El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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llegado a la misma conclusión que él.

      5

      Abrazados el uno al otro como un par de niños asustados, Ahren Elessedil y Ryer Ord Star recorrieron los pasillos silenciosos y cubiertos de polvo de Bastión Caído en dirección a las ruinas que se erigían sobre tierra. La vidente sollozaba desconsolada, con la cabeza hundida en el hombro del príncipe de los elfos, al que agarraba como si tuviera miedo de perderlo. Abandonar a Walker la había destrozado por completo y, aunque Ahren le susurraba palabras de consuelo a medida que avanzaban en un intento vano de que recuperara la compostura, esta no parecía oírle. Era como si, al haber dejado atrás al druida, también hubiera abandonado una parte de sí misma. Lo único que evidenciaba que todavía era consciente de lo que sucedía a su alrededor era el modo en que se estremecía cada vez que partes del techo o de las paredes cedían y se derrumbaban o cuando algo explotaba en los corredores oscuros por los que huían.

      —Todo saldrá bien, Ryer —no dejaba de repetirle Ahren, incluso cuando se hizo evidente que tales palabras no tenían ningún significado para ella.

      Conmovido por lo que había sucedido en las últimas horas, tenía un revoltijo de ideas en la cabeza y le parecía que todo era incierto. Los efectos de la magia de las piedras élficas se habían extinguido y le habían devuelto la paz y la tranquilidad; ya no se sentía presa del fuego y la furia ciega. Se había guardado las piedras dentro del bolsillo de la guerrera, para cuando las volviera a necesitar. Una parte de él esperaba tener que volverlas usar, pero otra esperaba que no se diera la ocasión. Se sentía satisfecho por haberlas recuperado, por haber conjurado su magia y por haber usado el fuego azul contra las horribles máquinas que habían acabado con tantos compañeros y amigos de la Jerle Shannara. Se sentía renovado por dentro, como si hubiera realizado un rito de iniciación y hubiera salido victorioso. Se había embarcado en esta travesía cunado era poco más que un muchacho y ahora ya era todo un hombre. El periplo que había sufrido hasta recuperar las piedras élficas le había producido la sensación de tener una nueva identidad, una nueva confianza en sí mismo. La experiencia había sido espantosa, pero se sentía empoderado.

      Con todo, nada de esto le hacía sentir mejor respecto a lo que le había ocurrido a Walker y lo que seguramente les pasaría a ellos ahora. No cabía duda de que Walker se moría cuando se habían ido; ni siquiera un druida era capaz de sobrevivir al tipo de heridas que había sufrido. Tal vez sobreviviera unos minutos más, pero ya no había esperanza para él. Así que ahora la compañía, o lo que quedaba de esta, debía seguir adelante sin él. Pero ¿dónde iría? ¿Con qué objetivo seguiría? El mismo Walker le había dicho que, con la muerte de Antrax, habían perdido el conocimiento de los libros de magia. Había tenido que tomar la decisión de destruir la máquina y, de ese modo, había sacrificado cualquier posibilidad de hacerse con lo que habían ido a buscar. Constituía el reconocimiento de su fracaso y la admisión de que el viaje había sido en vano.

      No obstante, no podía evitar sentir que no era cierto, que había algo más en todo lo que había sucedido que todavía no era evidente.

      Se preguntó por el resto de los integrantes de la compañía. Sabía que Bek estaba vivo cuando Ryer había huido de las garras de Ilse la Hechicera y se había adentrado en las ruinas con la intención de encontrar a Walker. La rastreadora elfa, Tamis, también había escapado. Habría más, en alguna parte. ¿Qué haría para encontrarlos? Sabía que debía hacerlo porque, sin una aeronave y una tripulación, estaban atrapados ahí para siempre. E Ilse la Hechicera y sus mwellrets les pisaban los talones.

      Sin embargo, sí que sabía qué podía hacer para conseguir ayuda. Podía usar las piedras élficas, las piedras rastreadoras de leyenda, para encontrar el camino hasta los demás. El problema era que usar la magia revelaría a Ilse la Hechicera su presencia; le indicaría el lugar exacto en el que se encontraban e iría a por ellos de inmediato. No podían permitirse que eso ocurriera. Ahren no creía, ni por un segundo, que pudiera plantarle cara a la bruja, ni siquiera con la ayuda de las piedras élficas. El sigilo y la discreción eran las mejores armas que podían empuñar. Aun así, no estaba seguro de que fueran suficientes.

