La división de los partidos alemanes en el Parlamento (el Reichstag) en los años inmediatos anteriores a la guerra mundial hacía muy difícil llevar adelante una política internacional prudente. El propio kaiser se percata ya del enorme peligro de tener que hacer frente a una gran coalición internacional, y trata en vano en 1912 de que Inglaterra, temible por su poderío naval, se separe de la Entente con Francia y Rusia75.
Discuten los historiadores sobre la adhesión o no de la población en los momentos previos a la ya previsible guerra. No había un sentimiento antifrancés como en 1870, pero fue seguramente el penoso recuerdo en los medios populares de los ejércitos rusos en la Guerra de Siete Años al invadir a Alemania por el Este de Prusia lo que en 1914 motivó, al conocerse la orden rusa de movilización de su inmenso ejército, la rápida gran adhesión popular. Ni los socialistas se proclamarán ya “internacionalistas” salvo en contadas excepciones76.
“El júbilo fue general –comenta la historiadora inglesa Mary Fulbrook– , y gran cantidad de alemanes marcharon hacia el frente [con] entusiasmo; incluso, un número importante de socialistas apoyó el esfuerzo militar, por lo menos oficialmente, y sólo una minoría de la delegación del Reichstag se opuso a la decisión de aprobar créditos para la guerra”77.
63 Cf. VC2, 256-259; LF, 312-355
64 Cf. LF, 359-367; VC2, 292-299; FZ, 97-104, 145s; 200-203
65 LD, 76
66 Cf. LD, 25s
67 Cf. LD, 169, 193, 396s
68 Cf. LD, 91
69 Cf. LF, 397
70 Cf. FZ, 207-209; VC2, 356-358; LF, 385-412; Aps5, 338s
71 Cf. VC2, 346s; FZ, 190-200
72 JD8, 80
73 “Así –señala Rudolf Lill (cf. JD8, 83s)– los directores de seminarios rechazaron la inspección estatal, los estudiantes de teología se negaron a someterse al examen de Estado, los obispos nombraron párrocos, haciendo caso omiso de las leyes de mayo. El Estado reaccionó clausurando la mayoría de los seminarios”.
74 Cf. JD8, 67-93
75 Cf. VC2, 346-358, 437-444, 458-460; FZ, 207-209, 279-286, 372-384
76 Cf. LF, 449s
77 Cf. FL, 210s
5. Austria-Hungría. Notas sobre su historia anterior a 1914
El Imperio, católico en su cabeza, integrado por una multitud de pueblos
La derrota de los Habsburgo al término de la Guerra de Treinta Años (1648) redujo el influjo de Austria en el centro de Europa (sede del histórico Sacro Imperio), pero se extenderá hacia el Sudeste. A partir de la gran victoria de 1683 sobre los turcos que sitiaban Viena, los ejércitos del gran general Eugenio de Saboya avanzan por los Balcanes y son recibidos por las poblaciones, mayoritariamente cristianas, como los liberadores del dominio islámico turco78.
Metternich consigue para Austria en el Congreso de Viena (1815), tras la definitiva victoria sobre Napoleón, un sólido imperio en el corazón de la Alemania meridional a cambio de ceder algunos territorios y enclaves dispersos (como Bélgica); y en Italia, consigue el directo dominio de la Lombardía y el Véneto, y el indirecto de Parma, Módena y la Toscana, entregados a príncipes austriacos79.
La revolución de 1848
Iniciada en París, afecta pronto a gran parte de Europa y muy en particular al Imperio Austro-Húngaro. En Viena, al llegar la noticia de la revolución en París, la juventud burguesa se manifiesta por las calles. La revolución se extiende; el gobierno, atemorizado, hace dimitir a Metternich; y el emperador y la corte se refugian en el católico Tirol (en Innsbruck). Si en Viena tiene la revolución liberal un acento más jacobino que romántico, en los tan dispares territorios del Imperio –multiétnicos y multiconfesionales– tiene más un carácter, creciente entre sus élites, romántico y nacionalista. Pero, el mismo hecho de la disparidad del Imperio actúa de freno de las disidencias, enfrentadas ahora entre sí, lo que las lleva a reconsiderar a la vista de los hechos que más les vale volver a la unidad del Imperio. Antes de finalizar el año, el ejército acaba con las sublevaciones, abdica el monarca, y le sucede Francisco José, cuyo largo reinado llega hasta 191680.
El factor decisivo de la unidad y cohesión del Imperio dirigido por el Austria católica81 era siempre la misma persona del emperador. De manera muy acentuada sucederá esto con Francisco José que, como gran padre de familia, venerado y querido por sus tan diversos pueblos, presidirá durante casi 70 años (1848-1916) la monarquía en la que conviven más de veinte etnias de cinco religiones distintas82.
La revolución de 1848, con notable apoyo de Inglaterra, llegó también a Italia: a Nápoles, los Estados Pontificios, los dominios austriacos del Véneto y la Lombardía, y al reino del Piamonte. En Turín, al conocerse el estallido de la revolución en Viena, los liberales piamonteses impulsan al rey Carlos Alberto (1831-49) a levantar bandera en pro de la unidad italiana, ya no por medio de una república como pretende Mazzini, sino presidida por la dinastía de los Saboya. Carlos Alberto declara entonces la guerra a Austria con el propósito de convertirla en la gran causa nacional, pero sus tropas son gravemente derrotadas en Custozza83.
Concordato de 1855 con la Santa Sede
Pese a la poderosa burocracia estatal de Viena, que considera decisivo para la pervivencia del Imperio mantener vigente el josefinismo del XVIII (la soberanía del Estado sobre la Iglesia), Metternich, a partir de 1830, evoluciona de su anterior actitud para con la jerarquía de la Iglesia un tanto displicente y volteriana. Propicia sucesivos acuerdos con la Santa Sede para no enfrentar la legislación civil al derecho canónico eclesiástico. El abad Joseph Rauscher (1797-1875), formado en la escuela ultramontana del redentorista san Clemente María Hofbauer, fue el mediador decisivo en aquellos difíciles tratos y gestiones que alcanzarán su plenitud con el Concordato de 185584.
El nuevo emperador Francisco José, declarado católico fiel a la Santa Sede, acoge con gozo el Concordato. Entiende, a diferencia de sus políticos josefinistas y proliberales, que es un gran bien para la cohesión de su extensa monarquía, en la que la fe católica es mayoritaria, además de en Austria, en importantes partes muy dispares (la Galitzia polaca, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Venecia, la zona ucraniana de los uniatas...)85.
Apoyo de Napoleón III a la causa de la unidad italiana
Tras el fallido intento del Piamonte de vencer por las armas a Austria con ocasión de la Revolución de 1848, estallada también en Viena y extendida a parte de su Imperio, el gobierno de Turín vuelve a intentarlo diez años después. El primer ministro italiano, Cavour, en su encuentro secreto con Napoleón III en Plombières (1858), ofrece a Francia la parte francófona de su reino –Niza y la Saboya– a cambio de su ayuda militar. Los aliados