12 de febrero - Familia
Los malentendidos
“Es una necedad y una vergüenza responder antes de escuchar”
(Proverbios 18:13, DHH).
Se cuenta la historia de un pastor que envió a su hijo adolescente a la oficina de correos y telégrafos a enviar un telegrama para felicitar a una joven feligresa que se había casado recientemente. El ministro dio claras instrucciones al jovencito: el mensaje telegráfico que debía enviar era el siguiente: “Lee 1 Juan 4:18”. Por falta de atención, el muchacho omitió el primer número y envió el mensaje: “Lee Juan 4:18”. Cuando la recién casada recibió el telegrama se apresuró a buscar en su Biblia el mensaje escogido especialmente para ella. De no haber sido erróneo, el versículo hubiera sido hermoso y apropiado a la ocasión: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Sin embargo, el rostro de la joven quedó perplejo al leer: “El que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18).
Muchos problemas interpersonales se derivan de una mala comunicación. Los que emiten el mensaje tienen en la mente una intención y un concepto que pueden ser muy distintos para el que los recibe. Es más, si el receptor no escucha (o solo escucha a medias) el mensaje se quiebra y puede causar problemas.
Dentro de las familias, los malentendidos ocurren con frecuencia. Escuchar con verdadera atención en esta generación va haciéndose una rara habilidad. Los esposos tienen distintas preocupaciones. Así, cuando uno habla, el otro tal vez no escucha y hasta ofrece respuesta sin haber escuchado, como señala el versículo de hoy. Los niños y jóvenes también tienen sus intereses y, con mucha frecuencia, parecen no escuchar. La Escritura nos advierte que seamos prontos para oír y tardos para hablar (Sant. 1:19), pues escuchar es una bendición y ser escuchado produce un efecto terapéutico.
En realidad, el amor es el mejor fundamento para la comunicación: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal” (Rom. 12:10). Si amamos al interlocutor, no nos será necesario hacer un curso de técnicas de comunicación. Si nuestra postura es menos egoísta y más centrada en el otro, la comunicación ganará calidad.
Hazte hoy el propósito de escuchar, de entender y de absorber por completo los mensajes que te presente tu hijo, tu cónyuge, tu padre o madre, tu compañero de trabajo, tu vecino o tu amigo. Sobre todo, mira a tus semejantes como hijos de Dios, creados y redimidos por él. Te sorprenderás de los hermosos resultados que esta actitud te proporcionará a ti y a quien escuchas.
13 de febrero - Familia
Por la boca muere el pez
“El que guarda su boca guarda su vida, pero el que mucho abre sus labios acaba en desastre”
(Proverbios 13:3).
El pianista polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), además de ser un intérprete genial, hablaba con gran prontitud. No en vano dominaba varios idiomas. En una ocasión, sufrió un ataque agudo de ronquera que provocó rumores de cáncer u otra enfermedad fatal. Temeroso, Rubinstein acudió a su especialista para que lo examinara. Durante la visita, Rubinstein observó con atención el rostro del médico, pero este no reflejaba sentimiento alguno. Simplemente le indicó que regresara al día siguiente. El virtuoso, sumido en el temor a perder la vida, no durmió aquella noche. La escena se repitió en su segunda visita. El facultativo seguía observando y reflexionando en silencio. Finalmente, el músico irrumpió:
—Doctor, dígame lo que sucede. No me importa saber la verdad. Mi vida ha estado llena de satisfacciones y éxito. ¡Estoy preparado para lo peor! Por favor, dígame, ¿qué tengo?
Luego de una breve pausa, el galeno respondió:
—¡Habla usted demasiado!
