Como ya se subrayó en el tomo I de esta obra, al contraer los inmigrantes matrimonios con hijas de familias de la elite, adquirían de inmediato el nivel de estas —fenómeno constante desde el periodo monárquico y que habla del papel fundamental de la mujer en la ampliación y consolidación de los sectores altos—, y al mismo tiempo pasaban a sumarse a la red social a la que ellas pertenecían. Y es muy posible que el aspecto físico del extranjero, el hecho de ser “blanco”, constituyera un elemento importante en el imaginario social de la elite121. Pero la calidad de extranjeros, que los vinculaba a otros de su misma condición, facilitó la rápida integración de estos a la elite por la vía del matrimonio. Y, por cierto, dentro de ese conjunto se reproducían las prácticas endogámicas. El sueco Bladh dio una explicación, que parece convincente, acerca del éxito de los extranjeros en su inclusión dentro de la sociedad chilena:
Casi todos los matrimonios que han contraído extranjeros con chilenas han sido felices, cuando el esposo ha sido prudente. Este ha sido el caso de los ingleses, y dada [la] facilidad natural para amoldarse de las chilenas a los gustos del marido, aquellos han logrado, poco tiempo después de la boda, inculcarles el comportamiento y el delicado tacto de una “lady” inglesa.
El cariñoso comportamiento de los extranjeros, sobre todo de los ingleses, para con sus esposas, y su costumbre de pasar todos los ratos libres exclusivamente en el hogar, no puede dejar de parecer agradabilísimo a las chilenas, sobre todo cuando compara[n] este trato con el que dan sus propios compatriotas a sus esposas. Los extranjeros gozan así de una gran consideración entre las damas chilenas122.
Tal vez lo más llamativo de Copiapó y La Serena, y en parte producto de su reducido peso demográfico, fue la fácil inserción de los migrantes en las estructuras sociales existentes, lo que, además de contribuir a renovarlas, introdujo elementos más complejos a las cada vez más extensas redes de relaciones y parentescos, en que la endogamia continuó teniendo un peso relevante.
Es muy sugerente el examen del grupo fundado a comienzos del siglo XIX por un extranjero en matrimonio con una integrante de la familia Iribarren, de La Serena. El médico inglés Jorge Edwards Brown, radicado en esa ciudad, casó en 1807 con la serenense Isabel Ossandón Iribarren, hija de Diego Ossandón de la Vega y de María del Rosario Iribarren Niño de Cepeda. Los hijos de Jorge Edwards se dedicaron a los menesteres comerciales y mineros, en tanto que las hijas casaron con extranjeros también volcados a los negocios mineros. Así, Teresa Edwards Ossandón contrajo matrimonio en 1824 con el norteamericano natural de Filadelfia Washington Stewart, y al enviudar de este contrajo en 1826 nuevo matrimonio con el también norteamericano natural de Nueva York Pablo Délano, con numerosa sucesión. Carmen Edwards Ossandón casó con el escocés David Ross, dedicado a la habilitación y al comercio de metales123, y la hija de estos, Juana Ross Edwards, lo hizo con su tío Agustín Edwards Ossandón. Jacoba Edwards Ossandón casó con el norteamericano Thomas F. Smith, de Boston, también comerciante de minerales, con sucesión124. Pero lo más interesante es que otras dos hermanas Ossandón Iribarren, cuñadas de Jorge Edwards, contrajeron matrimonio, una, con el norteamericano Daniel W. Frost y la otra, con su sobrino Samuel Frost Haviland125.
