El zar
El prolongado conflicto contra los otomanos entre 1683 y 1718 acabó implicando a Rusia, lo cual aceleró la integración de ese país en el incipiente sistema de Estados europeos. Aunque en un principio fue considerado un aliado útil contra los otomanos, pronto fue evidente que el zar había reemplazado al sultán en el papel de adversario principal de las aspiraciones de los Habsburgo de ser los monarcas principales de Europa. Rusia surgió de los varegos (vikingos), llamados rus por los eslavos, que habían conquistado Kiev.
La familia reinante de los Rúrik, tras ser cortejada por misioneros bizantinos y latinos, acabó por adoptar el cristianismo oriental, que les permitía emplear la liturgia eslavónica. La conversión del príncipe Vladímir, en 988, estableció las bases de una monarquía sumamente personalizada y sacralizada: los príncipes de la dinastía Rúrik aportaron una tercera parte de los 180 santos rusos entre los siglos X y XIII.38 Las disputas internas redujeron los principados ruríkidas rivales después de 1054, todos los cuales fueron conquistados por los mongoles, que superaron el temible invierno ruso con el empleo de los ríos helados como vías de comunicación para su caballería. En 1240, los mongoles formaron la Horda de Oro en el bajo Volga, desde donde impusieron tributo a los príncipes de la dinastía rúrika. El principado de Moscú emergió de los restos de estos hacia 1325 y, a partir de 1438, creció gracias a la fragmentación de la Horda de Oro. En 1480 se dejó de pagar tributo. Cinco años más tarde, Moscovia tomó Nóvgorod, con lo que eliminó a un importante rival y dejó ver su intención de expandirse hacia el Báltico.
Al igual que ocurrió con los otomanos, la rápida expansión rusa fomentó la ambición de consolidar su prestigio por medio de imaginería imperial. Iván III el Grande desposó en 1472 a Zoe de los Paleológos, sobrina del último emperador bizantino, y se proclamó soberano de todas las Rusias. Asumió el título de zar, palabra que también derivaba de Caesar. Aunque ya había sido empleada antes, ahora se hacía de forma consciente en el sentido de emperador, al contrario que el antiguo título del principado de Kiev, kniaz, que significa «príncipe» o «rey».39 El vínculo con la antigua Roma quedó reforzado por el rechazo de la Iglesia ortodoxa rusa de la breve reunificación de las Iglesias griega y latina impuesta en 1439 por el emperador bizantino. Filoteo, abad de Pskov, desarrolló una versión propia de la traslación imperial. Esta argüía que la primera Roma cayó a causa de la herejía, la segunda (Constantinopla) fue conquistada por el infiel, pero que la tercera (Moscú) resistiría hasta el Día del Juicio. Al igual que sus equivalentes occidentales, la importancia de tales ideas no derivaba de su carácter de planes prácticos, sino del fomento de un clima intelectual favorable al imperialismo. Los soberanos rusos aspiraban a «liberar» Constantinopla y afirmaban proteger lugares santos del cristianismo, factores que, en una fecha tan tardía como 1853, contribuyeron al estallido de la Guerra de Crimea.40
Las tradiciones bizantinas podían adaptarse con facilidad a las circunstancias rusas, dado que no cuestionaban la idea de un soberano sagrado. El zar ejercía mayor control sobre su metropolitano que el emperador bizantino sobre su patriarca: en 1568, un metropolitano fue estrangulado por osar criticar al zar. La Iglesia rusa consiguió plena autonomía en 1685, año en que el zar declaró al metropolitano independiente del patriarcado griego, que seguía residiendo en Constantinopla bajo dominación otomana. Esta maniobra deliberada redujo la autoridad del sultán sobre sus súbditos cristianos, al tiempo que reforzaba las pretensiones de su rival ruso de ser el campeón de la verdadera Iglesia.
