Paracelso, arquetipo de alquimista sumo, es quien acuñó el término, cuando sugirió que había creado un homúnculo como parte de su empeño en pos de la piedra filosofal, uno de cuyos atributos es la “juventud eterna”. Su creación habría procedido de combinaciones de mercurio, carbón, partes de piel o pelos humanos; y todo esto enterrado en estiércol de caballo de modo que, durante cuarenta días, el embrión se desarrollara en el seno de la tierra. La planta de la mandrágora o un huevo puesto por una gallina negra podían ser otros modos mágicos de combinaciones y medios para dar realidad al “nuevo humano”.
En el siglo XVI, en el Renacimiento mágico, la figura del científico, el filósofo y el mago se unían. Quien deseaba el saber debía escrutar las estrellas, observar las fuerzas naturales visibles e invisibles y aceptar la magia como una comprensión superior de la naturaleza y sus aspectos desconocidos. Todo intelectual podía ser a la vez hombre del poder, filósofo, científico, astrólogo. O alquimista45.
Más allá de las fantasías de la vieja alquimia, no se debe perder de vista que los alquimistas trabajaban con la materia, con su transformación y posibilidades. No en vano se los tiene como precursores de la química moderna. El alquimista auxiliaba a la naturaleza para que ésta fuera de “otra manera”. Hoy, la nueva alquimia de la clonación manipula las estructuras de la materia biológica y sus genes para copiar a un ser de forma “no natural”. Existen procesos de clonación natural, pero no una copia o clon de un mismo individuo, lo que entendemos particularmente como clonación humana.
Y si volvemos a la matriz alquímica primitiva y el homúnculo, no debería sorprender que el término homúnculo, en el siglo XVII, fuera parte de un intento de conocimiento empírico de procesos naturales como el de la concepción y el nacimiento. Por ejemplo, mediante los primeros y rudimentarios microscopios, Nicolaas Hartsoeker (matemático y físico holandés, inventor del microscopio) descubrió “animalúnculos” en el esperma de los humanos y otros animales. La exigua resolución de las imágenes de los pequeños organismos en esa época, indujo la falsa creencia de que lo que se veía a través de lente era la cabeza del espermatozoide como un hombre en miniatura. Así surgió la teoría de los espermistas, de que el esperma oficiaba como un homúnculo, hombre pequeño, que se aloja en la mujer para gestar un niño. Tras lo que para nosotros hoy es pura fantasía, se agazapa el mismo proceso involucrado en la búsqueda del homúnculo de la vieja alquimia o la clonación en la nueva alquimia: entender nuevas posibilidades de “ser” de la materia biológica.
La literatura multiplicará el sueño alquímico de crear un nuevo humano. En la segunda parte de su Fausto, Goethe concibe que Wagner, discípulo de Fausto, crea un homunculus que debate con Mefistófeles y su creador. Cuando Mary Shelley imagina a Frankestein acaso algo de la ensoñación alquímica del homúnculo pudo haberla influenciado porque su padre, William Godwin, mucho sabía de la vida y obra de Paracelso.
Pero el homúnculo se asocia también con la célebre figura del golem nacido de la imaginación judía en la Edad Media. Un ser animado de aspecto antropomorfo creado a partir de la materia inanimada, del barro o la arcilla. En su origen folklórico, el golem es indisociable de Rabbi Judah Loew, también conocido como Maharal, de Praga. Este rabino praguense del siglo XVI, habría creado el golem para defender el gueto de Praga de agresiones antisemitas. Desde un cariz mítico-religioso, el golem es pariente de Adán. Lo mismo que el primer hombre, el golem fue creado a partir de barro al que luego un sabio creyente le insufló una chispa divina. La posibilidad de un hacedor humano que crea el golem alegoriza a nivel moral un don ambiguo: primero es una manifestación del poder que un hombre alcanza al comunicarse con lo divino; y, segundo, es una advertencia sobre el peligro y los límites de este poder. Porque el hombre artificial creado por el humano imitando a Dios nunca trasciende su falsedad; nunca escapa del hecho de que es sólo una copia, una sombra del hombre verdadero que únicamente es creado por Dios.
