El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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el infinito.

      * * *

      Bek Ohmsford se puso rígido al oírlo.

      —¿Lo has oído? —le preguntó a Truls Rohk.

      Se trataba de una pregunta innecesaria, nadie lo habría ignorado. Se encontraban en el corazón de las catacumbas de Bastión Caído en busca de Walker. Habían descendido desde las ruinas, tras haber encontrado unas puertas, que antes estaban cerradas, abiertas de par en par. Los filamentos de fuego y los escaladores ya no protegían esos dominios. No quedaba ni rastro de vida. El mundo de Antrax era ahora una tumba de esqueletos de metal y máquinas inertes.

      Truls Rohk, tapado y encapuchado incluso en el corazón de Bastión Caído, despacio, echó un vistazo a su alrededor, mientras el eco del grito se extinguía.

      —Aquí abajo todavía queda alguien vivo.

      —Una mujer —se aventuró Bek.

      El metamorfóseo gruñó.

      —No estés tan seguro.

      Bek sondeó el aire con su magia mientras tarareaba con suavidad y buscaba el rastro de la magia. Grianne había recorrido este mismo camino no hacía demasiado tiempo, su presencia era inconfundible. La seguían convencidos de que ella perseguía a Walker. Una los conduciría al otro. Si se daban prisa, llegarían hasta ellos a tiempo. Sin embargo, hasta el momento, no estaban tan seguros de que quedara alguien vivo. Desde luego, no habían encontrado ninguna prueba que indicara lo contrario.

      Bek retomó la marcha y se pasó la mano por el pelo, nervioso.

      —Ha ido por aquí.

      Truls Rohk avanzó con él.

      —Me has dicho que tenías un plan. Para cuando la encontremos.

      —Para capturarla —anunció Bek—. Para apresarla con vida.

      —Qué ambicioso eres, muchacho. ¿Y tienes intención de ilustrarme con los detalles en algún momento o…?

      Bek siguió adelante y se tomó unos segundos para pensar en su explicación. Con Truls, uno no quería complicar más las cosas. El metamorfóseo estaba predispuesto a dudar de la posibilidad de que cualquier plan funcionara. En cambio, pensaba en modos de matar a Grianne antes de que esta tuviera la oportunidad de hacer lo propio con él. Lo único que lo evitaba era la exigencia vehemente de Bek de que Truls le diera una oportunidad a su plan.

      —No puede hacernos daño a menos que use la magia —empezó con un hilo de voz sin mirar a su compañero mientras seguían caminando. Pisaba con cuidado entre cables caídos y trozos de hormigón que se habían desprendido del techo debido a una explosión que lo había hecho temblar todo y que habían notado incluso desde sobre el nivel del suelo—. No puede usar la magia a menos que emplee la voz. Si evitamos que hable, cante o emita cualquier tipo de sonido, conseguiremos hacerla prisionera.

      Truls Rohk se escurría entre las sombras y las luces parpadeantes como un gato enorme.

      —Podemos conseguir lo que queremos si la matamos. Déjalo correr, muchacho. No volverá a ser tu hermana. No aceptará lo que es.

      —Si logro distraerla, tú podrías acercarte por la espalda —continuó Bek, que hizo caso omiso de la intervención del metamorfóseo—. Podrías cubrirle la boca con las manos y acallarla. Podrías hacerlo si somos capaces de evitar que descubra que estás aquí. Creo que es viable. Estará concentrada en encontrar al druida y en enfrentarse a mí. No te buscará.

      —Tú sueñas despierto. —Truls Rohk no sonaba convencido—. Si el plan fracasa, no tendremos una segunda oportunidad. Ni tú ni yo.

      Algo pesado cayó al suelo del pasadizo que se extendía ante ellos con un estrépito y se sumó a los montones de escombros que ya se hacinaban. El vapor siseaba al emanar de tuberías rotas y olores peculiares se arremolinaban en los huecos y se filtraban a través de las grietas de las paredes. Dentro de las catacumbas, todos los pasillos parecían idénticos. Era un laberinto y, si no hubieran seguido el aura tan característica de Grianne, haría tiempo que se habrían perdido.

      Bek no alteró su tono de voz.