El águila bicéfala imperial se utilizó por primera vez como símbolo zarista en 1480, si bien no se convirtió en su símbolo principal hasta el reinado de Pedro I el Grande. Hacia 1700, las banderas militares mostraban iconos y otros símbolos religiosos.41 Iván IV el Terrible organizó una coronación en 1561, después de 14 años de reinado, que presentaba a Rusia como la continuación de la antigua Roma. La ceremonia empleó una traslación eslavónica de la misa de coronación bizantina y las insignias imperiales fueron las mismas que las del antiguo emperador bizantino. Iván se consideraba a sí mismo descendiente directo del emperador Augusto y su notorio terror bebió de influyentes ejemplos de la Antigüedad.42
La asunción del legado bizantino reforzó la percepción occidental de que Rusia era una civilización extraña, pero también elevó la categoría del zar, que pasó a ser un posible aliado. En 1488, Federico III despachó a Rusia una primera embajada imperial. Esta se encontró con que la cuestión de los dos emperadores también se había trasladado a Moscú. Federico abordó las negociaciones dando por sentada su preeminencia, mientras que el zar Ivan III remarcó (con toda razón) que ni él ni sus antepasados habían sido nunca vasallos del imperio. Iván y sus sucesores querían que se reconociera que el título de zar equivalía al de emperador, pero los occidentales continuaron ignorándolo y se referían a los gobernantes rusos como simples «duques». Las guerras civiles que reemplazaron a la dinastía rúrika por la de los Románov en 1613 reforzaron los prejuicios de los occidentales. Estos consideraban bárbaros a los rusos y no podían aceptar que sus soberanos fueran la continuación del imperialismo romano-bizantino. Por su parte, el imperio causaba perplejidad a los rusos, a pesar de sus repetidos intentos de comprenderlo. Así, por ejemplo, el gobierno del zar obtuvo copias de la Paz de Westfalia tan solo tres meses después de su conclusión. La constitución del imperio contenía numerosos elementos para los que no existía equivalente ruso y al zar y a sus consejeros les resultaba difícil comprender que las relaciones feudales no implicasen la servidumbre de los príncipes hacia el emperador.43
El deseo de aprender creció a partir de 1653, a medida que las fronteras de Rusia se desplazaban hacia el oeste. Este avance supuso una mayor influencia en Polonia y el establecimiento de contacto directo con la frontera oriental del Imperio otomano, en 1667. Los inmigrantes y comerciantes germanos constituían una importante fuente de información, pero el principal cambio llegó con Pedro el Grande, quien viajó por todo el imperio durante su célebre gira europea de 1697-1698. La participación de Rusia en la Gran Guerra del Norte (1700-1721) no solo le garantizó acceso al Báltico, sino que también supuso contacto directo con la política imperial después de que el ejército de Pedro persiguiera a los suecos por el norte de Alemania. El 19 de abril de 1716, Catalina Ivanovna, sobrina de Pedro el Grande, se casó con el duque Carlos Leopoldo de Mecklemburgo-Schwerin. Esta boda dio inicio a dos siglos de estrechas relaciones dinásticas entre los Románov y las familias principescas germanas.44
La imaginería imperial rusa se occidentalizó cada vez más, pero sin desprenderse del todo de elementos bizantinos. Para celebrar su victoria contra los suecos en Poltava en 1709, el zar Pedro emitió una moneda de dos rublos que le representaba como un emperador romano de la Antigüedad. En esa época, sus funcionarios descubrieron una carta enviada en 1514 por Maximiliano I en la que proponía una alianza. La cancillería Habsburgo, de forma accidental o intencionada, se dirigió a Basilio III como Kayser, con lo que reconocía de forma implícita la pretensión rusa de traducir zar como emperador. Pedro hizo publicar la carta en 1718; este fue uno más de una serie de cuidadosos preparativos que culminó en octubre de 1721 con su autoproclamación como imperator.45 La coincidencia de la proclamación con el fin exitoso de la Gran Guerra del Norte subrayó la condición de potencia imperial de Rusia.
Los Habsburgo se siguieron negando a reconocer como igual al emperador de Rusia y rechazaron la propuesta de que los dos emperadores alternasen la condición de monarca