Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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hoy el privilegio de no ser más esclavos, sino hijos de nuestro Dios. Ello nos hará olvidar nuestras deficiencias e imperfecciones para centrarnos en ese espíritu de adopción que nos da derecho a tratar a nuestro Padre celestial con el afecto de un niño.

      El barquito rescatado

      “Pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”

      (1 Corintios 6:20).

      Se cuenta la historia de un niño que, con esfuerzo y persistencia, talló un barquito velero de madera muy liviana, lo lijó, lo pintó y le acopló una pequeña vela. El juguete, además de funcionar, resultó muy atractivo. Cuando el muchachito lo llevaba al agua, la brisa lo empujaba de forma suave, asemejándose a un barco de verdad. Un día, jugando con el velero a la orilla de un río, el viento comenzó a soplar a fuerte velocidad y, entre el viento y la corriente, la ingeniosa embarcación se precipitó río abajo hasta desaparecer. Disgustado, el niño lo buscó desesperadamente pero no logró encontrarlo. Finalmente, regresó a su casa con el tremendo peso de la pérdida.

      Semanas después, haciendo recados en la ciudad, el muchacho se sobresaltó al ver en un escaparate de objetos usados un barquito que se parecía mucho al que había perdido. Entró en la tienda, lo observó de cerca y, efectivamente, ¡era su barco de juguete! Reconocía las marcas, las formas, los tonos y todo detalle con la precisión que un artista reconoce su obra. Cuando el dueño de la tienda se acercó, el niño exclamó con certeza:

      —¡Este barco es mío! Lo sé porque yo mismo lo fabriqué y el río se lo llevó.

      El dueño de la tienda le explicó en tono incrédulo que una persona le había vendido el barquito y ahora le pertenecía a él. En fin, el comerciante se retiró diciendo:

      —Si lo quieres, tendrás que comprarlo.

      Con gran esfuerzo, el niño trabajó cuanto pudo para juntar el dinero. En cuanto tuvo lo suficiente, acudió presuroso a la tienda y compró el preciado velero. Abrazándolo, le habló con ternura diciendo:

      —Eres mío. Yo te hice y ahora te he comprado por precio.

      Si en alguna ocasión te sientes inferior o hasta llegas a despreciarte a ti mismo, si te has perdido o los vientos de la vida te han arrastrado a destinos indeseables, si piensas que tu pasado no ha sido favorable y que ahora tienes que sufrir las consecuencias, si has perdido la esperanza de ser hallado, piensa que el Señor Jesús te creó y desde entonces le perteneces. Además, por cualquier transgresión moral que hayas cometido, por cualquier regla violada, Jesús ha pagado un alto precio (¡su propia vida!) para rescatarte y decirte: “Eres mío, yo te formé y ahora te he comprado por precio”.

      ¡Son tantas las bendiciones!

      “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios”

      (Juan 1:12, 13).

      Hemos dedicado el mes de enero al tema de la autoestima. Para muchas personas, los sentimientos de inferioridad son una realidad. Pero son muchas las fuentes de autoestima que nos vienen de la Palabra. En ella se nos habla de las continuas y seguras bendiciones para los hijos de Dios. Y eso debería ser la mejor forma de fortalecer la autoestima.

      Cuando te sientas, cuando te levantas, cuando caminas, cuando piensas y cuando hablas, Dios está pendiente de ti. Antes de que pronuncies tus palabras, Jehová ya las conoce (Sal. 139:1-4).

      Dios es amor y te comunica ese principio para que lo pongas en práctica y así pueda permanecer en ti y tú en él (1 Juan 4:16). Ese amor no es temporal, sino eterno y su misericordia es continua (Jer. 31:3).

      Dios te concede muchas cosas buenas: dones, habilidades, talentos… todos vienen de un Dios absolutamente fiable, pues en él no hay mudanza ni sombra de variación (Sant. 1:17).