      Llevaban horas recorriendo los pasadizos; Ahren iba sumido en sus pensamientos cuando se dio cuenta de que Ryer había dejado de llorar. Bajó la mirada hacia ella sorprendido, pero esta mantenía el rostro enterrado en su hombro, contra el pecho, escondido bajo la cortina de su largo cabello plateado. Se le ocurrió que debía de estar lidiando con su pena y que no debía molestarla, por lo que la dejó tranquila. Se centró entonces en salir a la superficie de nuevo. Los escombros que habían obstruido los corredores inferiores ya no eran tan abundantes, como si las explosiones se hubieran producido en el corazón de Bastión Caído. El aire parecía más fresco y pensó que debían de estar cerca de la salida.

      Resultó estar en lo cierto. Al cabo de unos minutos atravesaron un par de puertas de metal que colgaban de sus goznes, abiertas de par en par, atrapadas bajo el marco, que se había derrumbado, y salieron al aire libre. Emergieron de la torre por la que había desaparecido Walker hacía días, ubicada en el centro del laberinto mortífero que había acabado con gran parte de la compañía. Todavía era de noche, la luna brillaba en el cielo estrellado y despejado, pero la llegada del alba se evidenciaba en el horizonte oriental, donde se atisbaba una leve claridad. Ahren se detuvo en la entrada de la torre y echó un vistazo a su alrededor con cautela. Distinguía el contorno de las paredes del laberinto y atisbaba montones de escaladores y armas rotas. Más allá, las ruinas de la ciudad conformaban un revoltijo de edificios derrumbados. En aquel páramo no se percibía ningún ruido, era como si ellos dos fueran los únicos seres vivos del mundo.

      No obstante, las apariencias engañaban, y lo sabía. Los mwellrets todavía estaban ahí y los buscaban; debían andarse con mucho cuidado.

      Con Ryer todavía aferrada al cuerpo, se arrodilló y acercó los labios al oído de la vidente.

      —Escúchame —le susurró.

      Esta se puso rígida y asintió despacio.

      —Tenemos que buscar a Bek, Tamis y Quentin, pero debemos ser muy silenciosos. Los mwellrets e Ilse la Hechicera nos estarán buscando. Al menos, es lo que debemos suponer. No podemos permitir que nos pillen, tenemos que salir de las ruinas y buscar refugio en el bosque. Enseguida. ¿Puedes ayudarme?

      —No deberíamos haberlo dejado —replicó ella con un hilo de voz tan débil que el elfo apenas fue capaz de entenderla, y se aferró con más fuerza a su brazo—. Deberíamos habernos quedado.

      —No, Ryer —le contestó—. Nos ha dicho que nos fuéramos. Nos ha dicho que no había nada más que pudiéramos hacer por él. Nos ha ordenado que encontremos a los demás. ¿Recuerdas?

      La vidente sacudió la cabeza.

      —No importa. Deberíamos habernos quedado. Se estaba muriendo.

      —Si no hacemos lo que nos ha pedido, si dejamos que nos capturen o que nos maten, le habremos fallado. Eso hará que su muerte haya sido en vano. —Usaba un tono de voz bajo pero firme—. No es lo que esperaba de nosotros. No nos ha dicho que nos fuéramos para eso.

      —Lo he traicionado —sollozó la otra.

      —Todos nos hemos traicionado unos a otros en algún momento de esta travesía. —La obligó a separar la cabeza de su pecho y le alzó la barbilla para que lo mirara a los ojos—. No se muere por algo que hayamos hecho o no. Se muere porque ha decidido dar su vida para destruir a Antrax. Ha sido su decisión.

      Inspiró hondo para tranquilizarse.

      —Escúchame bien. Lo mejor que podemos hacer ahora es cumplir sus últimos deseos. No sé qué tenía planeado para nosotros, qué creía que ocurriría ahora que ya no está. No sé qué hemos conseguido. Pero lo único que podemos hacer por él es salir de aquí y regresar a las Cuatro Tierras.

      Los rasgos pálidos y demacrados de la vidente se tensaron ante la severidad de lo que decía el príncipe y luego se desmoronó como las paredes de Bastión Caído.

      —No puedo sobrevivir