Si eres casado reflexiona hoy en la perfección del amor de Cristo e intenta, por su gracia, transmitir ese amor a tu cónyuge. Y si no estás casado, puedes demostrar el amor de Cristo hacia cualquiera de tus semejantes incluso de forma heroica, como escribió el discípulo Juan: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
9 de febrero - Familia
¿Debo enojarme?
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”
(Efesios 4:26).
“Airaos”. Parece que el apóstol Pablo está invitando a los fieles cristianos a que se enojen, aunque sea dentro de unos límites. Este texto lo usaba Esteban para gritarle a su esposa cuando ella hacía algo que a él no le parecía bien. En una ocasión, un amigo cercano le dijo:
—Esteban, no es justo que te enojes así con tu esposa.
A lo que él se apresuró a responder:
—Pues el apóstol Pablo dice a los Efesios: “Airaos, pero no pequéis”. Así que yo no peco, porque llevo toda la razón en lo que le digo, y es ella la que me irrita y me provoca.
Hemos de tener cuidado al interpretar este pasaje como si fuera una licencia para usar libremente el enojo. Recordemos que unos versos más adelante la misma inspiración ofrece una lista de rasgos desechables entre los que aparecen precisamente el enojo, la ira y la gritería (Efe. 4:31). Tampoco podemos olvidar los múltiples pasajes donde se desaprueba la ira y el enojo (Prov. 15:18; 17:14; Sal. 37:8; Sant. 1:20) y los numerosos versículos donde se exaltan las virtudes de los dichos suaves (Prov. 15:1, 23; 16:22, 23).
La mayoría de los teólogos entiende que esa indignación se refiere al enojo contra el pecado, la injusticia, la inmoralidad, la falsedad... Pablo no recomienda que los creyentes usen la ira contra el cónyuge, el hijo, el vecino, el amigo o el hermano, sino contra el mal, como dijo Agustín de Hipona: Cum dilectione hominum et odio vitiorum (“Con amor al hombre y con odio al pecado”).
El enojo es una emoción negativa que conlleva transpiración, elevación de la tensión arterial, aumento del volumen de voz, mirada penetrante, temblores de manos, semblante tenso, uso de palabras insultantes y agresividad verbal o física. Estos signos no son buenos ni para la salud física, ni para la salud moral, ni para el perfeccionamiento de las relaciones interpersonales.
Si tienes tendencia a arrojar el mal humor sobre otros, comienza hoy una reforma. Recuerda que el problema tiene dos vertientes: tú y Dios. Un humor irritable arraigado necesita la intervención divina y has de ponerte en sus manos con fe y con la certeza de que para Dios todo es posible. Además, tienes que poner de tu parte, aprendiendo modos de controlar tus palabras, calmándote a ti mismo, procurando los dichos suaves y las formas amables hasta que lleguen a ser un hábito en ti. Así harás lo que te pide el Señor: abandonar todo enojo y toda ira (Col. 3:8)
10 de febrero - Familia
El poder del perdón
“Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”
(Efesios 4:32).
Amy era una joven de elevados principios: perseverancia, valentía y, sobre todo, compasión. Su deseo de aportar justicia e igualdad al mundo le llevó a realizar estudios superiores en relaciones internacionales en la Universidad de Stanford (California, EE.UU.). Al terminar sus estudios, obtuvo una beca Fulbright para participar en un proyecto de promoción de la igualdad y en contra de la segregación racial en Sudáfrica. Al final de su estancia, cuando faltaban dos días para regresar a casa, un grupo de jóvenes en la población de Guguletu la detuvo, la sacó del vehículo y la acuchilló hasta la muerte. Sus padres, su novio (que la esperaba para un pronto matrimonio) y sus amigos y familiares quedaron devastados ante una pérdida tan injusta y sin sentido. Estaban llenos de enojo, dolor y odio; reacciones humanas naturales ante un hecho tan horrendo.
