El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
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creía quien él afirmaba que era y que había sido víctima de las maquinaciones de un druida. Fue testigo de cómo se la llevaba a lomos de un alcaudón hasta su guarida subterránea en el corazón del valle de los Indómitos. Contempló cómo ella misma cerraba la puerta de su propia prisión, ingenua y solícita, y se convertía en un títere en una confabulación que empezaba a vislumbrar por primera vez. Observó cómo iniciaba una nueva vida; una niña pequeña engañada que se dejaba llevar por el odio y la determinación. Se contempló consciente de que nunca volvería a ser la misma; que nunca sería capaz de evitarlo, de hacer algo que no fuera desesperarse por el destino que la aguardaba.

      Aun así, las imágenes no dejaron de sucederse, de exponer la verdad que le habían negado durante todos estos años. Vio cómo un metamorfóseo hurgaba entre los escombros calcinados a los que había quedado reducida su casa para salvar a su hermano, que aún vivía. Contempló cómo se lo llevaba a una fortaleza que se erguía solitaria y que, de inmediato, reconoció como Paranor. Fue testigo de cómo entregaba a su hermano al druida Walker, quien, a su vez, lo llevaba hasta las Tierras Altas de Leah y se lo confiaba a un hombre de rostro amable y a su mujer, que ya tenían hijos propios y una deuda pendiente con el druida. Vio cómo su hermano crecía con esa familia y cómo la carita de bebé le cambiaba con el paso de los años hasta exhibir unos rasgos que, poco a poco, empezó a reconocer.

      Habría soltado un grito ahogado o incluso habría chillado al darse cuenta de que estaba viendo al muchacho que había venido a esta tierra lejana con Walker, el chico que se había enfrentado a ella y había afirmado ser Bek. No había confusión posible. Era el mismo muchacho al que no había creído, el mismo al que había perseguido con el caull y que casi había matado. Bek era el hermano que estaba tan segura de que había muerto en el incendio…

      Fue incapaz de terminar de formular el pensamiento, cualquiera. Apenas era capaz de obligarse a enfrentarse a la realidad. Tampoco disponía del tiempo necesario para realizar un examen equilibrado, para aceptar lo que veía. Enseguida brotaron otras imágenes, una oleada que la embistió de tal forma que le oprimió el pecho y no la dejaba respirar bajo su peso aplastante.

      Ahora, las imágenes reflejaban su formación con el Morgawr, su instrucción prolongada y severa, su dominio de la autodisciplina y su férrea determinación mientras se disponía a aprender cómo acabar con Walker. Vio cómo se convertía en una muchacha, pero sin la misma libertad vital y espiritual de la que había gozado Bek. Al contrario, fue testigo de cómo ella misma se desprendía de su humanidad y se convertía en algo tan parecido al Morgawr que, al final, tan solo se diferenciaba de este por su apariencia exterior, si es que su piel la distinguía de las escamas del otro. Se había vuelto tan oscura, tan llena de odio y tan cruel como él. Había aceptado con los brazos abiertos las posibilidades ponzoñosas que le ofrecía la magia con el mismo entusiasmo y determinación salvaje que el Morgawr.

      Contempló cómo aprendía a usar su magia como si fuera un arma. Toda su experiencia dilatada y tormentosa desfiló ante sus ojos con un detalle abrumador y escalofriante. Presenció cómo mutilaba y asesinaba a quien se interponía en su camino. Vio cómo destruía a los que se atrevían a enfrentarse a ella o a cuestionarla. Observó cómo les arrancaba las esperanzas y la valentía y los esclavizaba. Vio cómo destruía a gente solo porque sí o porque favorecía a sus propósitos. La Víbora había muerto para que ella controlara a Ryer Ord Star. Su espía en casa del sanador de Fronda Águila había muerto para que nunca revelara su conexión con ella. Allardon Elessedil había muerto para que la travesía que el druida Walker pretendía emprender careciera del apoyo élfico.

      Había muchos más; tantos, que enseguida perdió la cuenta. De la mayoría, ni siquiera se acordaba. Contempló cómo aparecían, como si fueran espectros de su pasado, y fue testigo de cómo morían otra vez. De su propia mano o porque lo había ordenado, todos morían. Y si no lo hacían, a menudo acababan con el aspecto de hombres y mujeres que desearían haberlo hecho. Percibía su miedo, su impotencia, su frustración, su terror y su dolor. Experimentaba su sufrimiento.

