No deja de llamar la atención que el crecimiento económico de la provincia de Coquimbo no se reflejara en un incremento demográfico de su capital, La Serena. En efecto, los 11 mil 805 habitantes que arrojó el censo de 1854 subieron a 13 mil 550 en 1865, si bien descendieron a 12 mil 293 en 1875, para remontar 10 años después. Con todo, se originó una expansión del área urbana, que se produjo hacia el este, con el barrio de Santa Lucía, y hacia el sureste, con el barrio Quinta, que empezó a formarse después de 1852106. Un sector de este barrio pertenecía a la extensa zona situada al sur de la ciudad conocida como La Pampa, asiento de numerosas quintas. La apertura, en 1833, de la calle de la Pampa, permitió la instalación de nuevos vecinos y la construcción del convento del Buen Pastor y de la iglesia de San Isidro107. Al igual que ocurrió en buena parte de las ciudades chilenas, en La Serena las tierras “de propios”, es decir, del municipio, fueron paulatinamente ocupadas por los sectores pobres, ya bajo la modalidad de arrendamiento, ya en forma ilegal, para dedicarlas a actividades hortícolas108.
Las transformaciones arquitectónicas de la ciudad, con las nuevas construcciones de la elite y de los grupos medios, que se abordan más adelante, cambiaron la fisonomía de sus calles principales. Los sectores de escasos recursos vivían dentro de la ciudad, donde hasta bien avanzado el siglo XIX abundaban los sitios eriazos —consecuencia del incendio de la ciudad por los piratas en 1680, clara muestra de la larga parálisis urbana provocada por aquel—, pero también lo hacían en sus bordes: en las proximidades del sector pantanoso denominado La Vega, en los márgenes del barrio de Santa Lucía y en las cercanías del río Elqui.
El desarrollo del puerto de Coquimbo fue consecuencia de la actividad minera y del crecimiento de La Serena. Ya en los años iniciales de la república empezó a adquirir importancia, y en 1819 el convento de San Francisco vendió “la estancia y sitios del puerto”, con una bodega que poseía allí, a Charles William Wooster109. Pablo Garriga, como apoderado de Wooster, vendió a su turno los terrenos, en 1823, a Antonio Pizarro, reservándose el vendedor y Garriga algunos retazos110. En el decenio de 1830 no exhibió mayor crecimiento, como se deduce de la descripción hecha por el cirujano de la Marina norteamericana William Ruschenberger:
“El puerto”, según la denominación que se le da para distinguirlo de la ciudad [de La Serena], consiste en una docena de ranchos, igual número de ramadas, la aduana y un edificio de dos pisos, que ocupa hoy día el capitán del puerto y que fue construido por una de aquellas entusiastas y mal manejadas compañías mineras organizadas en Inglaterra, quebrada mucho ha111.
El puerto fue asiento del establecimiento de fundición de cobre de Joaquín Edwards Ossandón, alzado en terrenos que pertenecían a sus suegros Pablo Garriga y Buenaventura Argandoña. La fundición ocupaba tres cuadras de extensión, contaba con siete hornos y tres calcinadores y elaboraba los minerales provenientes de Tambillos, Ovalle y del norte de La Serena. Al morir Joaquín Edwards, el establecimiento fue comprado a la testamentaría por dos de sus hijos, Joaquín y Jorge Edwards Garriga. Pero en torno a él habían comenzado a surgir, espontáneamente, construcciones de variada índole, y el Fisco promovió un juicio contra los herederos de Garriga. El pleito concluyó en una transacción, de fecha 8 de enero de 1846, en cuya virtud se cedieron al Fisco los terrenos necesarios para calles, plazas y edificios públicos, comisionándose al francés Juan Herbage para que, previo al levantamiento de un plano y con el acuerdo de la Intendencia de Coquimbo, hiciera las correspondientes demarcaciones. El plano fue aprobado por el Gobierno por decreto de 13 de agosto de 1850112. Los terrenos que quedaron en poder de la sucesión Edwards Garriga fueron aportados a una sociedad, que el 10 de febrero de 1851 procedió a sortear entre sus integrantes los lotes o sitios fijados en un plano elaborado por Eduardo Wering113.
