El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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de qué era ni de qué intenciones tenía: cargaba con un hacha de guerra y llevaba una espada corta en la cintura. Buscaba a alguien. Quizá no a ellos, admitió Ahren, pero no les serviría de mucho si los descubría.

      Esperó hasta que el lacértido desapareció de su vista y retomó la marcha. Tal vez podían colocarse a sus espaldas. Era posible que estuviera solo.

      No obstante, en cuanto giraron a la izquierda, con la intención de alejarse del primero, se toparon con un segundo que iba directo hacia ellos. Ahren se resguardó de nuevo tras la estructura de un edificio sin techo y luego guio a Ryer a través de campo abierto hacia otra salida. Pisaba con cuidado entre montones de escombros, pero sus botas provocaban ruiditos inevitables. Tras volver a cruzar campo abierto, se agazaparon tras otro edificio y siguieron adelante. Si seguían sorteando así a sus perseguidores, Ahren esperaba poder darles esquinazo.

      De nuevo al descubierto, se detuvo y echó un vistazo alrededor. Nada le resultaba familiar. Veía el contorno de las copas de los árboles a cierta distancia, pero desconocía la dirección que habían tomado y dónde estaban los mwellrets. Aguzó el oído para detectarlos, pero no oyó nada.

      —Hay alguien detrás de nosotros —le susurró Ryer al oído.

      Tiró de ella para seguir adelante y se dirigió hacia el refugio que ofrecían los árboles, con la esperanza de llegar a tiempo. Cada vez era más de día, el sol comenzaba a despuntar en el horizonte y bañaba las ruinas con una peligrosa combinación de luz y sombras que engañaba la vista con facilidad. A Ahren le pareció haber escuchado un gruñido repentino en algún punto cercano y se preguntó si los habían descubierto.

      Tal vez debía usar las piedras élficas, incluso aunque revelaran su paradero. No obstante, la magia no servía de nada contra los lacértidos o cualquier otra criatura que no usara la magia. Tampoco responderían si no representaba una amenaza física para él.

      Colocó la mano que le quedaba libre en la empuñadura de la faca, la única otra arma que llevaba, dubitativo. Pensaba en qué debía hacer cuando un movimiento a su derecha hizo que se detuviera. Se ocultó tras una pared con Ryer mientras aguantaba la respiración y una forma encapuchada aparecía entre los edificios. No era capaz de distinguir quién o qué era: si humano o mwellret. Ryer estaba tan apretujada contra él que notaba su respiración. El elfo le estrechó la mano con fuerza sin sentir un ápice de la tranquilidad que trataba de transmitirle con ese apretón.

      Entonces, la figura encapuchada desapareció. Ahren exhaló despacio y retomó la marcha. Quedaba poco para llegar a los árboles. Al otro lado de las ruinas, a tan solo unos noventa metros, veía ramas y follaje con la luz del alba.

      En cuanto dobló la esquina de una pared que se había medio derrumbado, volvió la vista hacia atrás para observar a Ryer unos segundos y asegurarse de que estaba bien. La expresión de esta cambió justo cuando él la miró; su cansancio dio paso a un terror cerval.

      Se apresuró a mirar hacia delante, pero tardó demasiado. Un movimiento repentino lo sorprendió.

      Y de pronto, todo se volvió negro.

      6

      Cuando vio que Truls Rohk avanzaba hacia su hermana, Bek Ohmsford no se detuvo a pensar en las consecuencias de lo que iba a hacer. Lo único que tenía claro era que, si no hacía algo, el metamorfóseo la mataría. No importaba lo que este hubiera prometido antes, en un momento de pensamiento racional, ajeno a la carnicería con la que se habían encontrado ahora. Una vez, Truls la vio arrodillada junto al cuerpo de Walker mientras empuñaba la espada de Shannara con sangre por doquier; esa promesa se la había llevado el viento. Si Bek se hubiera dejado llevar por sus emociones, tal vez habría reaccionado igual que Truls Rohk. No obstante, Bek veía que algo que no iba bien en el rostro de su hermana. Tenía los ojos clavados en el techo, pero la mirada desenfocada. Sostenía la espada de Shannara, pero no como si acabara de usarla. Además, dudaba de que esta empleara el talismán para arrebatarle la vida al druida. Antes se fiaría de su propia magia, de la magia de la canción, y si lo hubiera hecho ahora, no habría tanta sangre.

