Y el espionaje digital sabe que no existe ni la mónada ni el laberinto. La mónada leibiziana es modelo de una realidad encerrada en sí misma; deriva de la monadología del filósofo alemán Gottfried Leibniz. El laberinto, por su parte, es una construcción en la que los individuos se pierden y confunden. La arquitectura laberíntica fue urdida por Dédalo a pedido el rey Minos para ocultar al Minotauro, según el mito clásico. Los encerrados en un laberinto no encuentran la salida porque ésta sólo es posible por arriba. El héroe Teseo encontró la vía de salida gracias al célebre hilo de Ariadna. Para nosotros, los comunes mortales, para escapar de la estructura laberíntica tendríamos que elevarnos tirando de nuestro propio cuello, como lo hacía el Barón Munchausen.
Las computadoras enlazadas en una red mundial inalámbrica permiten que todo dato alojado en ella no se pierda en un mónada totalmente cerrada o impermeable para los ojos de la vigilancia. Y si de un laberinto se sale por arriba o con un visión aérea y panorámica para determinar las entradas y salidas de los pasadizos, esa visión de conjunto de toda la información que fluye y circula en los laberintos digitales es posible capturarla e interpretarla desde programas de espionaje cada vez más poderosos, como el programa PRISM, revelado por Snowden27. La ciberguerra superior será la inteligencia para atravesar mónadas y mirar, abrazar y controlar laberintos “desde arriba”. La ciberguerra para vulnerar mónadas y computarizar mapas lo más completos posible de todo lo que existe dentro del laberinto en red.
Siempre estamos predispuestos a identificar el ciberespacio o el espacio virtual como una “irrealidad” (o algo sólo “virtual”, o de una realidad débil). Los estoicos decían que todo está hecho de cuerpos. Desde el cuerpo de un hombre o una mula hasta el cuerpo cósmico de un Dios concebido con “gran Fuego artesano”28. En términos de la construcción social contemporánea, es tiempo de asumir que el ciberespacio es tan real como los cuerpos. Es realidad “corpórea” no porque esté hecha de cuerpos, sino porque justamente su propósito hoy es ver, entretener y controlar el cuerpo y la mente de los internautas, o del individuo espectador en general ante los mundos-pantalla móviles o fijos.
En la historia, el homo sapiens fue primero cazador-recolector nómade; luego, hombre agrícola sedentario; luego, el obsesionado por la salvación religiosa; luego, el homo economicus capitalista. Hoy el nuevo modo de ser de la especie sapiens es la de pasivo y sedentario consumidor de imágenes que él produce, vía selfies, casi en la misma medida de las que recibe en las avalanchas de imágenes por las pantallas controladas por el complejo massmediático y las plataformas de streaming. No se trata del homo videns. Porque el consumidor de imágenes cuando ve no ve. Sólo es visto en sus pasos en el ciberespacio. Y todo lo que circula en esta geografía virtual es visible para los ojos de la cibervigilancia.
La realidad del ciberespacio es intermedia: está entre la “vieja” realidad física y un nuevo tipo de realidad, que bien podría identificarse como un “quinto elemento”…
Los antiguos sostuvieron la teoría de los cuatro elementos. La naturaleza existe por la combinación de cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Los filósofos presocráticos creían que la materia es por la combinación de estos principios naturales. Pero estas combinaciones ocurren sobre el trasfondo de una materia original: el quinto elemento. Para Aristóteles este elemento que excede y contiene a los otros fue el éter; para los japoneses, el vacío (go dai); para Einstein, de alguna manera, la luz es el “quinto elemento” en tanto es la materia que se transforma en energía. Pero en nuestra civilización el quinto elemento es una realidad que existe por las pantallas y los ordenadores enlazados en conexiones inalámbricas. Su realidad nace del mundo de los cuatro elementos, pero se muta en el “quinto elemento” del ciberespacio. A esa nueva realidad fluyen cada vez más nuestras energías, tiempo y datos. Nuestra mente y cuerpo transferidos al ciberespacio es lo que el ojo tecnodigital de vigilancia debe controlar. El control sobre el quinto elemento del ciberespacio debe ser, por fuerza, cibercontrol.