Y la inferioridad de la réplica humana artificial del primer golem, o del creado por el rabino de Praga, se evidencia por un hecho fundamental: el golem carece de alma. Esto también es signo de su fragilidad o falsedad de origen, y de que no actúa espontáneamente. El golem sólo se mueve cuando se escribe en su frente uno de los nombres de Dios o la palabra hebrea Emet (verdad). Si se borra la primera letra sólo queda met (su contrario, muerte en hebreo). Así el golem es devuelto a la parálisis, y regresa a su condición de barro inerte.
La popularidad del golem se debe a la novela de Gustav Meyrink, El Golem (Der Golem). Esta obra se nutre de leyendas y relatos populares que retornan a Rabbi Judah Loew. Por medio de uno de sus más logrados poemas, Borges también evoca al homúnculo rabínico46. A su vez, el mago que en Las ruinas circulares quiere crear un ser a través de la fuerza de sus sueños, se agrega a la tradición alquímica de replicar un humano por un artificio47.
La vieja alquimia nos llevó al homúnculo y a la transmutación de la materia como preámbulo de la era de la “nueva alquimia”. La idea constante es la voluntad de crear nueva vida humana (homúnculo, clonación contemporánea), o vida con apariencia humana (robótica, androides), por medios artificiales. Entonces, vieja alquimia: el homúnculo; nueva alquimia por las pulsiones tecno-orgánicas: el clon y el robot.
3.1. Programando clones y bacterias
No era una mañana más, pero una vez más resplandecía el sol, que iluminaba las cercanías de Edimburgo, en Escocia. Y no era un día más en el Instituto Roslin, una institución financiada por el Consejo de Investigación de Ciencia Biológica y Biotecnología del Reino Unido. El doctor Ian Wilmut y Keith Campbell festejaban.
La ciencia siempre quiere atravesar fronteras. Es fascinante que los territorios desconocidos empiecen a ser conocidos. Como los viejos alquimistas que en su laboratorio observan sus experimentos, Wilmut y Campbell confirmaron un acto de alquimia científica: por la intervención humana lograron conseguir el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. Era una oveja. Su nombre: Dolly. Luego, sólo un año después prorrumpirán los balidos de Polly y Molly, las dos primeras ovejas transgénicas, cuya estructura celular portaba un genoma humano48.
Dolly surgió de un tejido de glándula mamaria de un animal adulto, una oveja Finn Dorset de seis años. La célula donante comenzó la gestación del nuevo ser en un óvulo no fecundado, el único que sobrevivió de 277 fusiones de óvulos no fecundados con núcleos de células mamarias.
La clonación biológica, ya antes de las clonaciones de la conciencia en Black mirror, es ejemplo clarísimo de la creación de nueva vida fuera del “único camino posible de la naturaleza dada”. En su definición técnica, la clonación es una copia idéntica de un organismo ya desarrollado, y duplicado a partir de su ADN en un proceso asexual. La reproducción sexual justamente genera los nuevos seres con características que varían el original. Sólo la vía asexual asegura una copia idéntica y no diversa.
Las objeciones éticas acompañan a la clonación de la nueva alquimia desde sus comienzos: ¿es legítimo duplicar un ser humano? ¿No es un desatino arrogante jugar a ser Dios al duplicar los individuos? ¿Y si esto se produce sin una donación consentida de las células? ¿Y si la clonación promueve futuros robos de material genético para ser duplicado con propósitos siniestros? ¿Granjas clónicas de soldados duplicados de uno o varios originales para formar regimientos de combatientes clonados suicidas? ¿Sólo un argumento de ciencia ficción? Por ahora sí, claro, ¿pero en el futuro…?
Los peligros de la clonación empezaron a ser anunciados ya