La Serena y Coquimbo estuvieron unidas primero por un camino y a continuación, desde abril de 1862, por la vía férrea. En tanto, en la caleta de Guayacán, inmediatamente al sur de Coquimbo, y en la protegida bahía de la Herradura, se alzó en 1852 el importante establecimiento de fundición de cobre de Urmeneta y Errázuriz, que llegó a contar con 35 hornos. Guayacán, unido más adelante a Ovalle por una línea férrea, adquirió en 1858 la categoría de puerto menor114.
El desenvolvimiento de Ovalle estuvo ligado, como se ha indicado, al laboreo de los yacimientos de cobre de Tamaya y Panulcillo. El pequeño puerto de Tongoy sirvió desde 1840 para la exportación de los minerales traído del interior, y en 1850 y 1851 quedó más marcada su vocación minera con la construcción de hornos de fundición de cobre115. Tongoy se unió a Ovalle y a Tamaya mediante un camino y, más tarde, por una línea férrea. También un camino unía a Ovalle con Coquimbo, al que se agregó a continuación el ferrocarril, inaugurado en 1862, cuya línea férrea atravesaba al puerto a todo su largo hasta llegar al muelle, y mejoró la conectividad de la ciudad del Limarí. La construcción de un camino hacia el este permitió ofrecer las producciones de la zona a los consumidores de los centros mineros116.
La multiplicación de las actividades en torno a la extracción del cobre ante la sostenida demanda proveniente de Europa y los Estados Unidos, unida a la difusión de nuevas técnicas metalúrgicas y a la constitución de numerosas sociedades mineras, convirtieron a Ovalle, La Serena y Coquimbo en polos de atracción de emigrantes, tanto chilenos como extranjeros. En torno a la plata de Arqueros y al cobre de Brillador, Tamaya y otros yacimientos se dieron cita comerciantes de metales, habilitadores, mecánicos, fundidores, constructores, comerciantes minoristas, contratistas, intermediarios de mano de obra y toda la extensa y multifacética gama de personas vinculadas a la minería. No puede olvidarse, por ejemplo, la necesidad de servirse de especialistas extranjeros para las labores de fundición en Panulcillo, en Tongoy y en Guayacán, en su mayoría ingleses, norteamericanos, alemanes y franceses117. Muchos de estos migrantes, chilenos o extranjeros, contrajeron matrimonio con naturales de la región, y los que ocupaban cargos de responsabilidad lo hicieron en general con mujeres pertenecientes a la elite local. El incremento demográfico en Tamaya fue de tal envergadura que la autoridad eclesiástica se vio en la necesidad de establecer allí una viceparroquia que atendiera la alta demanda de servicios religiosos118.
La formación de empresas comerciales, muchas de ellas con sede en Valparaíso, que se encargaban de habilitar a los mineros y adquirirles la producción, constituyó otro incentivo para la constante presencia de empresas extranjeras, en especial inglesas, cuyos principales empleados eran también foráneos119. Cabía esperar, por tanto, la construcción de extensas redes comerciales y mineras de extranjeros, preferentemente británicos, cuyos principales centros eran Copiapó, La Serena, Valparaíso y Concepción. Aunque carecemos de estudios sobre esas empresas, conviene tener presente que no solo estaban ligadas a sus lugares de origen y a las redes locales, sino también a Buenos Aires y a Lima. En el decenio de 1830 se debe recordar, entre otras, a Thomas Kendall, Britain Waddington y Cía., Waddington, Templeman y Cía., Taylor y Cía., Barclay y Cía., Sewell y Patrickson y Wylie Miller y Cía. Con el establecimiento