El gran peso ideológico de Francia en el contexto internacional
La definitiva derrota militar de Napoleón Bonaparte en 1815 no fue impedimento para el triunfo de las ideas sembradas por sus ejércitos por toda Europa. En los años siguientes, las burguesías de Europa irán asumiendo notablemente tales ideas. La imitación de lo francés prende con fuerza por casi todas partes.
Así, al final del XIX y comienzos del XX, pese a que Francia había perdido hacía tiempo la hegemonía política y económica, traspasada a su histórica rival Inglaterra, no obstante, prosiguió ejerciendo un primado internacional en ideas y gustos (en filosofía, literatura, prensa diaria, modas...); y también, por los mismos frecuentes viajes de las altas sociedades del orbe a París, la ciudad de la luz, la capital de la belle époque, embellecida sobre todo durante los años del Segundo Imperio por Napoleón III (1851-70)51.
El espíritu hostil a la Iglesia, encarnado sobre todo en el partido radical francés fundado por León Gambetta (1838-82), será de repercusión universal. En casi todas las naciones latinas, de raíces indiscutiblemente católicas, prende este espíritu entre sus burguesías y alta sociedad, y pronto crean en ellas los homólogos partidos radicales, embebidos en la misma idea de que la tarea de secularizar la vida social de las viejas naciones cristianas ha de traer el gran bien a los pueblos. Muy común fue entonces el viaje a París de políticos radicales de la Europa latina y de Hispanoamérica para recibir consejos e instrucciones. A los pueblos europeos de raíz sajona y nórdica más les afectó y configuró la anterior revolución luterana. No hubo “partido radical” en la Alemania luterana, Inglaterra o los Estados Unidos, ni similar voluntad secularizadora de la vida social. Son diferencias que persisten hasta hoy.
En España, donde no surge una burguesía económica pujante hasta bastante avanzado el XIX, el liberalismo prende ante todo en sus altas aristocracias. La imitación de lo francés se hace presente con fuerza en las Cortes de Cádiz, y luego en el gobierno y alta sociedad isabelinos, con un tono más moderado y ecléctico. Más adelante, a partir de la revolución de 1868, se impone un liberalismo más radical, del que se separará Sagasta, y fue proseguido desde su exilio de París por su adlátere Ruiz Zorrilla. Su discípulo, el joven Alejandro Lerroux (1864-1949), fundará el histórico partido radical español a imagen del francés recientemente creado por Gambetta52.
El Estado Docente y el partido radical
La ideología jacobina francesa tendrá su asiento principal en la Universidad Central de París. Creada por Napoleón, le sobrevivirá por muchos años, y de ella dependerá la entera enseñanza de la nación. Ha sido el alma del “Estado Docente”, decidido a configurar una sociedad secularizada al máximo, ante todo por vía de enseñanza (y también del servicio militar obligatorio). En la misma línea, ejercerá su influjo la prensa de mayor tirada del país, propiedad de la más alta burguesía ya desde los años de su oposición a Napoleón III (1848-70) y a la república “no republicana” (1870-79). Y aún más influirá esta poderosa prensa a partir de 1879, ya con el viento a favor del republicanismo radical en el poder sin casi interrupción hasta 1946, fin de la III República.
En los anteriores Apuntes 5 se ha señalado cómo aquella minoría de grandes burgueses53, que alcanza el poder en 1879, ha ido extendiendo sus ideales para construir una nación sin presencia de la fe en su vida pública. A las altas burguesías de París secundaron las burguesías medias por todo el país (comerciantes, abogados, farmacéuticos, propietarios medianos de tierras...). Estas burguesías son las que engrosarán entonces el principal grupo político de la III República: el partido radical.