      En cuanto superó la sorpresa inicial, Bek supo que había mucho más en esa escena que se había encontrado de lo que parecía. Sin embargo, Truls Rohk se dirigía a ella por la espalda y no podía verle la cara. En realidad, tampoco le habría importado, pues no estaba dispuesto a dudar de lo que veía, a diferencia de Bek. Para el metamorfóseo, Ilse la Hechicera era una enemiga peligrosa y nada más, y si había alguna razón para sospechar que les haría daño, no se lo pensaría dos veces y la detendría como fuera.

      Así pues, Bek lo atacó. Fue una reacción que nacía de la desesperación con la que pretendía retener al otro sin herirlo. Sin embargo, Truls Rohk era tan fuerte y poderoso que Bek no podía limitarse a usar la magia a medias al invocar el poder de la canción de los deseos. De todos modos, todavía no la dominaba, al menos, no del modo en que lo hacía Grianne, puesto que había descubierto que poseía este poder hacía unos meses. Lo mejor que podía hacer era esperar que tuviera el efecto deseado.

      Creó una red de magia que lo atrapó y lo mandó rodando al otro lado de la estancia llena de escombros. El metamorfóseo se desplomó, pero se incorporó casi al instante, se deshizo de su ocultación y reveló su presencia: enorme, oscura y peligrosa. Tras desenvainar la faca, se lanzó hacia Grianne una segunda vez. No obstante, a estas alturas, Bek conocía de sobra lo fuerte que era Truls y ya había previsto que su primer intento de entorpecer al metamorfóseo no saldría bien. Proyectó una segunda oleada de magia, una pared de sonido que cazó al otro y lo hizo retroceder por el aire. Bek gritó, pero no le pareció que Truls lo oyera, tan resuelto como estaba en llegar hasta Grianne.

      Con todo, Bek la alcanzó el primero, se dejó caer de rodillas y la abrazó con actitud protectora. Esta no se movió. Tampoco reaccionó de ninguna forma.

      —No le hagas daño —dijo mientras se volvía para enfrentarse a Truls Rohk.

      Entonces, algo le dio tan fuerte que lo separó de Grianne y lo lanzó contra los restos de un escalador hecho añicos. Aturdido, se puso de rodillas.

      —Truls… —pronunció entre jadeos a la vez que miraba a Grianne, impotente.

      El metamorfóseo se cernía ante ella, como una sombra amenazadora, con la hoja del cuchillo contra su garganta.

      —No tienes suficiente experiencia, muchacho —le soltó entre dientes—. Todavía no. Pero eso no te hace menos irritante, te lo aseguro. No, no trates de levantarte. Quédate ahí.

      Permaneció en silencio un momento, tenso y preparado, y se inclinó todavía más sobre la hermana de Bek. Entonces bajó el cuchillo.

      —¿Qué le pasa? Está como en una especie de trance.

      Bek se puso en pie a pesar de la advertencia del otro y tropezó al intentar sobreponerse a la desorientación que había comportado el golpe.

      —¿Tenías que darme tan fuerte?

      —Sí, si quería asegurarme de que te quedara claro qué comporta usar tu magia contra mí. —El otro se volvió para encararse a él—. ¿En qué pensabas?

      Bek sacudió la cabeza.

      —En que no quería que le hicieras daño. Me ha parecido que la ibas a matar en el acto cuando has visto a Walker. Me ha dado la sensación de que no podías verle la cara, así que no sabías que no podía hacernos daño. He reaccionado por instinto.

      Truls Rohk gruñó.

      —La próxima vez, piénsatelo dos veces antes de hacerlo. —La hoja desapareció bajo la capa—. Sácale la espada y veamos qué hace.

      El metamorfóseo ya se había inclinado sobre el druida y toqueteaba los ropajes impregnados de sangre en busca de señales de vida. Bek se arrodilló ante una Grianne impertérrita y, con cuidado, le separó los dedos de la empuñadura de la espada de Shannara. Se soltaron con facilidad, inertes, y agarró el talismán cuando este quedó liberado. No dio muestras de reconocer nada. Ni siquiera