Así, pues, además del comunitarismo aristotélico y del iluminismo universalista, habría una tercera alternativa en el espinoso asunto de la educación moral y ética. Una de las objeciones que se ha planteado a la ética de Kant es la tensión que hay en ella entre la autonomía moral de la persona y el universalismo. La persona es un ser individual espiritual y libre. Kant basa toda su ética en la libertad y la autonomía. Pero, por otra parte, el imperativo categórico sigue la forma lógica de la universalidad, a la que hemos de atenernos si queremos obrar moralmente. Libertad y universalidad estarían, pues, en una tensión que no es fácil de resolver. En la teoría de Russell y en su interpretación de Freud habría, en cambio, una tercera posición: la autonomía de la persona pero sin universalismo (esta sería la alternativa de Michel Foucault, para quien la base de la ética es la libertad); habría también una ética autónoma basada en la libertad pero sin que se llegue a una normatividad universal. Y desde ese impulso intransferible de la libertad nos constituimos a nosotros mismos. Es verdad que los sujetos pasan por sujeciones (Foucault juega con los dos significados de ‘sujeto’), pero su impulso libertario lo llevaría a ir superando esas sujeciones y constituyéndose a sí mismo como ser libre y autónomo. “Debemos promover nuevas formas de subjetividad por medio del rechazo de este tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante siglos”.23
La educación ética como “cuidado de sí”
La ética de Epicuro y otras éticas de la antigüedad grecorromana están centradas en “el cuidado de sí”, una educación ética de estilo personal, pero no necesariamente universal, que podemos considerar aquí como una tercera alternativa en el asunto de la educación ética y moral.
De acuerdo con Pierre Hadot,24 las filosofías de la antigüedad grecorromana fueron ante todo comunidades de vida. Alrededor de los filósofos más destacados se reunían sus discípulos para aprender un modo de vida. Antes que escritura (tratados filosóficos), la filosofía era una forma de aprender a vivir bien.
En las escuelas helenísticas y romanas de filosofía es donde el fenómeno resulta más sencillo de observar. Los estoicos, por ejemplo, lo proclamaban de forma explícita: según ellos, la filosofía es “ejercicio”. En su opinión la filosofía no consiste en mera enseñanza de teorías abstractas o, aun menos, en la exégesis textual, sino en un arte de vivir, en una actitud concreta, en determinado estilo de vida capaz de comprometer toda la existencia.25
Las escuelas filosóficas (estoica, epicúrea, cínica, platónica, escéptica) eran ante todo un aprendizaje para la buena vida, y en todas ellas “el profesor [era] también un guía espiritual.26 Con frecuencia la filosofía se presenta también como una actividad terapéutica. Se recurre al discurso filosófico sólo como un medio necesario de enseñanza, pero lo que en verdad importa es el arte de vivir. El fin es una “radical transformación del yo”.27 En este aspecto de la filosofía antigua también ha insistido Foucault.
La máxima del “cuidado de sí mismo” es anterior a su formulación filosófica, y se encuentra incluso en un lacedemonio, Alexandrides. Esta corriente tiene un tono de privilegio de clase, en tanto que plantea que si no tenemos que ocuparnos del cultivo de la tierra nos ocupemos entonces de nosotros mismos. Filosóficamente, el primer momento en la elaboración de la ética del cuidado de sí mismo es el socrático-platónico, tal como aparece en el Alcibíades,28 donde se plantea que no se puede gobernar a los otros si uno mismo no sabe gobernarse y si no hay una preocupación por sí mismo (la educación del propio Alcibíades fue insuficiente, y por ello él debió ocuparse de sí). Hay en esta obra una crítica a la educación ateniense, la cual sale desfavorecida si se la compara con la educación espartana o con la educación oriental: la educación espartana lleva la ventaja del rigor constante, y los persas, por su parte, dan a los príncipes grandes maestros capaces de enseñar las verdades fundamentales, mientras que en Atenas la escuela abandona al joven cuando tiene que enfrentarse a la vida política, al problema de “ser gobernado o gobernar”, y al problema del cuidado de sí. Foucault nos recuerda que es preciso “tomarse a sí mismo como objeto de desvelo”:29
