El último viaje. Terry Brooks. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Terry Brooks
Издательство: Bookwire
Серия: Las crónicas de Shannara
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417525569
Скачать книгу
la suerte. Nadie tenía más suerte que Redden Alt Mer. Embarcarían en una nave en llamas rumbo a un incendio si él les ordenaba que lo hicieran.

      Este inspiró hondo y echó otro vistazo a las formas que se cernían ante ellos y que los perseguían. Eran demasiadas para esquivarlas o plantarles cara. Viró el timón a babor hacia el banco de niebla. Dejó que la aeronave mantuviera la velocidad hasta que se adentraron en la bruma, entonces la redujo hasta casi punto muerto, mientras veía cómo el vapor se arremolinaba y difuminaba, delicados mantos blancos que cubrían las aristas más oscuras de las montañas. Si chocaban con un pico a esta altura, con esta niebla, desprovistos de una tercera parte de la energía, estaban acabados.

      Con todo, los alcaudones no podían seguirles el rastro, y sus perseguidores se enfrentaban al mismo problema que ellos.

      Un silencio peculiar reinaba en la neblina, desprovista como estaba de cualquier ruido mientras la Jerle Shannara, acunada por los peñascos, planeaba como un ave. Las montañas que los cercaban parecían flotar, macizos oscuros que aparecían y se esfumaban como si fueran espejismos. Alt Mer consultó la brújula y luego la guardó. Tendría que navegar guiándose por cálculos aproximados e instinto puro y luego esperar que pudiera recuperar el rumbo cuando se disipara la bruma. Si es que se disipaba. Podía seguir así incluso en el interior de la península, al otro lado de los peñascos. Si ese era el caso, estaban tan perdidos como si no hubieran tenido rumbo desde el principio.

      A duras penas divisaba la silueta de Spanner Frew de pie en la proa. El nómada corpulento estaba inclinado hacia delante, con la concentración puesta en las volubles capas de blanco. De vez en cuando, hacía una señal con la mano (a la izquierda, a la derecha, más lento) y Redden Alt Mer toqueteaba los mandos siguiendo sus instrucciones. El viento silbaba con ráfagas bruscas hasta que se extinguió, cortado por la cara de un acantilado o difuminado en las corrientes de aire. La niebla se arremolinaba en las cumbres, vacía y sin dirección. Solo la Jerle Shannara perturbaba su composición etérea.

      La lluvia regresó: un banco de nubes negras pronto se convirtió en un torrente de agua. Envolvió la aeronave y a su tripulación, los caló hasta los huesos, los sometió a una capa de humedad y penumbra y los dominó como el mar se apodera de un navío que zozobra. Alt Mer, que había capeado tormentas peores, trató de no pensar en el modo en que la lluvia distorsionaba las figuras y las distancias, pues creaba la ilusión de obstáculos que no existían y daba a entender que había vía libre en lugares repletos de paredes de roca. Confiaba en sus instintos más que en sus sentidos. Había sido marinero toda la vida; conocía de sobra las ilusiones que formaban el viento y la lluvia.

      Tras él, la niebla y la oscuridad los cercaban. No quedaba ni rastro de sus perseguidores; de hecho, de nada que no fuera el cielo, las montañas, la lluvia y la niebla que lo llenaban todo.

      Spanner Frew regresó a la cabina del piloto. No tenía sentido que siguiera en proa; el mundo que los rodeaba había desaparecido.

      El maestro de aja miró a Redden Alt Mer y le ofreció una sonrisa de oreja a oreja. El capitán nómada se la devolvió. No tenían nada que decirse.

      La Jerle Shannara continuó navegando las tinieblas.

      4

      El calor y la luz dieron paso a una oscuridad gélida, la sensación tan peculiar de cosquilleo se convirtió en entumecimiento y el presente se tornó pasado cuando el poder de la espada de Shannara se adueñó de Ilse la Hechicera. Se encontraba en el corazón de las catacumbas de Bastión Caído, a solas con su enemigo, el druida Walker, rodeada de los escombros de otra era. De repente, se había adentrado tanto en su interior que no sabía dónde estaba. En un abrir y cerrar de ojos, pasó de ser una criatura de carne y hueso a poseer la misma sustancia que los pensamientos que la asolaban.

      Tan solo dispuso de un segundo para preguntarse qué le ocurría, nada más.

