Rusia, con el tiempo, adquirirá una inmensa extensión que englobará multitud de pueblos y etnias de culturas y religiones diversas, pero la fe decisiva y mayoritaria, configuradora de la nación, ha sido la de la Iglesia ortodoxa escindida de Roma.
La formación de la nación rusa
Germen de la nación rusa fueron una parte de los pueblos eslavos emigrados hacia Europa en los albores de la Edad Media, establecidos en los inmensos territorios entre el río Elba y los Urales. Los eslavos asentados en el Este de estos territorios eran un mundo tribal, pagano, sin mayores vínculos asociativos, que no llegan a erigir pronto unos incipientes reinos al modo de los bárbaros de Occidente tras la caída del Imperio Romano en el siglo V. Dedicados a la agricultura, laboran tierras notablemente fértiles, pero expuestas durante siglos a la barbarie de las invasiones, principalmente provenientes de Asia, de donde, con fronteras abiertas y llanas, periódicamente acuden hordas de mogoles y tártaros que con terribles saqueos y asesinatos asolan cuanto encuentran a su paso93.
La necesidad de protección y de una mayor estabilidad conduce a la primera configuración política unitaria de los eslavos del Este (los del Oeste: polacos, fineses, magiares, eslovacos... ya se habían integrado antes en una u otra unidad superior a la tribal). Tal unidad se dio en el siglo IX al aceptar ser gobernados por una dinastía de origen vikingo, escandinavo (los Rus), que establecen su capital en Kiev (actual Ucrania) y pronto levantan centros urbanos fortificados para defensa ante las invasiones y para promover el comercio en una ruta que parte de Escandinavia y llega hasta Constantinopla. La vida se hará así más segura y próspera; propició el desarrollo de la agricultura.
Los príncipes Rus ponían como autoridades de las innúmeras aldeas campesinas a los guerreros que las defendían. La necesidad de protección llevó a instituir algo similar al feudo de la Alta Edad Media occidental en que el campesino busca al señor que sea capaz de defenderle a trueque de algunos servicios en las tierras que él gobierna. La nueva institución, incluso, tiende a ser más participativa que el feudo, más parecida al municipio de la plenitud medieval de Occidente, pues cada comunidad rural, para resolver sus asuntos locales, tenía su asamblea o mir (que significa concordia o paz); y los centros urbanos tenían su respectiva asamblea o veche. Pero, las divisiones y pugnas entre aquellas noblezas territoriales, así como las luchas por la sucesión entre los hijos del rey rus cuando fallece, debilitaban con frecuencia la defensa ante los adversarios exteriores94.
Evangelización de los eslavos de Oriente
Las primeras evangelizaciones de eslavos orientales fueron las de los territorios más próximos a la frontera norte del Imperio Romano de Oriente: Bulgaria y las zonas del Sur del Danubio, misionadas a fines del siglo IX por los santos hermanos Cirilo y Metodio95. Más adelante, a partir del siglo X, prosigue hacia el Norte el avance misionero, aunque sin llegar más que a lugares muy dispersos. Al recibir en el 998 el bautismo Vladimiro, rey rus, desposado con una hermana del emperador de Constantinopla, impulsa con gran celo la conversión de su pueblo, que principia por las clases dirigentes y concluirá probablemente en el siglo XV, cuando fue ya evidente que la fe cristiana configura el entero mundo campesino96.
Los misioneros predicadores fueron bizantinos (eslavo-griegos); y en la primera época, también algunos occidentales. No obstante, la liturgia que prevalecerá será la eslava, que se remontaba a los santos Cirilo y Metodio97 (la parte más occidental del mundo eslavo –Polonia, Bohemia, Moravia, Croacia...– fue misionada por occidentales). Aquellos misioneros bizantinos, sobre todo monjes, tuvieron la capacidad de llevar adelante la obra evangelizadora pese a la poca o casi nula relación del patriarcado de Constantinopla con Roma desde bastante antes del mismo conflicto con Miguel Cerulario en 1054; ya desde el tiempo de Focio (858-867)98.
