Un corazón alegre. Julián Melgosa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Julián Melgosa
Издательство: Bookwire
Серия: Vida Espiritual
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877980530
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las prótesis ayudan, aunque cuentan con limitaciones importantes.

      Es triste ver el deterioro sensorial. Pero la habilidad auditiva pierde toda importancia cuando la comparamos con la habilidad para escuchar la voz del Señor, como describe el versículo de hoy. Para ello tenemos que mantener la sintonía con el Creador de forma constante, como lo hicieran los pilotos durante décadas, escuchando las señales acústicas emitidas por radio. Aquel sistema de navegación, antes de la llegada del GPS, hacía que, cuando se desviaban hacia la derecha, escucharan una serie de sonidos cortos, como los puntos del código morse. Si se desviaban a la izquierda los sonidos eran largos, como las rayas del morse. Así evitaban salirse de la aerovía y llegaban al destino deseado. El sistema solo era eficaz manteniendo una sintonía constante con la emisora de radio.

      También nosotros tenemos la responsabilidad de mantener la sintonía en todo momento para conducir la nave de nuestra vida a destino seguro. Dios quiere que escuchemos su voz a través de las Sagradas Escrituras, que son como la emisora de radio que nos avisa de continuo si vamos por el buen camino. A veces Dios habla por medio de otras personas, por impresiones y experiencias espirituales íntimas, pero esto solo es posible en constante sintonía con él. ¡Qué gran privilegio saber que Dios está disponible para indicarnos la dirección exacta de nuestra ruta!

      Si te sientes desorientado o crees que eres incapaz de tomar decisiones, escucha con atención la voz de Dios. Así podrás pilotar la nave de tu vida por la vía segura y llegar al destino que el Señor te reserva.

      Más que muchos pajarillos

      “Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos”

      (Lucas 12:7).

      En el versículo de hoy, el evangelista utiliza el diminutivo de la palabra struzós para referirse a esos pajarillos. Se trata de gorriones comunes o pardales. El gorrión es un ave muy inteligente y con extrema habilidad de adaptación. Prueba de ello es que a lo largo de la historia ha coexistido con el ser humano, tanto en la gran ciudad como en el ámbito rural, siempre beneficiándose de la presencia de este. En efecto, las tejas y otros recovecos de la arquitectura y los desperdicios de comida humana proveen hogar y alimento a estos pajarillos. A pesar de sus habilidades, el gorrión se considera ordinario, común y corriente. Así es hoy y así era en el tiempo de Jesús.

      El Maestro toma a estas avecillas como ejemplo de lo más humilde del reino animal por su ínfimo valor monetario. El evangelio nos dice: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?” (Mat. 10:29) y en otro lugar, “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?” (Luc. 12:6). Era algo así como una oferta que cuando uno compraba cuatro, el quinto era gratis. Pero ¿cuánto dinero es un cuarto? La palabra griega original traducida como “cuarto” es assaríon. Un asárion era la dieciseisava parte de un denario, que era el jornal de un día de trabajo de un obrero. En suma, un cuarto representaba la remuneración de media hora de mano de obra.

      El Señor toma el caso extremo de estos pájaros infravalorados para darnos a entender que el amor de Dios no es menor por pequeño que sea el ser vivo. Además, nuestra pequeñez puede hacernos especialmente vulnerables al temor. Por eso, el mensaje de Jesús nos asegura que, por lo pequeños que son esos pajarillos, nuestro valor como seres humanos es superior (vers. 6), por lo tanto, “no temáis”. Los versículos anteriores hablan del temor a perder la vida y nos aconsejan no temer a quien pueda matarnos, sino a quien pueda empujarnos a la perdición eterna (vers. 5).

      Es posible que alguien te haya dicho (o demostrado con su actitud) que vales muy poco. Puede que estés pasando por una situación tan incierta o sombría que estés sobrecogido de temor. Para esas circunstancias nos dejó Jesús el versículo de hoy; para que recuerdes que, si Dios está pendiente de la caída de un humilde gorrión, con toda seguridad estará disponible para sacarte del problema en que te encuentras. Recuerda que Dios valora las cosas y las personas de forma distinta a como lo hace el ser humano.