      Se adentró sola en la negrura, pero era consciente de la presencia de Walker junto a ella, no con una silueta reconocible, ni siquiera completamente formada, sino más bien en forma de una sombra, un espectro que la seguía como la caída de su larga melena oscura. Notaba el pulso del druida en el talismán al que se aferraba como si de un salvavidas se tratara. Walker era tan solo una presencia etérea, pero la acompañaba y la observaba.

      Cuando Ilse la Hechicera emergió de las tinieblas, se encontró en otro lugar y en otra época que reconoció al instante. Estaba en la casa de su infancia, de donde la habían arrancado cuando solo era una niña. Creía que nunca más la vería, pero ahí estaba, tal y como la recordaba, envuelta en las sombras del amanecer que se acercaba, sumida en el silencio y rodeada de peligro. Notó la frescura del aire de la madrugada y le llegó la fragancia intensa de los arbustos de lilas. Reconoció el instante al momento: se había trasladado a la época en que sus padres y su hermano habían muerto y a ella la habían secuestrado.

      Contempló cómo se desarrollaban de nuevo los acontecimientos de aquella fatídica mañana, pero esta vez como espectadora, como si le ocurriera a otra persona. Volvieron a matar al viejo Ladrido cuando salió a investigar. Las formas encapuchadas pasaron de nuevo junto a su ventana bajo la tenue luz del alba cuando se dirigían hacia la puerta de entrada. Ella volvió a salir corriendo en vano. Escondió a su hermano en la bodega y trató de eludir el mismo sino que sus padres. No obstante, las figuras encapuchadas la esperaban. Vio cómo la apresaban mientras su casa se quemaba envuelta en una humareda rojiza. Observó cómo se la llevaban, inconsciente e indefensa, hacia el sol naciente.

      Había ocurrido tal y como lo recordaba. Pese a todo, también había sido distinto. Fue testigo de cómo unas siluetas negras hacían un corrillo para debatir mientras ella yacía atada, con los ojos vendados y amordazada. Sin embargo, había algo que no cuadraba. Esos no parecían los metamorfóseos que ella sabía que se la habían llevado. Tampoco había rastro del druida Walker. ¿Había visto cómo pasaba ante las ventanas de su casa esta vez, como ella recordaba? Le parecía que no. ¿Dónde estaba?

      Como si pretendiera responder a su pregunta, una figura emergió de entre los árboles, alta, negra y encapuchada, como sus captores. Tenía la apariencia de un druida: se fundía con la noche que retrocedía y prometía la llegada de la muerte. Hizo un gesto a sus secuestradores, los llamó junto a él, les dijo algo que no alcanzó a oír y luego se apartó. De pronto, se produjo un trajín de actividad: sus captores se pusieron en guardia, como si fueran combatientes, y lucharon unos contra otros. Sin embargo, su lucha no era encarnizada y brutal; tan solo era un ejercicio. De vez en cuando, alguno se detenía para echar un vistazo a la niña, como si pretendiera calcular los efectos de la simulación. La figura encapuchada dejó que siguieran durante un rato mientras esperaba y, entonces, de golpe, la agarró, la alzó y desaparecieron entre los árboles, alejándose de ese extraño panorama.

      Mientras la silueta corría, la bruja entrevió sus antebrazos. Eran escamosos y veteados. Eran reptilianos.

      La cabeza le empezó a dar vueltas cuando cayó en la cuenta. «¡No!».

      La figura oscura y encapuchada la condujo hasta el interior del bosque, a un lugar tranquilo, y la dejó en el suelo. Contempló cómo le revelaba su identidad y no era el druida, como ahora ya sabía, pues era consciente de que no podía ser otro que el Morgawr. «¡Traidor!». La palabra le retumbó en la mente. «¡Mentiroso!». Pero era algo mucho peor. Ninguna palabra era suficiente para describirlo, no era ni humano. Era un monstruo.

      Sabía que contemplaba la verdad. Se lo decía su instinto, por mucho que dudara que fuera cierto. Las imágenes que evocaba la magia de la espada de Shannara no podían ser falsas. Lo presentía, y tenía todo el sentido del mundo. ¿Cómo no lo había sabido antes? ¿Cómo se había dejado engañar con tanta facilidad?

      Se recordó que, con todo, en aquel entonces solo tenía seis años. No era más que una niña.

      Atormentada por las emociones que la desgarraban como una manada de lobos famélicos, habría chillado a causa de la rabia y la desesperación si hubiera podido. A pesar de ello, era incapaz de dar voz a lo que sentía; solo podía seguir mirando. La magia