Pese a las desavenencias entre la nobleza rusa, y las aún más graves entre los posibles sucesores a la muerte de cada rey rus, logran todos ellos unirse frente a las tremendas invasiones que de tanto en tanto les acosan. El nuevo vínculo común de la fe refuerza notablemente la unión, y confiere a la autoridad un sentido religioso: no, para ser ejercida de cualquier manera, sino según la ley de Dios, lo cual hace que esta época fuese tan viable99. El historiador Geoffrey Hosking, para hacer más inteligible la época, aporta estos significativos datos:
“En 1143 los ciudadanos de Kiev invitaron a Vladimir de Pereiaslavl, el jefe militar más victorioso de la guerra contra los kipchaks [invasores, nómadas de las estepas] a gobernarlos como gran príncipe. Por sus victorias, Vladimir recibió de Bizancio una corona forrada de piel que significaba que su autoridad procedía de Dios. Fue un gobernante sabio y piadoso, pero también práctico, que creía que debía asumir la responsabilidad personal de todas las obligaciones de la autoridad principesca: la guerra, el orden dinástico y la familia, la justicia, la caridad, el mecenazgo y la observancia de la pravda [la verdad]. Expuso por escrito en una Exhortación dirigida a sus hijos [cómo han de gobernar], no sólo por medio de la fuerza, sino también mediante «el arrepentimiento, las lágrimas y la limosna». Esta combinación de poder por la fuerza y de moral cristiana arraigó como un ideal para los gobernantes de Rus/Rusia”100.
La relación con Roma
Pese a las malas relaciones desde antiguo de Oriente con Roma (en especial por la sucesión de las herejías trinitarias y cristológicas en esta parte del Imperio, impulsadas principalmente por las conveniencias políticas de la corte bizantina, oficialmente católica), la mayoría del pueblo permaneció por mucho tiempo con muy ferviente adhesión a Roma. Sintió enorme consuelo y gratitud por la firmeza de los papas frente a la iconoclastia de los emperadores bizantinos que, proclamándose cristianos, hicieron durante el siglo VIII y parte del IX miles de mártires entre el pueblo sencillo y los monjes por tratar de defender las imágenes y el culto a ellas101.
En cambio, por desgracia, en la época inmediatamente siguiente, a partir de Focio (858-867), hará gran daño al pueblo de Oriente la inhibición de Roma ante el escándalo por el nombramiento por la corte bizantina de sucesivos patriarcas de Constantinopla indignos con los que en cambio se mantienen relaciones casi como si nada grave sucediese102 .
Después de la separación de 1054, el progresivo y largo acoso de los ejércitos islámicos al Imperio Romano de Oriente propició que los emperadores bizantinos intentasen reiteradamente retornar a la unidad con Roma y lograr el consiguiente auxilio militar de los cristianos de Occidente, que en esa época se habían implicado en el gran movimiento de las cruzadas promovido por papas y santos para recobrar los Santos Lugares. No se alcanzó el fin deseado por las cruzadas más que durante un tiempo, y hubo hechos por parte de los cruzados occidentales que no contribuyeron a la unidad con Oriente, como fueron los graves desmanes por ellos cometidos en Constantinopla en 1204103.
La Iglesia en Rusia, muy vinculada históricamente al patriarcado de Constantinopla, permanecerá unida a la Iglesia universal mientras Constantinopla no se separe de Roma. E incluso después de la separación de 1054 –del cisma104 de Miguel Cerulario– persiste en Rusia durante unos decenios la buena relación con los papas, tanto de la jerarquía de Kiev (sede metropolitana y capital del reino) como de los monarcas rusos, pero de hecho se avanzaba hacia la ruptura “de manera incontenible”105. En la escisión no pesó herejía oriental antigua alguna que reviva (de Arrio, Apolinar, Nestorio...), sino la frecuente subordinación desde antiguo, más o menos grave según los casos, de las jerarquías eclesiásticas orientales a la autoridad política; antes, a la de Constantinopla; luego a la de Kiev, y más tarde a la de Moscú106.
Aquel desentendimiento entre Roma y Oriente, con culpas por ambas partes, tuvo por causa principal el antiguo y persistente cesaropapismo de la corte y gobierno bizantinos, tratado de justificar presentando a Constantinopla o Bizancio como “la segunda Roma”107 (por “traslado” a Constantinopla de la antigua capital del Imperio Romano), llamada a dirigir tanto el gobierno civil como el eclesiástico de todo el Oriente cristiano. Tal pretensión (insinuada ya en el mismo Concilio de Nicea, y siempre rechazada por los papas), durante tiempo no apuntó a discutir el primado de jurisdicción del Romano Pontífice sobre la Iglesia universal,