      —Walker querría que lo hiciera —se atrevió a decir. Echó un vistazo a la silueta negra del metamorfóseo—. Y lo sabes.

      —Solo el druida sabe lo que quiere. Tampoco significa que eso sea necesariamente lo correcto. De momento, no hemos conseguido demasiado con ello.

      —Y, precisamente, por eso decidiste acompañarlo en esta travesía —sugirió Bek, tranquilo—. Por eso lo habías acompañado tantas veces. ¿Me equivoco?

      Truls Rohk no respondió, desapareció dentro de sus ropajes de modo que tan solo quedó la sombra encapuchada que avanzaba en la penumbra, más presencia que sustancia, tan leve que parecía que desaparecería en un abrir y cerrar de ojos.

      Ante ellos, la galería se ensanchaba. Los daños eran más severos ahí que en cualquier otro sitio por el que habían pasado. Pedazos enteros de techo y pared se habían desmoronado. Había cúmulos de cristal hecho añicos y metales retorcidos. A pesar de que las lámparas que ardían sin llama iluminaban el corredor con una luz tenue, esta apenas penetraba la densa oscuridad.

      Al final del pasillo había una sala enorme y cavernosa con un par de cilindros gigantescos cuyo revestimiento de metal estaba hendido de cabo a rabo como si fuera fruta madura. El vapor siseaba a través de las grietas como sangre que se derrama de un cuerpo. Los extremos de cables cortados chisporroteaban y estallaban con pequeñas explosiones. Los puntales y las vigas, descabaladas, emitían crujidos largos y lentos.

      —Ahí —dijo Bek con un hilo de voz mientras tocaba la capa del otro—. Está ahí.

      No advirtieron ningún ruido ni movimiento, no detectaron ningún indicio de que un ser vivo esperara al final del pasillo, entre esa destrucción extrema. Truls Rohk se quedó petrificado unos segundos mientras aguzaba el oído. Entonces, retomó la marcha y esta vez la encabezaba él, ya no se fiaba de Bek. Tomó el control de una situación que era potencialmente mortífera. El muchacho lo siguió callado, sabedor de que ya no era él quien abría el camino y que lo mejor que podía esperar era disponer de la oportunidad de que las cosas salieran como él creía.

      Un silbido repentino rompió el silencio, una ruido interrumpido por golpes secos y crujidos. Los sonidos despertaron la imagen de animales que se alimentaban de los huesos de una res muerta en la mente de Bek.

      Cuando llegaron a la entrada de la sala, Truls Rohk se dirigió con prontitud hacia las sombras que proyectaba una pared e indicó con gestos a Bek que se mantuviera apartado. Reacio a romper el contacto con él, Bek retrocedió un paso, si cabe. Se apretó contra una pared lisa y se esforzó por detectar algún sonido que fuera más allá de los ruidos mecánicos.

      Entonces, el metamorfóseo se fundió con una zona de sombras y desapareció. Bek supo al momento que trataba de llegar a Grianne antes que él y se lanzó tras él, temeroso de haber perdido la oportunidad de salvar a su hermana. Se abrió paso entre los escombros que había en la entrada de la sala a toda prisa y se detuvo en seco.

      La cámara estaba en ruinas, todo eran montones de restos de metal y cristal, de escaladores hechos trizas y máquinas rotas. Grianne estaba arrodillada en el centro junto a Walker, que yacía inerte. Su cabeza sobresalía de las sombras de su melena oscura y el parpadeo suave de los cables rotos que chisporroteaban le iluminaban el rostro pálido. La jurguina tenía los ojos abiertos, clavados en el techo, pero no veía nada. Las manos agarraban con fuerza la empuñadura de la espada de Shannara, cuya hoja caía perpendicular al suelo liso de metal.

      Había sangre en esas manos y también en la empuñadura y en la hoja. Había sangre por doquier, tanto en sus ropajes como en los de Walker. Había sangre en el suelo, encharcado, que formaba un río carmesí que discurría en regueros que se dirigían hacia los escombros.

      Bek contempló la escena, horrorizado. No pudo evitar pensarlo: Walker estaba muerto y Grianne lo había matado.

      Por