Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová”

      (Levítico 19:32).

      En una ocasión, un hombre de ochenta años estaba sentado en casa mirando por la ventana en compañía de su hijo de unos cuarenta y cinco años, un caballero muy bien situado y con estudios superiores. En un árbol cercano se posó un cuervo y el anciano preguntó:

      —¿Qué es eso?

      A lo que su hijo respondió:

      —Un cuervo.

      Momentos después, otro pájaro se posó en las cercanías y el hombre mayor preguntó:

      —¿Qué es eso?

      La respuesta fue la misma:

      —Un cuervo.

      La secuencia se repitió cuatro veces seguidas y el hijo perdió la paciencia, exclamando:

      —¿Por qué me haces la misma pregunta una y otra vez? Ya te he dicho que es un cuervo, ¡todos estos pájaros son cuervos! ¿No lo entiendes?

      El anciano caminó en silencio hacia su dormitorio y regresó con un diario personal viejo y desgastado que había guardado desde que su hijo era un niñito. Lo abrió y señaló un párrafo para que su hijo lo leyera. Allí estaba escrito:

      “Hoy mi hijo ha cumplido tres años. Estábamos juntos, él y yo, sentados en el sofá, cuando un cuervo se posó cerca de la ventana. Me preguntó: ‘Papá, ¿qué es eso?’, y yo le respondí: ‘Un cuervo’. Me hizo la misma pregunta veintitrés veces y yo le contesté lo mismo las veintitrés veces. No pude por menos que sonreír y abrazar al pequeño sintiendo un profundo afecto por mi hijito”.

      Según la Biblia, “en los ancianos está la ciencia y en la mucha edad la inteligencia” (Job 12:12). Siempre tendremos una generación de sabios, nuestros mayores, con la suficiente experiencia para apreciar las cosas desde una perspectiva única. Por ello, el versículo nos insta a ponernos en pie ante las personas mayores, dándoles la honra que merecen y demostrando el afecto y el aprecio debido. Al fin y al cabo, son quienes nos han ayudado a crecer y han trabajado para dejar un mundo preparado para la siguiente generación.

      El Salmo 71 se titula “Oración de un anciano” y es una plegaria para que Dios proteja a los hombres y las mujeres que van avanzando en edad. “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabe, no me desampares” (vers. 9). Tú puedes ser el instrumento que cumpla la respuesta a esta petición. Dios puede llamarte a hacer mucho más ligera la carga de una persona anciana, sea dentro o fuera de tu familia.

      Lumbreras en el mundo

      “Haced todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo”

      (Filipenses 2:14, 15).

      Entre las cosas que más alteran el ritmo de normalidad familiar están el rezongar, gruñir y renegar. Muchos niños (y padres también) tienen la costumbre de “contaminar” el ambiente hogareño mediante quejas que transmiten un estado de ánimo negativo a los demás miembros de la familia, propagando el mal humor por la casa.

      Pieter Pelgrims y Thierry Blancpain son dos amigos suizos, colegas en la industria tipográfica. A pesar de ser excelentes compañeros, ambos tenían la costumbre de quejarse continuamente por cualquier cosa molesta que les ocurría. Cansados ambos por las monsergas del contrario, decidieron callarse todas las quejas intranscendentes durante un mes completo. Y así lo hicieron. El resultado les proporcionó tal grado de satisfacción, que decidieron repetir al año siguiente. Algunos amigos se unieron al proyecto y los iniciadores de la idea desplegaron la iniciativa en Internet. Hoy, miles de personas se unen cada mes de febrero a la “restricción de las quejas” (complaintrestraint.com). No pretenden que se eliminen las quejas por completo, pues uno debe quejarse ante situaciones de suma importancia. Se trata, pues, de dejar de quejarse por cuestiones intranscendentes sobre las que no tenemos control, pero con frecuencia nos irritan. Por ejemplo, Blancpain y Pelgrims sugieren dejar de rezongar porque llueve, porque llora el bebé de la vecina, por perder el autobús o porque surge una complicación que nos obliga a trabajar una hora más.

      La promesa bíblica va más allá de alcanzar bienestar y satisfacción acallando nuestros disgustos y canalizándolos positivamente, como recomienda este grupo. El texto de hoy menciona un resultado mucho más valioso: hacer las cosas sin murmuraciones ni discusiones nos lleva a exhibir un ejemplo intachable, a la sencillez y a resplandecer como lumbreras en medio de una generación malvada.

      Al concluir este mes sobre las relaciones familiares, invitamos al lector a considerar la gran importancia de mantener un tono emocional cortés y amable en el contexto de la familia. Dice el apóstol Santiago: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados” (Sant. 5:9). Y el apóstol Pablo, refiriéndose al antiguo Israel: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron” (1 Cor. 10:10). En su lugar, te sugerimos “dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).

      Palabras que edifican

      “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”

      (Efesios 4:29).

      Dedicamos este mes de marzo a las relaciones interpersonales, recordando que estas son fuente de máxima satisfacción y, al mismo tiempo, riesgo de los más grandes problemas. Las palabras constituyen la herramienta más poderosa para edificar o arruinar las relaciones. No es extraño que la Biblia redunde en consejos para hacer un buen uso de la palabra. Las palabras no lo son todo, pero sí una manera de elevar o de derrumbar al interlocutor, dependiendo de lo que uno diga. Esto se extiende a todos los ámbitos: familia, trabajo, ocio, amigos, compañeros, vecinos, negocios…

      Ramón, un joven de veinte años, jugaba al fútbol en su equipo del barrio. En uno de los encuentros, le pasó el balón a su compañero Javier de tal forma, que este pudo marcar fácilmente un gol, pero erró y perdió la oportunidad. En respuesta, Ramón lanzó a Javier un insulto de los que producen vergüenza en cualquier oyente. Herido emocionalmente por la expresión de su compañero, Javier no jugó bien el resto del partido. Por su parte, Ramón acabó sintiéndose muy incómodo por lo que había dicho. Un tío suyo, que estaba presenciando el partido, le dijo al final del encuentro:

      —No está bien lo que has hecho. Javier no ha ganado nada con tus palabras y tú has perdido mucho, porque tu manera de actuar habla mal de tu carácter. Y lo peor es que la amistad entre tú y él estará arruinada hasta que hagas algo para remediarlo.

      Ramón reaccionó de forma honorable. Pidió perdón a Javier y admitió que sus palabras fueron inapropiadas, hirientes e irrespetuosas. Ambos se fundieron en un abrazo de reconciliación. De esa manera, la relación se restauró a un nivel aún mejor que el anterior.

      Sin embargo, aún quedaba algo que Ramón no había resuelto: comprender que sus actos no solo afectan las relaciones entre personas. Su conducta también daña la relación con Dios. Se sentía culpable y con la impresión de que también había ofendido a su Padre celestial. Por ello, pidió también perdón a Dios.

      Si estás enemistado con alguien por causa de tus palabras (o cualquier otra razón), no dejes pasar demasiado tiempo sin restaurar la relación dañada pidiendo perdón. Te beneficiarás en tu salud mental y también moral. Pídele al Señor, como hizo el salmista, las palabras justas y adecuadas: “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío” (Sal. 19:14, CST).

      Empatía

      “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”

      (Romanos 12:15).