      Ella, que era Ilse la Hechicera, que nunca había sentido nada, que se había asegurado de resguardarse de cualquier tipo de emoción, se desmoronó como un castillo de naipes con un soplo de brisa.

      «Basta —oyó que suplicaba—. ¡Por favor! ¡Por favor!».

      Las imágenes se transformaron por enésima vez y ahora contemplaba, no los actos directos que había perpetrado, sino sus consecuencias. Cuando un padre había muerto para satisfacer sus necesidades, una madre y sus hijos habían terminado en la calle, muertos de hambre. Cuando había subvertido a una hija para su propio beneficio, un hermano, sin darse cuenta, se había puesto en peligro y había acabado aniquilado. Cuando había sacrificado una vida, había arruinado dos más.

      Pero no terminaba aquí. Al doblegar por capricho a un comandante nacido libre, había privado a su nación de su valentía y la había dejado sin líder durante años. La hija de un político que se encontraba en pleno conflicto entre dos facciones fue encarcelada cuando su sabiduría habría puesto fin a la disputa. Niños habían desaparecido en otras tierras, secuestrados por sus acólitos para controlar a los padres, hundidos por la pena. Tribus de gnomos, desprovistos de las tierras sagradas de las que ella se había apoderado para el Morgawr, habían acusado a los enanos, que a partir de ese momento se habían convertido en sus enemigos. Como las ondas en cadena que provoca una piedra que se lanza a las aguas tranquilas de un estanque, las consecuencias de sus actos egoístas y depredadores se extendían mucho más allá de su impacto inicial.

      Durante todo ese tiempo, notaba cómo el Morgawr la vigilaba desde la distancia, una presencia silenciosa que saboreaba los resultados de sus maquinaciones arteras, de sus mentiras y engaños. La manipulaba como si fuera su títere, controlada por los hilos que él manejaba. Había encauzado su rabia y su frustración y nunca le había dejado olvidar hacia quién debía dirigirlas. Todo lo que ella había hecho, había sido con el fin de destruir al druida Walker. No obstante, al contemplar ahora su pasado, sin mentiras y expuesto a plena luz, era incapaz de comprender cómo había vivido tan engañada. Nada de lo que había hecho le había brindado su supuesto objetivo. Ninguna acción era justificable. Todo había sido una farsa.

      La capa de autoengaño con la que se revestía se rompió en mil pedazos ante ese torrente de imágenes y, por primera vez, se vio a sí misma tal y como era en realidad. Era repugnante. Era el peor ser que podía imaginar, una criatura cuya humanidad había sacrificado debido a la falsa creencia de que no tenía ningún valor. Sacrificada en pro del monstruo en el que se había convertido, había renunciado a todo lo que había formado parte de la niña que había sido.

      Lo peor de todo era darse cuenta de lo que le había hecho a Bek. Al asumir que había muerto entre las cenizas de su casa, había hecho algo peor que traicionarlo. Había hecho algo peor que no creer que era la persona que afirmaba ser cuándo se había enfrentado a ella. Había tratado de matarlo. Le había dado caza y por poco lo había asesinado. Lo había hecho prisionero, se lo había llevado a la Fluvia Negra y se lo había entregado a Cree Bega.

      Lo había abandonado.

      Otra vez.

      En el silencio de la magia sosegada de la espada de Shannara, las imágenes se esfumaron por un momento y se quedó sola con la verdad, con su crudeza y su filo cortante. Walker todavía estaba ahí, cerca, su presencia tenue observaba cómo aceptaba quién era. La jurguina lo percibía como un palio, y no podía deshacerse de él. Trató de liberarse de la red de engaños, traiciones y fechorías que la enredaba como una gran telaraña. Le costaba respirar ante la oscuridad sofocante de su propia vida. No consiguió ni lo uno ni lo otro; estaba tan atrapada como sus víctimas.

      Las imágenes se sucedieron de nuevo, pero ya no lo soportaba más. Perdida en el caleidoscopio de las atrocidades que había cometido, no era capaz de imaginar cómo se le podría conceder el perdón. No concebía que tuviera derecho siquiera a pedirlo. Se sentía despojada de esperanzas o clemencia. Encontró por fin la voz y soltó un grito fruto de la desesperación y el odio que sentía por sí misma. El sonido y la impetuosidad del grito hicieron estallar su propia magia, tenebrosa, veloz y certera. Acudió a ayudarla de improviso, chocó con el poder de la espada de Shannara y estalló