aparece. Pero el castigo no tiene por qué ser corporal, especialmente cuando los niños crecen y aprecian las relaciones de causa y efecto. Por ejemplo, castigar a un chico