El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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Niciannon, pasó volando junto a la cabina del piloto por el lado de estribor. El gran roc se ladeó tan cerca de Redden Alt Mer que este advirtió el brillo azulado de las plumas del ave.

      —¡Capitán! —chilló el jinete alado mientras apuntaba con el dedo.

      No señalaba a los navíos, sino a una oleada de puntitos que habían aparecido de repente entre estos, pequeños y con mucha más movilidad. Eran alcaudones de guerra, que avanzaban en contubernio con los buques enemigos, protegían los flancos y ocupaban la vanguardia. Ya los habían avanzado y se dirigían a toda velocidad hacia la Jerle Shannara.

      —¡Sal de aquí! —le gritó a Po Kelles—. ¡Ve hacia el continente y encuentra a Rojita! ¡Avísala de lo que ocurre!

      El jinete alado y su roc viraron y se alejaron tomando altura en ese cielo neblinoso. La mejor opción de un roc contra alcaudones era ganar altura y poner distancia. En las distancias cortas, los alcaudones llevaban las de ganar, pero todavía estaban demasiado lejos y Niciannon aumentó la distancia que los separaba. Con las directrices de navegación que Po Kelles le había dado, no tendría problemas para llegar hasta Hunter Predd y Rue Meridian. El peligro lo corría la Jerle Shannara. Las garras de un alcaudón podían reducir a jirones una vela. Y pronto, las aves tratarían de hacer precisamente eso.

      Las manos de Alt Mer se deslizaron por los controles a toda velocidad. Alcaudones confabulados con buques de guerra enemigos. ¿Cómo podía ser posible? ¿Quién gobernaba a las aves? Sin embargo, supo la respuesta en cuanto se planteó la cuestión. Se requería magia para controlar alcaudones de este modo. Alguien o algo a bordo de esos navíos poseía esa magia.

      Se preguntó si sería Ilse la Hechicera. ¿Habría salido de la península, donde se había adentrado para perseguir a los otros?

      No tenía tiempo para pensar en ello.

      —¡Barbanegra! —le gritó a Spanner Frew—. ¡Coloca a los hombres a ambos lados, en las portas de artillería! ¡Usad arcos y flechas y mantened a raya a los alcaudones!

      Con las manos firmes en los mandos, observó cómo los buques de guerra y las aves se alzaban imponentes ante él, demasiado cerca para esquivarlos. No podía sobrepasarlos ni virar con la rapidez suficiente para poner la distancia necesaria entre ellos. No le quedaba otra opción: en esa primera pasada, tendría que cruzar entre la flota.

      —¡Agarraos! —chilló.

      Entonces, el buque de guerra que quedaba más cerca llegó hasta ellos; surgió de pronto de la neblina, enorme y oscuro, recortado contra la penumbra matinal. Redden Alt Mer ya había pasado antes por esto; sabía qué tenía que hacer. No trató de evitar la colisión. Al contrario, inició la maniobra para provocarla: viró la Jerle Shannara en dirección al navío más pequeño de la flota. Las pasaderas de radián zumbaban mientras canalizaban la luz ambiental hacia los tubos de disección y los cristales diapsón los convertían en energía con un ruidito característico. La nave respondió con un temblor cuando hizo palanca con los mandos, inclinó el casco levemente a babor y se llevó por delante el trinquete y las velas del buque enemigo; los desarboló de una sola pasada y mandó el navío a pique.

      Los alcaudones revoloteaban a su alrededor, pero no podían atacarlos más de dos a la vez; mientras que los arqueros disparaban flechas con una precisión mortífera, les provocaban heridas y les arrancaban gritos de rabia.

      —¡Timón, todo a babor! —gritó Rojote a modo de advertencia cuando un segundo navío trató de cerrarles el paso desde la izquierda.

      Mientras la tripulación se preparaba, el capitán dio una vuelta entera al timón y apuntó los espolones hacia la nueva amenaza. La Jerle Shannara dio una sacudida y bandazos cuando los tubos de disección despidieron nuevas descargas de luz convertida y luego salió disparada hacia la popa del contrario, barrió la cubierta y arrancó trozos de barandilla como si fuera paja. Redden Alt Mer dispuso de unos segundos para echar un vistazo a la tripulación enemiga. Un mwellret se agarraba a la rueda del timón, agachado en la cabina para amortiguar el impacto de la colisión. Hizo un gesto y dio órdenes a voz en grito a sus hombres, pero la reacción de estos fue de una lentitud rara y mecánica, como si salieran de un letargo, como si necesitaran más información antes de pasar a la acción. Redden Alt Mer observó los rostros que se habían girado hacia él, carentes de expresión y vacíos, desprovistos de cualquier rastro de emoción o reconocimiento. Sus ojos se clavaron en él, duros y lechosos como las piedras del mar.