Históricamente, los ejércitos de los Estados tuvieron que crear fuerzas especializadas para dominar cada elemento: el Ejército con sus tanques, infantes y cañones para subyugar el elemento tierra; la Fuerza Aérea para sojuzgar el elemento aire; y los bombardeos vomitando fuego desde el cielo; la Armada para imponerse en los mares. Ahora es necesario una nueva fuerza, un ciberejército para actuar en el ciberespacio como quinto elemento. Esta cibertropa se prepara a su vez para la ciberdefensa mediante supercomputadores; una ciberprotección que ya extiende sus lentes informáticas hacia todas partes, al menos hacia todos los usuarios de la gran red mundial29.
El control del ciberespacio supone que de hecho internet no es ya “público” sino que está en manos privadas; esto quizá exige pensar una nueva categoría mixta de lo privado y lo público constituido por las grandes empresas informáticas y los Estados apoyados en los grandes servicios de inteligencia nacionales. Al principio, la novedad de la red de redes era una nueva tecnología democratizadora: internet era el bien que nos daría más libertad, más distribución de la información y de las opiniones de las minorías fuera de los medios masivos y monopólicos de comunicación. Pero hoy “la red está a punto de sufrir una violenta centralización en torno a colosales empresas privadas: las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft). Todas estadounidenses, a escala planetaria, acaparan las diferentes facetas de la red”30. Este poder es solo posible por internet, e internet solo es posible por toda una historia de desarrollo tecnológico acelerado en la Segunda Guerra Mundial y en las últimas décadas. Este desarrollo permite que todos nos conectemos para una “mejor comunicación”; y esa conectividad es gestionada por ordenadores en la forma de teléfonos inteligentes que a todos nos “sube” al ciberespacio. Y el ciberespacio surge por el sistema en el que se interconectan las computadoras y nuestras mentes. Entonces, no es sorprendente que Jean Quisnel, periodista francés especializado en cuestiones militares, nos advierta: “Es tan fabuloso que por el placer revolucionario de un universo tecnológico, el individuo no se preocupe de saber, y aun menos de comprender, que las máquinas gestionan su vida cotidiana, que cada uno de sus actos y gestos es registrado, filtrado, analizado y eventualmente vigilado que lejos de liberarlo de sus ataduras físicas, la informática de la comunicación constituye sin duda la herramienta de vigilancia y control más formidable que el hombre haya puesto a punto jamás”31. Por su parte, Gleen Greenwald sugiere que subestimar la vigilancia a través de internet es no comprender que esto es parte de un proceso que somete “a un exhaustivo control estatal prácticamente todas las formas de interacción humana, inclusive el pensamiento mismo”32.
Black mirror nos lleva a imaginar abejas robóticas que baten sus alas artificiales en el firmamento de Inglaterra. Una imagen congruente con cielos atiborrados de drones espías. Espías en las alturas que, como el antiguo director redactor jefe de la revista Wired, fundador de 3Drobotics prevé: “habrá millones de cámaras volando por encima de nuestras cabezas”. Estos ingenios robóticos aéreos se orientan por un pattern of life; es decir, detectan personas que muestran una pauta de vida que coincide con el patrón de comportamiento de un individuo “peligroso”, que debe ser eliminado. Aumento del poder de vigilancia que, además, por una “dictadura digital” sustentada en los omnipresentes algoritmos de macrodatos, podría conducirnos hacia la pesadilla de 1984 de Orwell, y a “emponderar un futuro Gran Hermano, de modo que terminaríamos sometidos a un régimen de vigilancia orwelliana en el que cada uno de los individuos fuera controlado todo el tiempo”33.
Esto nos recuerda que el espionaje digital no es sólo del ciberespacio. La vigilancia de los movimientos de los cuerpos en el espacio físico es tan importante como el de los flujos de datos en internet. Un ejemplo contundente de la vigilancia informática, vía cámaras y programas de reconocedores faciales de alto rendimiento, es la China del “capitalismo maoísta”. Millones de cámaras, y gafas de reconocimiento facial usados por la policía, y todos conectados en un gran sistema informatizado de la vida, explican que “China está desarrollando un futuro autoritario de alta tecnología.