De forma virtual, el paisaje se representa en el paisajismo; un rostro retratado hace que el retrato exista virtualmente en la tela o la piedra, lo mismo que el actor o incluso el presentador televisivo o cualquiera que aparece en la duplicación o representación de una imagen electrónica, sólo existe allí virtualmente. El arte nos preparó para aceptar e incluso confundir lo virtual (como un modo de representación) con lo directamente real.
Pero el rostro pintado o filmado no se hace real. Y en la modernidad tecnorreal la realidad virtual sí puede expandirse y hacerse real. Piensen en los esports, las competencias de videojuegos que se proyectan en inmensas pantallas de estadios, en el mundo físico, y con un público constituido por miles de jóvenes que observan extasiados esos juegos virtuales. O, por ejemplo, la agitación política revolucionaria que primero ardió en el espacio virtual de las redes para luego trasladarse a las calles y barricadas del mundo real, aunque fallidamente, en la Primavera árabe.
De este modo lo virtual no es lo irreal, sino un nuevo tipo de realidad construida por el homo sapiens que se agrega a la historia. Ahí es cuando la era virtual, usada como imagen aglutinante en este libro, como la sociedad pantalla de nuestro libro anterior, nos predispone a pensar al menos parcialmente este tipo de mundo tecno-global-virtual hurgando en muchas de sus facetas, sus procesos singulares, sus expectativas, riesgos y otras gimnasias posibles de reflexión.
Por eso, en la primera parte usaremos la imagen de un prisma. A cada una de las facetas de ese poliedro imaginario llegaremos por el estímulo de la red de episodios de Black mirror. Pero luego, siempre, iremos más allá, en nuestro modo de perfilar ciertos procesos culturales específicos. Así, primero exploraremos ocho costados o contornos del tiempo tecnoglobal:
1) lo que llamaremos el capitalismo algorítmico: el mundo actual atravesado por un sistema informático ya casi omnipresente que para funcionar necesita de electricidad, algoritmos e inteligencia artificial;
2) la construcción de la red de vigilancia mundial que espía el ciberespacio mediante potentes programas bajo el control de las empresas informáticas y de las comunidades de inteligencia de los Estados; una vigilancia que no subestima, todo lo contrario, el paralelo control del “primitivo” mundo físico de los cuerpos y el espacio aéreo mediante drones, satélites, cámaras. Así el Poder va cumpliendo su viejo sueño: verlo y controlarlo todo, lo que a su vez es el mito realizado de los antiguos dioses de los mitos y religiones que desde el cielo abren miles de ojos para abarcarlo todo entre sus parpadeos omnipotentes;
3) hoy vivimos también en el tiempo de una “nueva alquimia”, ya no la que buscaba el oro filosófico de los viejos alquimistas, sino la alquímica transmutación de la materia genética en pos de la vida sintética o de la clonación (que Black mirror siempre traslada a la clonación digital futurista), o lo que llamaremos la “alquimia robótica”;
4) la experiencia de nuestro espacio físico se degrada en términos de un gradual aumento del tiempo que pasamos en el ciberespacio, esto nos convierte en habitantes de una geografía virtual, a la que también contribuyen los mapas digitales interactivos, nuestra geolocalización constante mediante la triangulación de nuestros celulares con los satélites en órbita y la nueva información ingresada al sistema por los usuarios;
5) el transhumanismo, un movimiento que une distintas tecnologías emergentes en pos de una búsqueda “tecnorreligiosa” de la inmortalidad;
6) la ciberadicción;
7) la memoria artificial, que a su manera imagina Black mirror, y que ya es parte de la humanidad desde los libros como primeras unidades artificiales de almacenamiento de información y memoria artificial hasta la biblioteca virtual contemporánea en la que los textos se conectan entre sí mediante enlaces en un hipertexto proliferante y potencialmente inagotable; y
8) la era virtual como el “teatro digital del yo”, las redes como gran escena ya internalizada en millones y millones de usuarios de Facebook y de otros soportes, por las que el yo escapa de su soledad e insignificancia a fuerza de construirse, mediante imágenes bien elegidas, un yo virtual más favorable que su yo real.