Entre la pedagogía entendida como aprendizaje y esa forma de cultura, de paideia [...] que gira en torno de lo que podríamos llamar la cultura de sí, la formación de sí, la Selbstbildung como dirían los alemanes, en ese desfase, en ese juego, en esa proximidad, es donde van a precipitarse cierta cantidad de problemas que se refieren, me parece, a todo el juego entre la filosofía y la espiritualidad en el mundo antiguo.30
El joven ignora pero tiene tiempo de aprender. El acceso a la verdad requiere de unas prácticas espirituales que modifiquen al sujeto. El sujeto es el alma, y es preciso ocuparse de ella, pues el alma es la que hace uso del lenguaje, de instrumentos y del cuerpo. En este sentido, Foucault afirma que “ocuparse de sí mismo será ocuparse de sí en cuanto sujeto”.31 La inquietud de sí, como la plantea la ética antigua, tiene que pasar por la mediación del maestro, quien,
a diferencia del profesor, no se preocupa por enseñar aptitudes o capacidades a aquel a quien guía, no procura enseñarle a imponerse a los demás. El maestro es quien se preocupa por la inquietud que el sujeto tiene respecto de sí mismo.32
El maestro es así “el principio y el modelo de la inquietud que éste debe tener por sí mismo en cuanto sujeto”.33 Ocuparse de sí también equivale a ocuparse de la justicia, es decir, del buen gobierno. El ocuparse de sí hace al individuo alguien diferente a la masa. Parece dirigirse a una élite. La vida absorbe y no deja tiempo para el cuidado de sí. En Sócrates y Platón la inquietud de sí está ligada directamente a la pedagogía, y esta es insuficiente; por ello la necesidad de preocuparse por sí mismo.34 No solo los jóvenes son invitados a cuidar de sí mismos; hay que ocuparse de sí mismo durante toda la vida y en todas las circunstancias. La forma platónica y neoplatónica del cuidado de sí mismo es el autoconocimiento; de hecho, el platonismo fue el principal formato de movimiento espiritual como autoconocimiento. Esta autoconciencia es el reconocimiento de algo divino en uno mismo, y por eso el acceso a la verdad, para el platonismo, se da por medio del autoconocimiento y el reconocimiento de lo divino en uno. El neoplatonismo fue el formato para los movimientos gnósticos.
Los epicúreos y los escépticos
En estrecha relación con todo lo anterior, encontramos las opiniones de Epicuro,35 quien afirma que es necesario educar para sí mismo y no necesariamente para la Hélade; es decir, la verdadera práctica educativa tiene como meta a sí mismo. La paideia (arte de la palabra, en la que el maestro es un “artista del verbo”) es la cultura general del ciudadano, del hombre libre. Epicuro le da importancia al cuidado de sí y no a la educación como cultura general.36 El conocimiento de la naturaleza (physiologia) tiene como finalidad, para Epicuro, alcanzar la serenidad (ataraxia); “de tal manera que el saber del mundo sea, en la práctica del sujeto sobre sí mismo, un elemento pertinente, un elemento efectivo y eficaz en la transformación del sujeto por sí mismo”.37 La inquietud de sí es coextensiva con la vida. La filosofía es concebida como arte de vivir, y la ética como cuidado de sí. Epicuro enseña que “nunca es ni demasiado pronto ni demasiado tarde para cuidar la salud del alma”.38 Para Epicuro, filosofar todo el tiempo es cuidar de sí mismo, pero además exalta la amistad: “Toda amistad es deseable por sí misma, sin embargo, tuvo su origen en la utilidad”.39 La amistad de la que nos habla Epicuro es una especie de inquietud de sí, y si se basa en la utilidad no es una buena amistad, agrega el filósofo. El mayor bien que la sabiduría nos procura es la amistad, la cual no solo es relación con el otro sino que en ella está implicada también la relación consigo. “La amistad es deseable porque forma parte de la felicidad”.40
En la ética antigua, según Foucault, hubo tres modelos de cuidado de sí: el platónico (de la reminiscencia), el cristiano (de la conversión mediante renuncia a sí) y el helenístico (estoico, epicúreo y cínico), que es el de la autofinalización. Esta implica la vuelta de la mirada hacia sí mismo; dejar de mirar la casa de los demás y mirar la propia casa, pues para ocuparse de los demás es preciso primero ocuparse de sí mismo. En este modelo no se trata de