El partido había nacido por la decisión de Gambetta de resistir en 1871 hasta lo último a las tropas prusianas que sitian París y provocar una reacción patriótica del pueblo francés como la de 1793 ante la invasión extranjera. El nombre de “radical” lo puso Gambetta por considerar a su partido como el genuino republicano, el consecuente con los principios e ideales de la Revolución francesa, a diferencia de otros liberalismos, “acomodaticios” (en realidad, con la Iglesia), que proclaman los principios de 1789 pero no los aplican con rigor, como sucedió durante la monarquía de Luis Felipe (1830-48), y aún más a continuación de la Revolución de 1848, por la que mucha burguesía liberal, antes más o menos volteriana, vira hacia la Iglesia.
En el curso de su no breve historia, el partido radical pasa por distintas divisiones internas. Con frecuencia carece de mayoría en las cámaras, y necesita para gobernar formar coaliciones con otros partidos republicanos, más conservadores, o con el socialista, adversario declarado del burgués partido radical54, pero éste, invariablemente, une a todos cuando los llama a la lucha contra “el clericalismo”, con la particularidad de que con tal término no se designa lo que propiamente expresa –conducta injusta del clero al abusar de su condición– sino que con él se califica toda actuación de la Iglesia que trascienda o repercuta en la vida pública de la nación55.
Coherente con este espíritu laicista, entre los años 80 y principios del XX, el bloque de izquierda (radicales, oportunistas o republicanos moderados, y también socialistas), “bajo la égida de la francmasonería del Gran Oriente” (como señala Bertier de Sauvigny)56, lleva a cabo (sobre todo desde que Combes en 1902 accede a la presidencia del gobierno) la disolución de las congregaciones religiosas en Francia, la incautación de sus bienes, el cierre de sus tres mil escuelas y la expulsión en los años 1903-1904 de unos 20.000 religiosos y religiosas dedicados a la enseñanza de la juventud.
En vano el ministro de Exteriores de cinco gabinetes seguidos, Delcassé (1898-1905), trata de frenar la aplicación de estas leyes antirreligiosas por contrarias a los intereses internacionales de Francia, sobre todo en las colonias. No lo consigue en la metrópoli, pero sí en gran parte en el recrecido imperio colonial francés, entonces diez veces más extenso que en 1871 (“el anticlericalismo –decía– no es producto de exportación”; los misioneros son “la mejor carta de presentación” de Europa en las colonias)57.
La gran expansión colonial francesa
Desde 1880 el radical Jules Ferry inicia el lanzamiento de Francia hacia la gran expansión colonial, que proseguirán todos los gobiernos de la III República. A partir de Argelia, dominio francés desde 1832, se extiende la colonización hacia Túnez, Marruecos y el desierto del Sahara. Y a partir de sus antiguos establecimientos costeros atlánticos creará dos grandes dominios –el África Occidental Francesa y el África Ecuatorial Francesa– que, unidos al Sahara, formarán un solo e inmenso territorio al tomar la región intermedia del lago Chad expediciones militares enviadas desde Argelia, El Congo y Senegal.
La siguiente expansión –hacia el Este, hacia las fuentes del Nilo– fue detenida en 1898 por el ultimátum del gobierno inglés cuando ya la expedición del capitán Marchand, que cruza África de Oeste a Este, había llegado hasta Fachoda y parecía que alcanzaba el dominio de Egipto, crucial sobre todo desde la apertura del Canal de Suez en 1869. Ante la amenaza de guerra, el gobierno de París retrocede. Entre 1895 y 1907 es conquistada la isla de Madagascar58.
El imperio francés al comienzo del siglo XX
En Asia, desde el dominio de Indochina y el protectorado de Camboya establecidos por Napoleón III, Jules Ferry trata extender la presencia francesa en Annam y Tonkín, lo que provoca una corta guerra con China que concluye con el reconocimiento en 1885 del protectorado galo sobre estas regiones. La construcción de un ferrocarril que desde Tonkín llega hasta a la provincia china de Yunán abre al influjo de Francia, y en especial al de su comercio, una extensa zona59.
El agravamiento de la cuestión social
Al gran auge económico del país durante el Segundo Imperio (1851-70)60, sucede en los años 90 una grave crisis. Los