Sin embargo, los padres de Amy demostraron un carácter de absoluta nobleza moral. Meses después de la espantosa pérdida, viajaron al lugar de los hechos y se reunieron con la familia de los asesinos y con ellos mismos, ofreciéndoles su perdón. También fundaron una institución que hoy se desempeña en Sudáfrica: la Fundación Amy Biehl, que promueve programas de salud, educación, arte, música y recreación para los más desfavorecidos. Dos de aquellos jóvenes asesinos, Ntobeko Peni y Easy Nofemela, a quienes alguien enseñó que todos los miembros de la raza blanca son enemigos malvados, están arrepentidos y rehabilitados. Ambos trabajan en la Fundación Amy Biehl y comparten el legado de la chica.
El perdón generoso de aquellos padres produjo una serie de reacciones de paz y buenos sentimientos. Ellos se libraron del enojo, del dolor y del odio. Los asesinos fueron transformados por la fuerza del perdón. Muchos recibieron inspiración por el perdón paterno. Y muchos más continúan recibiendo bendiciones por medio de la fundación.
El perdón que Dios nos concede es mucho más completo. Es un perdón tan poderoso que nos invita a perdonar a nuestros semejantes, como indica el versículo de hoy. Tal vez el Señor no te invite a que perdones al asesino de un ser querido, pero sí a tu cónyuge, a tu hijo, a tu padre, a tu vecino o a tu pariente. Si has sido objeto de alguna ofensa, ora hoy para que el Espíritu Santo sensibilice tu corazón y concedas tu perdón, como Dios también te perdona a ti en Cristo.
11 de febrero - Familia
Cuando no perdonamos
“Así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarlo y consolarlo, para que no sea consumido por demasiada tristeza”
(2 Corintios 2:7).
Fred se crio con su querido amigo Sam. Para Fred, Sam era como un hermano, el hermano que no tenía en su propia familia. Esta íntima y verdadera amistad continuó hasta los años universitarios. Sin embargo, cuando Sam conoció a una joven compañera y se enamoró de ella, dejó de prestar atención a su mejor amigo. Resultó que a ella no le gustaba que Sam fuera amigo de Fred. La situación llegó a tal extremo que, cuando Sam y su prometida se casaron, no invitaron a Fred y ni siquiera le informaron de la boda. Fred fue incapaz de encajar la situación. En su mente y en su corazón albergaba enemistad, odio y repugnancia hacia su antiguo amigo. Esta postura la mantuvo durante años, incluso después de que él mismo contrajera matrimonio. Años después, describiría su estado diciendo: “Aferrarse al rencor es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera envenenada”.
Su resentimiento hacia Sam y su esposa era tan intenso que un día su mujer le dijo:
—Fred, yo te amo, pero no me gustan los cambios que estás experimentando por tu odio hacia Sam…
Esto le produjo una reacción tan fuerte que decidió perdonar. Abandonó el rencor, el desprecio y la aversión. Finalmente pudo perdonar a su amigo. Tan grata fue su experiencia que se encauzó en la carrera psicológica con especialidad en el estudio del perdón. Hoy es el Dr. Fred Luskin, director del Proyecto del Perdón de la Universidad de Stanford. Además de sus múltiples investigaciones sobre el tema, Luskin ha ayudado a muchos a perdonar y reconciliarse como, por ejemplo, la mediación que llevó a cabo entre víctimas y terroristas en Irlanda del Norte.
El texto de hoy nos invita no solo a perdonar, sino también a consolar al ofensor. Este espíritu del perdón es parte esencial del evangelio de Jesucristo y hay razones para ello. Por ejemplo, hoy se sabe que cuando no perdonamos alojamos enojo, el estrés aumenta y disminuye la actividad cognitiva. También es bien sabido que no perdonar produce cambios adversos en la actividad hormonal (desequilibrio de cortisol), el sistema nervioso parasimpático y la composición sanguínea. Mientras que al conceder perdón obtenemos bienestar y reducimos