Sin embargo, las alabanzas del falso amigo, aunque halagadoras tem poralmente, son tremendas en última instancia. Este mensaje lo confirma el salmista cuando dice: “Que el justo me castigue y me reprenda será un favor; pero que bálsamo de impíos no unja mi cabeza” (Sal. 141:5). Otro suceso cercano a la vida de David ilustra las consecuencias del falso amigo que se acerca cariñosamente, pero cuyas consecuencias son fatales. Ya rey, David había designado a Amasa y a Joab como dos de sus generales. En una de sus campañas de guerra, Joab tuvo un encuentro casual con Amasa y se acercó a él extendiendo su mano derecha y asiéndolo cariñosamente de la barba para besarlo. Tranquilo y relajado, Amasa se acercó a su colega para juntar sus rostros. Joab le preguntó:
—¿Te ha ido bien, hermano?
En ese momento, con la daga que llevaba en la mano izquierda, Joab asestó un golpe mortal en el costado de Amasa, quien murió en breves momentos (2 Sam. 20:9, 10).
Alguien que te ama de verdad, puede infligir heridas pasajeras en tus sentimientos, pero el falso amigo es capaz de producirte una herida mortal que, aunque no sea física, puede ser moral o espiritual. Ora a Dios hoy para que te ayude a ser un verdadero amigo y para que te conceda suficiente en tendimiento para discernir entre el verdadero y el falso amigo. Su influencia puede ser tan grande que ponga en juego tu propia salvación.
6 de marzo - Relaciones
El eco de mis palabras
“La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
Una antigua anécdota nos cuenta que un muchachito, mientras exploraba el entorno de su aldea, descubrió una formación rocosa y gritó hacia las rocas:
—¡Hola, hola!
De inmediato vino la respuesta:
—¡Hola, hola!
Sin saber que se trataba del eco, comenzó a proferir palabras desagra dables con lo que escuchó respuestas exactamente igual de feas. De regreso a su casa, le contó a su madre que había un niño nuevo en la vecindad y que, por cierto, se trataba de un niño muy malo, pues decía palabrotas. Comprendiendo lo que había ocurrido, la mamá lo invitó a que regresara al lugar del encuentro y expresara palabras amables y cariñosas a ese nuevo niño para observar lo que pasaba. Pronto el pequeño comprobó que las palabras del extraño eran tan dulces como las suyas.
En ocasiones nos encontramos con reacciones ariscas o iracundas en al guna persona próxima o incluso distante. Como reacción, podemos pensar (o incluso decir) que tal sujeto debería tener un trato más amable y no ser tan grosero o hasta reaccionar de forma agresiva. Pero es mucho mejor poner en práctica lo que recomienda el texto de hoy: “La respuesta suave aplaca la ira”. La frase da a entender que ya existe una conducta iracunda en el contrario y que nuestra delicada respuesta calmará la furia.
La importancia de la expresión verbal con su tono y contenido no es poca y la Biblia se refiere a ella en diversas ocasiones. Por ejemplo, nos habla de que “la muerte y la vida están en poder de la lengua” (Prov. 18:21). El apóstol Santiago presenta la lengua como un órgano peligroso: miembro pequeño que se jacta de grandes cosas y que es capaz de incendiar un gran bosque (Sant. 3:5). También equipara la lengua a “un mundo de maldad” (vers. 6).
Pero el apóstol nos ofrece el remedio para dominar nuestras palabras. El mismo apóstol cierra el capítulo recomendando “la sabiduría que es de lo alto”. Una sabiduría que, según explica, es “pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (vers. 17). Con esta sabiduría nuestros dichos no encenderán fuegos, sino que los apagarán y acabarán comunicando paz (vers. 18).
Las palabras constituyen un arma muy poderosa, capaz de hacer bien o mal. Recuerda hoy la ilustración del niñito que escuchaba el eco de sus propias palabras. Ojalá que tus palabras aplaquen la ira y produzcan paz en el corazón de quienes las escuchen.
