En el siglo XV, por un momento pareció que la Iglesia de Oriente volvía a la unidad con Roma por medio del Concilio de Florencia (1437) –hoy en día básico para un verdadero diálogo ecuménico– al desaparecer en él las divergencias teológicas. Incluso fue reconocido por los obispos orientales el primado del Papa sobre la Iglesia. Pero, por desgracia, enseguida quedó el Concilio sin efecto ante la mala acogida que tuvo al retornar los obispos a sus diócesis de Oriente. Luego, ya no quedará tiempo para una mayor reflexión, pues pronto, en 1453, se vino abajo el más que milenario Imperio Romano de Oriente, y aquellas entonces multitudinarias cristiandades, que aún habían resistido durante largo tiempo al acoso turco, pasarán ya a dominio islámico por siglos109.
Así quedaba en 1453 anulada la autoridad del patriarca de Constantinopla sobre la Iglesia en Rusia. En su lugar, se erige el patriarcado de Kiev, y más adelante el de Moscú, como sede primada para los pueblos eslavos no pasados a dominio turco. Y de ninguna manera prevalece el deseo de retornar a la unidad con Roma. Por ello, ya en 1443 había sido destituido de su sede Isidoro de Kiev, un griego nombrado en 1434 por Constantinopla, significado partícipe en el Concilio de Florencia, y favorable a la unión con Roma110.
La invasión mogol (época de la Horda de Oro: 1237-1480)
Tras una época de bastante paz y notable auge comercial, las tribus mogolas de las estepas del oriente de Rusia (lideradas por Gengis Kan, cuyos ejércitos han conquistado China) invaden en 1237 el Rus, muy debilitado por conflictos internos. Saquean, destruyen y asesinan sin piedad. Los sobrevivientes son vendidos como esclavos o para servir en el ejército invasor. El poder mogol –la llamada Horda de Oro por los historiadores– , ante la dificultad de ocupar de modo efectivo la inmensa Rusia, se retira hacia el Sur, al bajo Volga, pero desde allí ejercerá un duro protectorado durante más de un siglo sobre los príncipes del Rus, sometidos a vasallaje y fuertes tributos.
En aquella situación, la Iglesia ortodoxa se fue convirtiendo en la principal institución que aúna a los sometidos al poder mogol (pagano, y más tarde musulmán); y por su parte, el cabeza de la ortodoxia rusa, el metropolita de Kiev, dependiente hasta entonces del patriarcado de Constantinopla, se considerará a sí mismo como el guardián de la integridad del Rus, y quien ha de visitar casi permanentemente las numerosas diócesis.
No obstante, ante la peligrosa cercanía de las invasoras tribus esteparias, son trasladados en 1325 el metropolita y la capitalidad del reino de Kiev a Moscú, convertida ésta desde entonces en el centro de la cristiandad ortodoxa rusa. Los sucesivos metropolitas, en especial Pedro (1308-26) y Alejo (1354-78), venerados como santos, apoyarán resueltamente a los príncipes del Rus en su resistencia frente a los mogoles por la supervivencia de la nación. El príncipe Dimitri logra en 1380 una gran victoria sobre la Horda; pero no definitiva, pues los mogoles no retrocederán hacia Asia hasta un siglo después111.
El monacato en la Edad Media rusa
En la historia de Rusia, el monacato ha sido de extraordinaria importancia. Las primeras fundaciones monásticas surgen a fines del siglo IX, muy vinculadas espiritual y culturalmente a los monjes de Constantinopla. Antes de principiar el siglo XIII se cuentan ya setenta monasterios, dedicados a la oración y al trabajo de colonización de tierras; unos dos tercios, por donaciones de príncipes y nobles para recibir en ellos sepultura y oraciones por su alma; otros, por la directa iniciativa de jóvenes deseosos de practicar la vida monacal. Para todos ellos la invasión mogola supuso un tremendo golpe.
No obstante, en el XIV y XV, de nuevo florecerá el monacato, y ya no como antes, cercano a las ciudades, sino en su mayor parte muy lejos, buscando soledad y silencio. Atraídos por los grandes bosques, se extienden los monasterios desde el norte de Moscú hasta el mar Blanco y el océano Ártico. Gran impulsor de aquel auge fue san Sergio abad, fundador en la mitad del XIV del célebre monasterio de la Santísima Trinidad en las selvas al norte de Moscú, y que llegó a ser el santo más venerado de Rusia. Este monasterio se convertirá en la sede del Patriarcado de Moscú y centro espiritual de la Iglesia ortodoxa rusa112.