      —¡Diantres! —susurró el capitán nómada.

      Eran ojos de muertos, aunque los hombres se movían. Por un momento, se quedó tan petrificado que perdió por completo la concentración. A pesar de haber visto muchas cosas extrañas, nunca había visto muertos vivientes. No creía que llegaría a hacerlo. Con todo, era lo que veía en ese momento.

      —¡Spanner! —le gritó al maestro de aja.

      Spanner Frew también los había visto. Miró a Redden Alt Mer y sacudió la cabeza negra y tupida como si fuera un oso enfadado.

      Entonces, la Jerle Shannara sobrepasó el segundo buque y se elevó por encima de los demás. Alt Mer la hizo virar y puso rumbo a la península, lejos de la reyerta. Los navíos enemigos los persiguieron al instante y se dirigieron hacia ellos desde todos los flancos, pero estaban demasiado esparcidos por la costa y demasiado lejos como para cortarles el paso de forma efectiva. Se preguntó cómo les habrían encontrado, para empezar. Durante unos segundos, se planteó la posibilidad de que uno de sus hombres lo hubiera traicionado, pero enseguida descartó la idea. Magia, seguramente. Quien fuera que comandara esa flota era capaz de esclavizar a alcaudones y de revivir a los muertos, por lo que seguro que también podría encontrar una tripulación de nómadas con facilidad. Era más que probable que hubiera usado a los alcaudones para seguirles la pista.

      O había sido ella, si se daba el caso de que Ilse la Hechicera hubiera regresado.

      Maldijo su ignorancia, a la bruja y a una retahíla de circunstancias imprevisibles mientras dirigía la aeronave hacia el interior de la península y sobrevolaba las montañas. Tendría que virar hacia el sur pronto para mantener el rumbo. No podía fiarse de la ruta más corta por tierra. Corría demasiado peligro de perderse y no encontrar a Rojita y a los demás. Y no podía permitirse abandonarlos a su suerte con estos seres tras ellos.

      Un golpe repentino se impuso al viento cuando la pasadera de radián de en medio del barco del lado de babor se rompió y empezó a dar latigazos por cubierta como si fuera una serpiente en pleno ataque. Los nómadas, que todavía estaban en cuclillas en las portas de artillería, se tumbaron para protegerse. Spanner Frew se parapetó detrás del palo mayor cuando la pasadera flageló el aire, se enrolló sola alrededor de la porta de popa y, luego, el maestro de aja la soltó de un tirón.

      Enseguida, la aeronave empezó a perder energía y equilibrio, ambos ya reducidos por la pérdida de las pasaderas de proa, ahora desaparecidas por completo después de que todo el sistema de babor se hubiera desprendido. Si no cobraban enseguida los cabos, la nave viraría hacia los buques enemigos y quedarían en manos de los muertos vivientes.

      Redden Alt Mer evocó esos ojos lechosos y vacíos, desprovistos de toda humanidad, carentes de cualquier percepción del mundo que los rodeaba.

      Sin pararse a reflexionar, cortó la energía de mitad del barco del lado de estribor y empujó la palanca de babor al máximo. O la Jerle Shannara aguantaba lo suficiente para darles la oportunidad de escapar o se desplomaría por completo del cielo.

      —¡Barbanegra! —le gritó a Spanner Frew—. ¡Ponte tú al timón!

      El maestro de aja subió los escalones con pesadez, se metió en la cabina del piloto y sus manos nudosas agarraron los mandos. Redden Alt Mer no dedicó ni un solo segundo a explicarle nada, salió a toda prisa hacia las escaleras que conducían a cubierta, directo hacia el palo mayor. Se sentía estimulado y resuelto, como si cualquier cosa que hiciera no fuera una temeridad que debía plantearse dos veces. Tampoco era tan descabellado, decidió. El viento, fuerte y sibilante, le azotó la melena pelirroja y los pañuelos de