La familia Edwards Ossandón se vinculó con la fundada por Pablo Garriga Martínez, natural de Mollet, en Cataluña. Había casado este en 1812 con Ventura Argandoña Subercaseaux, la cual, viuda de Garriga, contrajo segundo matrimonio con Jorge Edwards Brown, viudo a su vez de Isabel Ossandón Iribarren126. De los siete hijos Garriga Argandoña, Paula casó con el norteamericano Felix Fineas Lovejoy y viuda, con el argentino Gabriel Meollo y Gorbea, sin sucesión; Rafaela Dolores casó con el escocés Paulino Campbell; Ramón Jesús, con su prima hermana Peta Argandoña O’Shee; Margarita del Socorro con Joaquín Edwards Ossandón, y Jesús, con Santiago Edwards Ossandón, ambas con extensísima sucesión. Otra Argandoña O’Shee, Josefa, contrajo matrimonio con Juan Bautista Edwards Ossandón, con larga descendencia.
Hacia 1828 pasaron a América los hermanos Juan y Edmundo Eastman para atender los intereses del padre de ambos. Juan se radicó en Buenos Aires, en tanto que Edmundo viajó a Chile para dedicarse a las actividades mineras. El mismo año 1828 aparece formando parte del comercio de La Serena127. En 1832 casó en Sotaquí con Tomasa Quiroga y Darrigrande, y fueron padres de ocho hijos, con familias en La Serena, Valparaíso, Santiago y Ecuador128. Ese matrimonio le permitió vincularse a la familia Urmeneta, pues José Tomás había casado con Carmen Quiroga Darrigrande.
A ellos es posible agregar otros extranjeros que formaron familia en la región, como el norteamericano Amadeo Gundelach129, el inglés natural de la isla de Madera Guillermo Canningham, los hermanos Juan y Guillermo Carter, naturales de Escocia, el canadiense Luis Tondreau, los alemanes Juan Clausen, Juan Federico Flotow (Floto), y Guillermo Schreiber (Escríbar), el francés Agustín Fontaine y varios más.
Pero no solo se radicaron en La Serena ingleses, norteamericanos, alemanes y franceses. También lo hicieron de otras nacionalidades, como españoles —los gallegos Juan Bautista Carneiro e Higinio Ripamonti, el carmonense Antonio Galeno, el gaditano Isidoro Cuadrado y Angulo, el catalán José Coromina y Tolosa—, y otros provenientes de países americanos. Así, por ejemplo, cuando en 1829 el escocés David Ross contrajo matrimonio con Carmen Edwards, le sirvieron de testigos los peruanos naturales de Lima Ventura y José Piñera, vinculado este último a la actividad minera en Arqueros130. José Piñera, abogado y funcionario en su patria, se radicó en La Serena entre 1824 y 1826, y casó en 1827 con Mercedes Aguirre y Carvallo131. También del Perú llegó a radicarse a La Serena Mariano Daza.
Entre los chilenos establecidos en La Serena en la primera mitad del siglo XIX hubo varios provenientes de Santiago, atraídos por la minería. Se reprodujo en esta ocasión el modelo ya analizado con anterioridad: una o más familias de prestigio sirvieron de eje en torno al cual se fueron insertando los migrantes, lo que, a su vez, facilitó el desarrollo de prácticas endogámicas. En el periodo examinado cabe recordar a dos hermanos Ruiz-Tagle Lecaros radicados en La Serena: Nicanor, casado con Carolina Salcedo Iribarren y Carlos, con Salustia Solar Vicuña.
De Valparaíso llegó a La Serena Pedro Nolasco Valdés Muñoz, quien fue uno de los suscriptores de la compañía minera que se formó para explotar una pertenencia en el mineral de plata de Arqueros en 1825132. Cinco años más tarde Valdés era socio de Rodríguez, Cea y Cía., sociedad que se formó en Vallenar con un capital de 281 mil pesos, y que en 1831 y 1833 tenía intereses en el valle de Aconcagua133. En 1839 Valdés se asoció en Copiapó con Juan Sewell, de quien era apoderado Roberto Walker. Pedro Nolasco Valdés contrajo matrimonio en 1822 en La Serena con Rosario Munizaga Barrios, hija del rico minero, armador, comerciante y terrateniente Juan Miguel Munizaga y Trujillo134. Ya en 1829 aparece Valdés como propietario de Titón, importante predio rústico del valle de Elqui