1 Ver Eric Sadin, La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital, Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
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Capitalismo algorítmico
Por la imaginación las épocas se expresan y piensan. En la Antigua Grecia, por ejemplo, la obra de Homero expresaba los valores heroicos de una sociedad aristocrática guerrera. El ciclo del Grial, en la Edad Media, manifestaba la necesidad de unir el deseo de trascendencia espiritual de la Iglesia con la energía combativa de guerreros feudales. Las novelas de Dickens, en la modernidad, no son separables de la era victoriana y la pobreza y desamparo de los niños.
La imaginación artística siempre muestra los prismas de las épocas y sus muchos perfiles, caras, modos de realidad. Desde esta perspectiva, ninguna ficción puede ser desechada o subestimada. Más allá de sus logros artísticos intrínsecos, un cuento, una novela, una película, o un episodio de alcance global de alguna serie, como Black mirror, construyen escaleras en las que, por la reflexión, podemos subir hacia las caras del prisma cultural del presente. Y una de las facetas fundamentales de esa imaginaria figura poliédrica, hoy, es el capitalismo algorítmico.
Los algoritmos son secuencias de instrucciones. Mediante ecuaciones matemáticas determinan los pasos necesarios para realizar algo, desde una operación bancaria on line, hasta conseguir una gaseosa de una expendedora automática, encontrar enlaces a contenidos por un motor de búsqueda en internet, o la facilitación del tránsito en las megalópolis contemporáneas. Por instrucciones y cálculos, los algoritmos “deciden” el mejor procedimiento para la obtención de algo. Su protagonismo en la regulación de la vida cotidiana de la sociedad hipertecnificada compone otro ejemplo de las contradicciones estructurales en la historia del capitalismo.
Por un lado, Marx y Engels observaron esas contradicciones en el desarrollo del capitalismo temprano en el siglo XIX en su célebre Manifiesto comunista. Primero, el crecimiento continuo de la producción generaba una sobreabundancia que necesitaba perentoriamente nuevos mercados para no amortiguar su impulso; y, segundo, la necesidad de mejores comunicaciones para el más veloz traslado de las manufacturas desde las fábricas a los puertos requería trenes, vías férreas, buques impulsados a vapor, o el telégrafo, lo que daba a los sindicatos óptimos recursos para fortalecer su organización en contra de la elite patronal2.
Tras la Segunda Guerra Mundial, una socialdemocracia exitosa produjo más ingresos, mejor distribución de la riqueza y capacidad de ahorro. Hacia fines del siglo XX, con la sociedad del consumo ya consolidada, un individualismo hedonista, en la expresión de Lipovetzky, dedicaba más tiempo al ocio y a consumir servicios o entretenimientos, antes que a mantener una alta disciplina productiva3. Contradicción entre producción y placer.
También, la secularización de la modernidad, su rechazo a la interferencia de la religión en la esfera pública, la separación del Estado de la Iglesia, debilitó una disciplina de trabajo originalmente promovida por una fe religiosa. Tal proceso es el que destacaba el neoconservador Daniel Bell cuando se lamentaba de la mengua del impulso religioso como catalizador de un fuerte desarrollo económico4; algo que, antes, Max Weber había indicado al suscribir que Calvino, uno de los creadores de la Reforma Protestante, dio un gran envión en su origen a la economía capitalista al proponer que el éxito en una actividad económica redituable “capitalista” revelaba que Dios nos había concedido una salvación eterna. Por lo que religión y economía se unían en una misma cosmovisión en la que el éxito comercial era lo que aseguraba que nuestra alma sea salva por siempre5.
Hoy, el ejemplo de una nueva contradicción estructural debemos situarla entre el individualismo liberal y el sistema informático de un capitalismo algorítmico. En este sistema, cada vez se necesita menos de los individuos y de sus decisiones. El valor del individuo libre es cada vez menos necesario, si es que alguna vez lo fue… Pero en el siglo XX el aporte individual era todavía esencial. Todo par de manos era fundamental en las líneas de producción de las modernas economías industriales y en sus guerras. Cada individuo era necesario para jalar una palanca, o sostener un rifle… La guerra total o masiva nace luego de la Revolución francesa. En 1793, todos los franceses jugaron un rol necesario en la lucha contra los ejércitos invasores que querían restablecer la monarquía, que la revolución había derribado. No sólo los soldados, también los niños, mujeres y ancianos tenían que aportar su esfuerzo individual.
Los individuos que se percibían como naturalmente libres en un sistema secular y antimonárquico, se estimaban como el pilar mismo de la sociedad moderna en construcción. A esto contribuyó la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Todos los hombres tienen iguales derechos políticos. Esos derechos los garantizaba la nueva sociedad, como el derecho a la libertad, un derecho natural, un rasgo propio e inalienable de los individuos, que debían ser reconocidos por la ley y el Estado.
En el siglo XX los individuos eran esenciales en los ejércitos de masas, los soldados alistados forzosamente. Hoy ya no son necesarios los reclutamientos en masas, no es forzosa la “carne de cañón ilimitada” porque las “fuerzas de alta tecnología dirigidas por drones y sin piloto y los cibergusanos están sustituyendo a los ejércitos de masas del siglo XX. Y los generales delegan cada vez más decisiones a los algoritmos”6.
La ciberguerra del futuro necesitará así menos individuos, o menos decisiones individuales. Los soldados y los pilotos de combate serán sustituidos por robots autónomos y drones. Los algoritmos atraviesan el prisma completo del complejo tecnodigital contemporáneo, sin punto de detención o retorno. Por un lado, el sistema algorítmico “decide” mediante el procesamiento de la información desde una inteligencia artificial. Este tipo de inteligencia no cometería los errores propios de los humanos corrientes; por otro lado, la inteligencia artificial que aplica los algoritmos no necesita de actos conscientes de análisis. Es decir: en la era del capitalismo algorítmico y la inteligencia artificial, la conciencia no es necesaria. Por eso “los humanos corren el peligro de perder su valor porque la inteligencia se está desconectando de la conciencia”7.
Los algoritmos no conscientes están en camino de superar a la conciencia humana en el reconocimiento de pautas y patrones, en la determinación del mejor diagnóstico o la mejor comprensión de las leyes y sus aplicaciones. Así, en el espinazo del capitalismo algorítmico que late tras “Cuelguen al DJ”8, o tras toda la inteligencia artificial vinculada con los sistemas informáticos (lo que incluye internet y sus motores de búsqueda, por ejemplo), se asoma un tema filosófico fundamental: la prescindencia de la conciencia. Los algoritmos necesitan ser “inteligentes”, pero no conscientes. La inteligencia artificial realiza sus procesos programados sin necesidad de esa conciencia que es todavía un continente misterioso para la filosofía o las neurociencias.
Ni conciencia ni decisión individual.
Lo más relevante para el sistema algorítmico es su perfeccionamiento mediante nuevos datos mejor procesados. Inteligencia artificial en expansión por el “mejoramiento algorítmico”, por ejemplo en su aplicación en los coches autónomos. Los algoritmos que manejan un auto autónomo terminarían con los accidentes de tránsito provocados por los errores humanos. “Pero también acabarán con la experiencia humana de conducir un coche y con decenas de millones de puestos de trabajo”9.
El capitalismo algorítmico que decide por los individuos que buscan pareja modificará el diseño laboral. Antiguas profesiones serán reemplazadas por nuevos trabajos en la era de la robotización y el liderazgo irreversible de los algoritmos. Las