La gran devoción a la Virgen y los iconos
Herencia preciosa de la Iglesia bizantina al pueblo ruso ha sido la devoción a la Virgen. El pueblo fiel del Imperio Romano de Oriente resistió con numerosos mártires, y muy acompañado por sus monjes, en las persecuciones decretadas por los emperadores iconoclastas durante más de un siglo; persecuciones, detenidas en el 717 por la emperatriz Irene, reanudadas el 813, y definitivamente hechas concluir por la emperatriz Teodora en el 843.
Durante las persecuciones, muchos pintores de iconos –pinturas sobre tablas– emigran a las orillas del Mar Negro en la época inicial de la gran evangelización de Rusia, que desde el Sur (en especial, desde la primera capital del país: Kiev) se extenderá hasta al extremo Norte. Ellos suministrarán abundantes iconos de Cristo, la Virgen y distintos santos a las iglesias que entonces se construyen, como las magníficas de Kiev de la Dormición de María y de Santa Sofía; y suministrarán también los iconos a las mismas casas de los fieles, como se había hecho tradición entre el pueblo fiel bizantino al esconder en ellas los prohibidos iconos.
Catedral de Santa Sofía de Kiev (s. XIV-XV)
Sello característico de las pinturas bizantinas es su manifiesto propósito de representar a Cristo y a la Virgen María de la manera más espiritual posible (sin mayor preocupación por guardar los clásicos cánones o proporciones de la figura humana), que ante todo mueva a la contemplación (recuérdese a nuestro Greco)113.
Icono Virgen de Vladimir de Kiev
La unidad nacional iniciada con el zar Iván III (1462-1505)
A fines del siglo XV alcanza Rusia su unidad política, que llegará, muy recrecida, hasta el presente. A partir del aún reducido principado de Moscú, Iván III será su primer y decidido impulsor. Reúne varios principados próximos, ligados entre sí mayormente por lazos familiares y por la defensa mutua frente a tártaros y mogoles, para erigir un Estado centralizado al modo de Occidente. Pronto amplía sus límites territoriales: por el Norte hasta el Mar Blanco, y por el Sur y el Este hasta Ucrania y los Urales. Fue el fundador del imperio ruso, que lo concibe como heredero y prolongación espiritual y política del Imperio Romano de Oriente. No renuncia a darse el significativo título romano de “César” (Zar). Crea una corte con todo el lujo y boato de la bizantina, transforma el Kremlin en un suntuoso palacio, y hace construir magníficas catedrales de estilo bizantino.
El matrimonio en 1472 de Iván III con la bizantina Sofía, sobrina del último emperador de Oriente, hizo concebir esperanzas, sobre todo en Roma, y también en las iglesias ortodoxas sometidas al dominio islámico, de una vuelta a la unidad con el obispo de Roma si se restaura el Imperio de Oriente, con capital desde luego ya en Moscú, y si a la vez Rusia se comprometía a defender a Europa del poder turco. La escuadra turca había avanzado entonces hasta la isla de Malta, que resiste al asedio; y los ejércitos otomanos habían llegado por la cuenca del Danubio hasta Viena, a la que sitian en 1529 después de derrotar a los húngaros en Mohacz (1524). Pero Rusia no era aún adversario serio para oponerse a Turquía, ni la misma emperatriz Sofía persistió en el empeño de la unión114.
Moscú, “Tercera Roma”
El gran progreso de la religión en Rusia hizo concebir la idea de que Rusia –“Nuevo Israel”– está destinada, tras la apostasía de los occidentales (así se dio a entender en Oriente, sobre todo a partir de Focio con el pretexto por él promovido de que el “Filioque” del credo latino era un añadido herético a la fe de Nicea) y del gran avance del Islam (demoledor del Imperio Romano de Oriente, y siempre al acecho en las mismas fronteras rusas) a ser la comunidad fiel a Cristo hasta el fin de los tiempos para bien del universo entero. Así lo comenta el historiador Paul Bushkovitch: