IBM Watson, un software de pregunta-respuesta que responde preguntas del lenguaje natural, puede dar asesoramiento jurídico casi instantáneamente, con alta precisión. Los abogados que sobrevivirán lo serán sólo para cuestiones muy especializadas. Los algoritmos ya son la base de empresas como Uber o Airbnb que no necesitan poseer ningún coche, ninguna casa, porque todas sus prestaciones dependen de un sistema informático para ofrecer servicios de propietarios. Los automóviles autónomos harán que en el futuro ya nadie quiera tener un coche porque no será necesario. Un algoritmo encontrará al auto en alquiler más cercano a nuestra posición para llevarnos donde queramos. Habrá menos automóviles, y por ende menos complicaciones de tránsito y accidentes, y el negocio de las compañías de seguros de automóviles desaparecerá.
La impresión 3D se abaratará y su alcance se multiplicará. Ya se imprimen órganos, piezas de repuestos de avión, o incluso en China se construyó un edificio de seis pisos de oficinas impreso en 3D11.
En este panorama, solo prevalecerán quienes dominen las nuevas tecnologías. Algunas de las nuevas profesiones preferentes serán: hacker blanco, preparado para contener a los ciberpiratas; el growth hacker con la capacidad para la expansión de los mercados combinando habilidades de programación, posicionamiento on line por marketing digital; experto en inteligencia artificial e internet de las cosas para lidiar con un mundo que, para el 2020, se espera que cuente con 500 millones de computadoras conectadas y acaso casi todas las cosas conectadas, por sensores a la red global; controlador aéreo de drones, que se usan para repartos, mantenimiento o espionaje; el mundo “yo” y sus servicios personales: guardianes de la privacidad, gestores de avatares; ¡y cuidado los profesores! (incluido quien esto escribe), habrá avatares que actuarán como docentes digitales por la modalidad de una enseñanza virtual pura; y asistentes en red, dado que la vida analógica cederá cada vez más terreno a la asistencia sanitaria o geriátrica por internet; asesores en sistema de seguridad, inversores y prestamistas en una economía virtual bitcoin; especialistas en impresión 3D en arquitectura para construcción y reformas de edificios, y para imprimir prótesis u órganos…
La lista podría seguir. Y en todos los casos, estas profesiones son posibilidades y exigencias de un mundo informatizado dependiente del big data, y relacionado con el uso de nuevos y perfectibles algoritmos12.
Claro que no hay que olvidar que muchos trabajos antes no serán sólo reemplazados por nuevas profesiones humanas sino directamente por robots, como la del farmacéutico robot que solo se encarga de una farmacia en San Francisco13.
Los algoritmos informáticos y su poder global continúan la biología contemporánea. La biología actual asegura que los organismos también son algoritmos. Los seres vivos lo son por actividades de reproducción y gestación, nutrición, metabolismo y respiración; todo lo cual depende de una aplicación “inconsciente” de algoritmos físico-químicos. Las ciencias de la vida, entroncadas con el evolucionismo biológico y con la piscología evolutiva, entienden al humano como un tejido de instintos y procesos fisiológicos que buscan la eficacia en la reproducción, la duplicación genética y la supervivencia. Según los adalides de esta visión, los procesos algorítmicos de la vida son ajenos a “la espiritualidad de la mente”, y su supuesta independencia respecto al mundo biológico. Para funcionar, los organismos no necesitan de ninguna metafísica del alma, de ninguna libertad individual que nos diferencie de los animales sometidos a las leyes de la naturaleza. Porque el hombre es otro animal, un ser orgánico que funciona por algoritmos “naturales”. La evolución tecnológica informática replica los algoritmos químicos por algoritmo informáticos, y para esto nada indica que se deba introducir en el juego la inexplicable conciencia y sus aires de autonomía respecto a la pura química cerebral.
En los comienzos de la revolución industrial las máquinas eran mecanismos para mejorar el trabajo físico humano. Pero para funcionar necesitaban de una capacidad cognitiva procedente desde afuera. Esa capacidad iba del hombre a la máquina. Ahora, las máquinas digitales ya tienen incorporada una capacidad cognitiva propia a través de su inteligencia artificial algorítmica. La contraposición ya no es máquina (lo mecánico) y la conciencia humana (que dirige la máquina y toma decisiones). El contrapunto ahora es conciencia humana y decisiones falibles que se equivocan, y algoritmos no conscientes que “no se equivocan”. O que se equivocan por momentos de una nueva manera todavía no del todo comprendida, como lo delatan los flash crash…
Un flash crash es una caída veloz e inesperada de una cotización de moneda a la que le sigue una recuperación igualmente rápida de ese valor. En general, estos fenómenos son inexplicables, sus causas son de difícil detección. El concepto surgió en 2010 cuando el índice Dow Jones estadounidense cayó unos 100 puntos, un 9%, y se recuperó quince minutos después. En 2013, un tuit introducido por un hackeo en la Agencia AP difundió la noticia de un supuesto atentado contra la Casa Blanca y el Dow cayó 130 puntos en un segundo.
Otro flash crash famoso fue en la Bolsa de Singapur, en 2013. Las acciones perdieron el 87% de su valor. De nuevo, la causa de este fenómeno generado por un mundo informatizado no es de fácil determinación. Pero para algunos analistas la explicación podría ser “algoritmos desbocados”: “una serie de programas conocidos en la jerga como algos diseñados para comprar y vender de manera automática basándose en información que se rastrea y lee sin intervención humana”14. Los algoritmos algos pueden tomar decisiones a través de noticias que circulan por las redes o Twitter. Así, una cascada de titulares negativos sobre el Brexit, por ejemplo, le da a los algos una señal de que es momento de vender libras. Pero este procesamiento de la información por el algoritmo llevaría a errores cuando estos titulares o son falsos o sólo anuncian hipotéticas decisiones o tendencias que tal vez no se cumplan. Por lo que la inteligencia algorítmica, al no pensar, es incapaz de comprender los significados de un flujo de noticias en su contexto. Los significados contextuales están fuera de la interpretación algorítmica. Un ejemplo tal vez de una inteligencia “no tan inteligente” e incapaz, al menos en ese sentido, de suplantar a la más modesta capacidad de comprensión humana.
Es obvio que estas anomalías son propias de la dependencia mayor de los mercados respecto a los programas informáticos y sus respuestas automáticas. Todos sabemos que la incertidumbre, el creer o no en la rentabilidad futura de una acción, por ejemplo, es un factor de constitución de precios. Pero a esa incertidumbre o vacilación psicológica humana ahora se le debe agregar otra fuente de irresolución por la mala compresión de los flujos de información por los algoritmos algos.
Un optimismo algorítmico podría abrazar la idea, incluso, de que los algoritmos deberían ser “acelerados” para acelerar la corrosión del todo capitalista15. Pero si descendemos a una visión más sombría, pero acaso más realista, más allá de innegables méritos como mejorar el tránsito, los diagnósticos y tantos otros logros positivos, lo que no puede soslayarse es que “a medida que los algoritmos expulsen a los humanos del mercado laboral, la riqueza podría acabar concentrada en manos de la minúscula élite que posea los todopoderosos algoritmos, construyendo así una desigualdad social y política sin precedentes”16. Una élite cada vez más pequeña podría controlarlo todo. O hacerlo todo, incluso el arte, supuesto reducto de la resistencia de lo que sólo puede ser hecho por los humanos.
El arte no sería tampoco un campo sólo reservado a la creación humana. David Cope, por ejemplo, músico e ingeniero de la Universidad de Santa Cruz, California, elaboró un programa de música e inteligencia artificial, Emi (Experimentos de Inteligencia Musical), que compuso 5000 corales al estilo de Bach en un solo día. Cuando los escuchas no son advertidos del origen algorítmico de esta música no perciben ninguna diferencia, nada que les haga sospechar su origen informático. No sólo música, también haikus, los minimalistas poemas japoneses, son creados por algoritmos17.
Pero, claro, el sistema algorítmico dominante no es disociable del impacto de las grandes corporaciones informáticas en nuestras