La Biblia nos advierte en varios lugares de lo peligroso de hablar demasiado, pero no por riesgo de ronquera, sino por el daño que las palabras imprudentes pueden causar a otras personas y los problemas que a veces nos acarrean a nosotros mismos. El texto de hoy se refiere precisamente al “desastre” que puede sufrir quien “mucho abre sus labios”. No en vano reza el refrán castellano: “Por la boca muere el pez”. Una de las maneras más prácticas de poner en el verdadero amor de Cristo es utilizar nuestras palabras con tacto y sabiduría. Esto es cierto en todo tipo de relación y muy especialmente en el ámbito familiar donde nos olvidamos de este principio por la excesiva confianza y la intimidad que ofrece el hogar. Hemos de hacer todo esfuerzo posible y pedir a Dios la sabiduría necesaria para decir lo debido y lo justo y callar el resto.
En el sur de Turquía hay una cordillera llamada Taurus, donde habita una variedad de grulla con la peculiar conducta de lanzar graznidos agudos de forma incontrolada en medio de su vuelo. Estos sonidos atraen a las águilas que hacen presa sobre las grullas. Sin embargo, se ha observado que, para acallar sus propios graznidos y menguar su impulso natural, las grullas recogen piedrecitas y las alojan en su boca. Así impiden el graznido y no llaman la atención de los predadores.
Si tienes problemas para controlar tus palabras, invita hoy a Dios en tu vida y él te dará sabiduría para decir lo apropiado y callar lo impropio.
14 de febrero - Familia
El día de los enamorados
“¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío!”
(Cantares 6:3).
En muchos lugares hoy se celebra San Valentín, el día de los enamorados, o del amor y la amistad. Valentín fue un presbítero que vivió en la ciudad de Roma en el siglo III, y allí servía a los cristianos de la época, en tiempos de Claudio II (el Gótico). El emperador Claudio prohibió el matrimonio entre los jóvenes en su intento de formar un ejército de soldados de dedicación exclusiva sin cargas familiares. Naturalmente, esta medida promovía el amor libre entre los jóvenes. Para evitar esto y no perder el uso sacro del matrimonio, Valentín casaba a estos jóvenes cristianos en secreto. Pero cuando las autoridades descubrieron su desobediencia a la ley civil, Valentín fue detenido, enviado a prisión, juzgado y condenado a muerte. Murió torturado el 14 de febrero de 270. Es así como llegó a ser el patrón de los enamorados.
Muchos siglos antes, Salomón escribió el Cantar de los Cantares que es una exaltación al amor de una pareja en donde se enaltece de forma clara el romanticismo, la sexualidad y la unión matrimonial. Muchos siglos antes, tuvo lugar la verdadera instauración del matrimonio, algo que Dios mismo diseñó para beneficio del hombre y de la mujer (Gén. 2:24).
El matrimonio de calidad es una opción que conlleva altos niveles de satisfacción vital y una mejor salud. Incluso se ha puesto de manifiesto que promueve la longevidad. El Dr. Lewis Terman (1877-1956) llevó a cabo un estudio fascinante: la selección y seguimiento de mil quinientos niños de alta capacidad intelectual que participaron en el estudio por el resto de su vida. Muchos fueron los datos recabados de estos sujetos, siendo uno de ellos el estado civil y su relación con la salud y la longevidad. Uno de los últimos informes sobre este grupo lo publicaron Howard Friedman (Universidad de California) y Leslie Martin (Universidad de La Sierra). Su libro The Longevity Project muestra que estos participantes (algunos aún vivos cuando el libro fue publicado en 2011) gozaban de una vida más larga cuando habían tenido un buen matrimonio.
La vida matrimonial es de origen divino y constituye un ideal. Es cierto que hay matrimonios que causan más dolor que placer, pero también es verdad que muchos otros alcanzan el éxito, en gran parte por el ejercicio del verdadero amor y por el poder de Dios. Por su gracia, hazte hoy el propósito de nutrir tus relaciones de amor, sea con tu cónyuge, tu padre, tu madre, tu hijo o tu hermano: “¡Yo soy de mi amado, y mi amado es mío!"
15 de febrero - Familia
Herencia de Jehová
“Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre”
(Salmo 127:3).
Cuando el magnate de la industria norteamericana Wellington Burt