      Una boda prohibida

      “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia”

      (Oseas 2:19).

      Nazneen era una jovencita de solo catorce años cuando fue prometida a Aasir, quien tenía dieciocho años. Aunque los dos jóvenes no pasaban mucho tiempo juntos, ambos albergaban sueños maravillosos de matrimonio dichoso, rodeados de hijos en un ambiente feliz y con un futuro venturoso. A pesar de su juventud, Nazneen era capaz de amar de corazón a su prometido. Aasir era bondadoso y apuesto con un trabajo decente y con toda probabilidad de ser un excelente marido. Y todo podría haber sido así a no ser por lo que ocurrió una noche. A las dos de la madrugada entraron ladrones en la casa de Nazneen. Amordazaron a sus padres, se apropiaron de todo objeto de valor y encontraron a Nazneen y a sus dos hermanas pequeñas asustadas en el dormitorio. Los malhechores tomaron a la chica mayor con intenciones de violarla. Como Nazneen sabía la trágica consecuencia de tal acto, agarró un cuchillo y a gritos les dijo que, como siguieran en su intento, ella se quitaría la vida. Los ladrones se amedrantaron y huyeron con el botín sin deshonrar a la muchacha. Cuando Aasir y su familia supieron del suceso, dijeron que la joven estaba ya “usada” y no era digna de casarse con Aasir. La boda nunca se celebró.

      Aasir y su familia no repudiaron a la joven por haber sido violada, sino por haber sido objeto de un intento fallido de violación. La virginidad es una condición de altísima estima en muchas sociedades y culturas del presente y del pasado. Lo era también en el pueblo de Israel. Si se descubría que una recién casada no era virgen y había evidencia de su culpabilidad, debía ser apedreada (Deut. 22:13-21).

      El libro de Oseas muestra abiertamente, para que lo entienda bien cualquier defensor de la virginidad y de la fidelidad, que el Dios del universo está dispuesto a casarse con un pueblo adúltero, una vez se haya arrepentido. Está dispuesto a perdonar transgresiones que algunos pueblos castigan con la muerte para recuperar el honor de la familia.

      La actitud de Dios presentada en el libro de Oseas desmonta cualquier forma violenta de restaurar el honor y perdona a la mujer errada: su pueblo escogido. Por supuesto que Dios aplica el justo castigo (Ose. 2:13), pero luego la seduce, la lleva al desierto, habla a su corazón (vers. 14) y se casa con ella (vers. 19). ¡Qué hermosa lección de amor y perdón para que la apliquemos a nuestras costumbres y tradiciones!

      Títulos nobiliarios

      “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”

      (1 Pedro 2:9).

      Desde los registros más remotos de la humanidad observamos la segregación de clases sociales. Inalterablemente, unos acaban en posiciones privilegiadas mientras que en el otro extremo quedan los más pobres y oprimidos. Los privilegiados, además de riquezas y ventajas, pueden ser portadores de títulos honorables. La más reciente herencia de esta práctica proviene de la época feudal europea (siglos IX-XV) cuando los reyes otorgaban títulos nobiliarios a quienes conseguían victorias en batallas o logros intelectuales o sociales. Ciertos títulos son perpetuos y, a la muerte del receptor, pasan a sus herederos. Algunos países han preservado este sistema hasta el día de hoy y cuentan con duques, archiduques, marqueses, condes, vizcondes, barones, señores y caballeros, todos ellos con sus documentos oficiales que legitiman su nobleza. De esta forma, los portadores de tales credenciales tienen acceso a eventos reservados a personas de su estirpe y gozan de honores e incluso rentas asociadas a los títulos.

      Este sistema en nada encaja con el mensaje cristiano que nos recuerda que todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26), que para Dios no hay acepción de personas (Rom. 2:11), o que los primeros serán últimos y los últimos, primeros (Mat. 20:16). A pesar de todo, y tal vez para infundir ánimo a los despreciados cristianos de su tiempo, el apóstol Pedro toma algunos títulos excelsos que confirman la condición