      Cuando experimentes sentimientos de inferioridad o incapacidad por no tener medios suficientes para cumplir tu misión, piensa que el Señor te promete satisfacer todas tus carencias (Mat. 6:31-33).

      Los planes de Dios para ti son de paz y no de mal y en última instancia te asegura conceder lo que esperas (Jer. 29:11). De hecho, él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efe. 3:20).

      Al aceptar al Señor, él te considera “especial tesoro” (Éxo. 19:5) y, como tal, te cuidará y te consolará cuando pases tribulación; su consolación es eterna y te promete esperanza de forma gratuita (2 Tes. 2:16, 17). Además, su consolación te hará aprender cómo puedes tú también consolar a otros. Él está cerca de ti cuando tu corazón esté quebrado y tu espíritu abatido; por muchas que sean tus aflicciones, Dios te librará de todas (2 Cor. 1:3, 4). Y llegará el día cuando no habrá más necesidad de consolación, pues Dios enjugará toda lágrima y hará que no haya más muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor (Apoc. 21:3, 4).

      Todo esto es posible no por voluntad humana (Juan 1:13), sino por la acción directa de Dios. ¿Aceptarás la oferta? ¡Que Dios te bendiga para que así sea y recibas los privilegios que él desea otorgarte!

      Un hogar sin perturbación

      “El que perturba su casa heredará viento, y el necio será siervo del sabio de corazón”

      (Proverbios 11:29).

      Dedicamos este mes a las relaciones familiares, tanto maritales, como entre padres e hijos. Hay evidencias múltiples de que un hogar de calidad produce hijos que afrontan la vida con éxito. Uno de los estudios de mayor influencia global fue el de Michael Resnick y Peter Bearman de la Universidad de Minnesota. El estudio se publicó en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA, por sus siglas en inglés), una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo. Fue un estudio a gran escala, con la participación de noventa mil adolescentes de entre doce y dieciocho años, que fueron entrevistados y seguidos durante varios años. Uno de los hallazgos más importantes fue que cuanta más vinculación tenían los adolescentes con su familia, menor era el nivel de violencia juvenil, de uso y abuso de drogas, de embarazo temprano y de sexualidad precoz. Sin duda, los beneficios de una vida familiar equilibrada alcanzan muchos más aspectos de los que identifica este excelente estudio. Una vez más, la ciencia confirma (aun cuando siempre con excepciones) el sencillo principio de que cuando instruimos al niño en su camino, no se apartará de él aun de anciano (Prov. 22:6).

      El texto de hoy es un llamamiento a los padres a no perturbar el hogar porque las consecuencias son lamentables. Cuando un padre (o madre) perturba a su familia, acaba desprotegiendo a sus hijos de muchos y grandes peligros. ¿Cómo se perturba el hogar? El padre o la madre de la familia hacen esto mediante constantes amenazas, provocación y mensajes de desprecio. Pueden también hacerlo mostrando un ejemplo de ociosidad, de desorden o de impaciencia. O tornándose enojados y hasta violentos, verbal o físicamente. Conductas de avaricia o de envidia también perturban la familia. El que perturba su casa, según el versículo de hoy, “heredará viento”. ¡Qué terrible figura por alterar el orden del hogar! Nos da la imagen de pérdida, vaciedad, decepción, futilidad… con consecuencias que pueden ser trascendentales.

      Para evitar este camino erróneo, inspírate en el amor de Dios, un amor que se demuestra en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8).

      Reine hoy ese amor en tu familia. Un amor que sea benigno, no envidioso, no jactancioso, no envanecido, ni imprudente, un amor que no se irrite ni guarde rencor, un amor que no se goce de la injusticia sino de la verdad, que sufra, que crea, que espere y que soporte (1 Cor. 13:4-7). Ora hoy: “Ayúdame, Señor, a vivir ese amor en mi hogar”.

      Llamamiento al marido

      “Maridos,