En la segunda parte nos atendremos al análisis de cada uno de los seis capítulos de la cuarta temporada de Black mirror. Como siempre nuestro análisis no está destinado a fans embelesados por idolatrar un producto de entretenimiento. En nuestro caso, lo que nos impele, como antes aclaramos, es la “ficción extendida”, extender las ficciones, es decir extremar sus potenciales significados, lo que supone pensar cada argumento e historia desde conexiones que la abran primero hacia las capas de sentido dentro de la ficción misma; y, segundo, hacia conexiones con los grandes procesos de la era virtual (la primera parte), o hacia conexiones de mayor alcance que la propia ficción, lo que hacemos en la tercera parte.
En esa tercera parte, desde los argumentos de Brooker, y más allá, nos abrimos a procesos específicos:
1) la salida de lo virtual hacia el infinito real y el viaje hacia lo desconocido en el que atenderemos al fascinante reencuentro con un infinito fuera de lo virtual desde la filosofía de Giordano Bruno, y la apertura a lo desconocido desde Bradbury y Stapledon;
2) el otro rostro del arte perdido del retrato y ciertas inquietudes filosóficas de Levinas, Artaud, o los retratos de Al Fayum, en su contraposición a la reducción hoy de los rostros a datos para su rápida identificación por programas de reconocimiento facial como el que aparece en el episodio “Crocodile”;
3) la negritud en “Black Musem” de Brooker y los zoos humanos del siglo XIX; y
4) un tema que no puede ser subestimado, como indicamos arriba: la fundamental presencia en la cultura popular de la era virtual de los escenarios posapocalípticos y la distopía.
Finalmente, luego de pasar por una provisional conclusión, llegaremos a dos epílogos finales. En el epílogo 1 nos empecinaremos en volver al espacio físico real como compensación a una demasía de virtualidad autorreferente, y nos proyectaremos hacia el futuro, incluso el muy, muy lejano, del cual no tenemos todavía conceptos.
Y en el epílogo 2 propondremos una recuperación filosófica y acaso sensorial más radical del espacio real. Solo para amantes de vuelos filosóficos, e inspirándonos en el rotundo genio del serbio Nikola Tesla (más conocido hoy por el auto eléctrico Tesla de Elon Musk), y pasando por Hegel, Benjamin o Nietzsche. Pensaremos la sociedad Tesla, diferente a la sociedad anti-Tesla, la nuestra, renuente a percibir el espacio real por el que fluyen las ondas e impulsos electromagnéticos que permiten el acto de las comunicaciones. Ese espacio lo recuperaremos desde el pensamiento filosófico y la evocación del poder de la música.
Lo real incorpora nuevas realidades, incluso la realidad virtual. A la realidad biológica de nuestros cuerpos, se le superpone luego la realidad histórica de las creencias religiosas, las ideas filosóficas y artísticas, y todavía más importante por su efecto en el mundo real: las realidades económicas, políticas, tecnológicas.
Lo real, entonces, se hace múltiple, polifacético; lo que antes era solo físico y mecánico, ahora es también virtual y digital.
En el rumor de la historia, el homo sapiens es el gran constructor de sus realidades, sobre el escenario de fondo de lo real ya dado de las extensiones espaciales, las líneas de tiempo y el enigma no desmenuzable de la materia que nos roza, rodea y constituye nuestros cuerpos. Por sus interpretaciones, perspectivas, como lo quería Nietzsche, los humanos construyen sus realidades, siempre flotando sobre un algo previo que se extiende como un mar no virtual del que emergemos, pero que no inventamos. Siempre el humano como arquitecto de sus miradas o construcciones que vive como la realidad, aunque sólo sea su realidad. Y esto seguirá siendo así, al menos que el cambio climático decida ajustar cuentas con ese animal arrogante que camina en dos patas y pretende saberlo