7 de marzo - Relaciones
La venganza no es tuya
“No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: ‘Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor’. Así que, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, pues haciendo esto, harás que le arda la cara de vergüenza”
(Romanos 12:19, 20).
Louis Zamperini nació en 1917 en el seno de una familia de inmigrantes italianos en la ciudad de Olean (Nueva York, EE.UU.). Desde joven se entregó al atletismo y logró participar en los juegos olímpicos de Berlín
de 1936, donde el mismo Hitler le dio la mano y lo felicitó por una de sus marcas. Durante la Segunda Guerra Mundial, Louis se alistó en el ejército norteamericano y combatió en el frente del océano Pacífico. Un accidente mecánico en pleno vuelo hizo que el avión se precipitara al vacío y cayera al océano. Todos los tripulantes murieron excepto Louis y otros dos soldados que sobrevivieron en una balsa salvavidas. Con poquísima comida y nada de agua, pescaban lo que podían y bebían agua de lluvia. Uno de ellos murió. En medio de semejante situación trágica, Louis oró a Dios diciendo: “Si sobrevivo, te obedeceré y haré tu voluntad el resto de mi vida”.
Los náufragos alcanzaron las islas Marshall cuarenta y siete días después del accidente. Los japoneses no tardaron en hacerlos prisioneros. Los torturaron y los llevaron al Japón donde siguieron siendo maltratados hasta el final de la contienda en agosto de 1945. Pero Zamperini se olvidó de su promesa y acabó alcohólico y con estrés postraumático. Todas las noches sufría pesadillas en las que estrangulaba a sus captores japoneses. Odiaba a los japoneses con toda su alma.
Su esposa lo persuadió para que asistiera a unas conferencias del predicador Billy Graham. Por medio de aquel mensaje Dios transformó su corazón y sus deseos de venganza se desvanecieron. Solo entonces recordó la promesa que había hecho a Dios en su naufragio seis años antes. Por primera vez durmió plácidamente y disfrutó de salud física y mental hasta su muerte a los noventa y siete años, vida que dedicó a predicar las virtudes de perdonar y no vengarse del mal que otros nos hagan. Viajó a Japón en 1950 y buscó a sus torturadores encarcelados por crímenes de guerra. Los abrazó, los perdonó y algunos incluso se convirtieron al cristianismo. Su historia fue llevada al cine en 2014 con el título Inquebrantable, dirigida por Angelina Jolie.
¿Hay alguien que te haya ofendido? Si estás pensando en vengarte, considera lo que Dios dice: “Mía es la venganza, yo pagaré”. Y no solo te pide que renuncies a la venganza, sino también que satisfagas sus necesidades básicas, según el versículo de hoy.
8 de marzo - Relaciones
¿Quién es grande de entendimiento?
“El que tarda en airarse es grande de entendimiento; el impaciente de espíritu pone de manifiesto su necedad”
(Proverbios 14:29).
Ira y enojo son sinónimos de relaciones heridas. Uno puede enojarse con las circunstancias, con algún recuerdo del pasado o con uno mismo, pero lo más frecuente y peligroso es cuando alguien se enoja con su prójimo: cónyuge, amigo, familiar, compañero, vecino… Y a continuación sobreviene el dolor, no solo en el agredido sino también en el enojado.
En primer lugar, la persona airada sufre daño fisiológico. Con la aparición de la ira, el sistema límbico (zona muy profunda del cerebro) provoca una serie de reacciones: aceleración cardíaca, elevación de la presión arterial, tensión muscular, aumento de la frecuencia respiratoria, sudoración, palidez, manos frías y enrojecimiento de la cara.
En segundo lugar, se deteriora la función cognitiva: el pensamiento se vuelve irracional y distorsionado; la persona tiende a centrarse en lo negativo y a obsesionarse con el tema que ha causado el enojo, aunque se trate de un asunto minúsculo.
Finalmente, tiene lugar